Hace algunos días, padres, docentes, terapeutas, adultos en general se encuentran preocupados, y en algunos casos alarmados por la aparición en las redes sociales de un “juego” denominado “La ballena azul”. Brevemente, se trata de una dinámica en la cual, el sujeto que ingrese debe seguir una serie de desafíos macabros a cumplir como ser: permanecer despiertos mirando películas de terror, realizarse autolesiones, no comer, siendo el suicidio el último paso, de cincuenta planteados. Lo primero que habría que preguntarse es si se trata de un juego, ya que el proceso lúdico implica un trabajo de simbolización, de metáfora, de representación en el cual el daño real al cuerpo no podría existir, ¿o acaso alguna vez muere un actor en una obra de teatro?De hecho Freud explicaba brillantemente que tanto el poeta como el niño que juega, toman un aspecto de la realidad y lo disfrazan con su propia fantasía (derivada de su mundo interno) creando así una nueva realidad más acorde a sus deseos. Por lo tanto es una marca de época, que el juego propiamente dicho, en su modalidad más creativa e individual se vea atacado por los supuestos juegos masificantes y desubjetivantes, en los cuales los personajes ya están creados y están determinados los pasos a seguir. Es así que cabe la pregunta, ¿qué mundo interno está expresando un niño/adolescente que ingresa a este supuesto juego? Siendo el pasaje de la infancia a la adolescencia un momento de particular vulnerabilidad e inestabilidad del psiquismo, no es extraño que esta franja etaria se transforme en presa fácil de captar por las redes sociales, tanto con fines negativos como positivos. Refiriéndonos a la Adolescencia, como proceso de transformación, el mismo Freud ya en 1905 hablaba de “Metamorfosis de la Pubertad”, siendo la idea de la muerte algo que inevitablemente ronda (en la mayoría de los casos) por primera vez el psiquismo. La idea de la propia muerte. Esto tan difícil de representar, hasta imposible de representar para el Psicoanálisis. Por ello es esperable que los temas existenciales ronden los pensamientos y las conversaciones de los adolescentes. Pero ¿qué ocurre si los adultos no generamos espacios donde estos temas puedan hablarse? La psicoanalista francesa François Doltó en su libro “La Causa de los Adolescentes”, hablaba de la importancia de poder nombrar la muerte durante la adolescencia; y explicaba que fantasear con la propia muerte o el temor de que esto ocurra a los seres más cercanos es un proceso esperable en este período. Ocurre que la mayoría de las veces, los adultos se asustan, se enojan e intentan no hablar de eso. Se constituye así en un tema tabú, tan tabú como lo es la sexualidad. Cada cultura, cada religión, cada momento histórico da algún sentido a la muerte. Ese sentido compartido es el que nos constituye como sujetos, nos permite poner algunas palabras a la misma, evitando de esa formar “actuar” aquello que no puede nombrarse. En base a lo dicho anteriormente, quisiera advertir que podría resultar contraproducente tomar ciertas posturas extremas frente al citado juego de la Ballena Azul. Es decir, si tanto padres como docentes se ubican de forma intrusiva e invasiva en el manejo que hacen sus hijos o alumnos de las redes sociales, para evitar que ingresen a este tipo de dinámicas, paradójicamente, pueden estar empujándolos a hacerlo. Las prohibiciones (sobre todo en la adolescencia) aumentan la atracción por aquello prohibido. Es un arma de doble filo, puede llevar a un “pecar por exceso”, a través de lo cual podemos facilitar aquello que buscamos evitar, por ejemplo, hablando e insistiendo constantemente con el tema y mostrando desesperación e impotencia al respecto. Especialmente teniendo en cuenta que el adolescente, busca como parte del proceso de desarrollo esperable, diferenciarse de sus padres y familia en general; por lo cual a veces el propio hijo puede sentirse como un desconocido para su entorno. Marcadas son las dificultades que se le presentan al adolescente si cuando busca un adulto encuentra un par; a veces con la excusa de generar confianza en sus hijos los adultos se muestran amigos, o también puede ocurrir que no se habilite la palabra y por desesperación solo aparezca la prohibición, por eso resalto la necesidad de padres disponibles, adultos pero que no abrumen.En este período de desarrollo y crecimiento, en ocasiones el intento de diferenciación lleva a medidas desesperadas, donde el apropiarse del propio cuerpo puede llevar a realizar marcas en el mismo, yendo desde las más simbólicas y culturalmente compartidas como los tatuajes, aros, piercings (que pueden incluir un sentido estético), hasta las más primitivas como los cortes en la piel. Cabe preguntarnos como sociedad, como familia, de qué espacios disponen los adolescentes para “formar parte”, para hacer lazo con sus pares. El adolescente necesita de los grupos como del aire para respirar, y cuando no puede ingresar a ninguno y si además no encuentra lugar en su familia no es raro que fácilmente se vea captado por el sentido de pertenencia que le brinda formar parte de algo, aunque sea algo negativo. Es mejor ser alguien malo, que ser nadie. Esta es la misma lógica sectaria de los grupos de adictos. Lo importante, más que estar alertas, sería poder estar como adultos, atentos, disponibles, abiertos a la escucha desprejuiciada de los adolescentes, sobre esta y otras cosas que trascurren en las redes sociales. Y sobre todo tomarlos en serio, no minimizar el sufrimiento psíquico con frases peyorativas como: “Es porque es adolescente, es normal que sea rebelde, está en la edad del pavo, solo quiere llamar la atención, nos quiere manipular…”, intentando así, poder contener las angustias y ansiedades que necesariamente despertarán en los adolescentes los dos principales temas que llevan a los humanos a un analista: la sexualidad y la muerte.Escribe: Magister Valeria Guirland, Coordinadora de la Licenciatura en Psicología de la UCAMI
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