Vaya por delante que los queremos siempre políticos, como para despejar cualquier duda. Pero en segundo término, aunque no por ello menos importante, ¡los queremos mejores!Hay conceptos que, a fuerza de repetición o por contundencia, se instalan como marcas de identidad de las sociedades a punto tal de no necesitar explicaciones a la vuelta de la historia.En Argentina, el concepto de “grieta” seguramente trascenderá generaciones y será asociado a la división que impulsó el poder político, en este caso el kirchnerismo, tras más de una década en el Gobierno. La siguiente premisa es que, hasta ahora, la “grieta” y sus dimensiones eran responsabilidad exclusiva del poder político. Incluso fue materia de campaña electoral la necesidad de “vencerlos” para poder cerrarla y así volver a unir a todos.Pues bien, al cabo de varios meses la realidad dista mucho de lo prometido. La “grieta” no solo sigue existiendo, sino que ahora quienes le dan sentido y la ensanchan son los que debaten la forma más práctica de llegar a fin de mes… todos los meses. Divide y vencerás, aquella antiquísima máxima atribuida a un emperador romano, conjuga las formas que aplican los poderes políticos contemporáneos sobre las sociedades que gobiernan.El reciente paro de la CGT dejó al desnudo esa realidad. De un lado los que cuentan los segundos para ver tras las rejas a los exfuncionarios kirchneristas harto comprometidos en causas de corrupción. Del otro, los que desean que al actual Gobierno le vaya lo peor posible. De un lado los que azuzaban el paro propuesto por el poder político (gremios, sindicatos, partidos, oposición); del otro, los que hasta llegaron a montar bicicletas para ir a trabajar y se sacaban fotos para diferenciarse del vecino que sí adhería a la protesta.Transcurrido el paro y al final del día, oficialismo, oposición, sindicatos, acólitos y más se impusieron el debate para establecer quién ganó. Y la victoria seguramente será repartida entre los que se quedaron con la cuota política, la económica y hasta la mediática.Pero al fin y al cabo, lo único seguro es que perdimos todos, los que no entramos en esa torta de reparto del poder político. Lo lograron. Nos dividieron y nos están venciendo. Trasladaron su contienda hacia la sociedad que ahora edifica su identidad en clara oposición al otro.La gente que no forma parte de los grupos de verdadero poder está construyendo su modelo de realidad con la información que bajan los que toman decisiones. Y en ese proceso de traslado de responsabilidades casi nada se pone en duda. Las diferencias se transforman en batallas que requieren de militantes de uno y otro lado.El sistema impone la dualidad de nosotros y los otros que, política y economía mediante, se transforma sin atenuantes en nosotros o los otros.Y al cabo de tantos años de ser divididos y vencidos, muchos de quienes hoy alimentamos esa gran fisura aceptamos lo que parece evidente, aunque no lo sea. Mientras tanto, por el medio de la “grieta”, pasan cosas cada vez más contundentes.La opción de elegir entre lo menos peor ya debería haberse agotado a la vuelta de estos más de treinta años de democracia. Sin embargo hoy lo único concreto y real es la división, otra vez dos argentinas en constante tensión.La democracia, se entiende, es la única vía posible para el desarrollo de una sociedad tan compleja como la nuestra. Pero debe ir de la mano de dirigentes que dignifiquen el puesto para el que se los elige y se les retribuye.En unos cuantos años, cuando a los argentinos les vaya realmente bien y se olviden de las cíclicas crisis cada dos o tres años, mirarán hacia atrás y verán esta coyuntura como algo insólito. Un país cuyas posibilidades eran infinitas que, sin embargo, se estancó en la pelea interna que la misma sociedad dinamizó. Por eso es que los queremos siempre políticos, pero hoy se hace imperioso que sean mejores.Por Guillermo Baez
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