Brasil era la B del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), las cinco economías de países emergentes que tuvieron un fuerte desarrollo en la última década. Hoy es económicamente un despojo de lo que fue hace algunos años. Brazil, con z, fue una película de ciencia ficción estrenada en 1985. El film presentaba una sociedad distópica (indeseable) cuya trama se desataba a partir de un error de tipografía en un apellido. En ese mundo completamente burocratizado se disparaba la detención de un inocente por ese error, con implicancias fatales para él. Actualmente, Brasil es un país distópico en el cual se profundizó el caos luego del “error” de emisión de decretos que activaron préstamos que el gobierno de Dilma Rousseff había solicitado a bancos estatales, sin haber pedido permiso al congreso. Violó la ley de responsabilidad fiscal, maquilló los números y esto tuvo consecuencias imperdonables para ella. Parafraseando aquel slogan del canal estadounidense TNT. “Pasa en las películas, pasa en la vida…”, pasó en el PT. El Partido de los Trabajadores que había llegado al poder de la mano de Lula Da Silva, terminó expulsado por culpa de ese “error” burocrático que se le endilgó a Dilma Rousseff y disparó su impeachment de destitución. Entre el 2003 y el 2010, el PBI de Brasil tuvo un crecimiento promedio de 4,1%. En 2013 llegó a contraerse al 2,3% pero creciendo por encima de los Estados Unidos e Inglaterra. En 2014 cerró con una suba de apenas un 0,2% para hundirse en -3,8 y el -3,6 % en 2015 y 2016 respectivamente según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Esos números hablaban de lo que estaba ocurriendo a nivel global, el viento de cola que impulsó a las economías latinoamericanas se había terminado y en los últimos cinco años, sin posibilidad de obtener recursos genuinos. Brasil siguió y hasta aumentó el gasto con un fuerte crecimiento de su deuda pública interna. Entre el 2013 y el 2016, que pasó del 55%, al 66% de su PBI (Cepal). Entre 2001 y 2013, su floreciente economía consiguió sacar de la pobreza a más de 20 millones de habitantes. Estas acciones estuvieron fundamentadas en el importante rol que tuvo el Estado en las políticas públicas. Había mucho dinero y, nobleza obliga, tanto Lula Da Silva como Dilma Rousseff se encargaron de hacer lo que el pueblo espera de sus gobernantes: instalar políticas que los ayudaran a lograr una mejor calidad de vida. Pero en esa descripción de lo que muchos consideran (en una visión romántica de la política) lo que un buen gobernante debe hacer para acompañar el latir de su pueblo, no tuvieron en cuenta la previsión de generar políticas anticíclicas. Y fue así que cuando la economía cayó en un pozo (para explicarlo fácilmente), Brasil no tenía “ahorros” para aguantar la mala época que se venía. A la par, sin sustento estructural, los pobres quedaban otra vez al borde del abismo, porque el Estado brasileño y sus gobernantes pensaron que nada malo les podía pasar, que ya no había vuelta atrás. Eran la quinta economía del mundo. El desarrollo lleva décadas de políticas basadas en una economía sustentable (pregunten en Australia). Cuando la expansión económica China se redujo, bajó el requerimiento de las materias primas de Latinoamérica, comenzó a faltar dinero para sostener la velocidad del tren del progresismo (pregunten en Argentina y Brasil). Y cuando cayeron los precios internacionales del petróleo, se derrumbó el castillo de naipes construido bajo el mito nacionalista de Simón Bolívar (pregunten en Venezuela). La caída de Brasil y las otras economías pujantes que pudieron llevar adelante los gobiernos de la región, gracias a un contexto externo sin igual en la historia, conforman un problema muy complejo y polémico de abordar. Entran en juego las concepciones de políticas económicas que en apariencia son totalmente opuestas pero tienen la misma base. Por un lado están aquellas en las que la economía está presente con un fuerte rol del Estado. Por el otro, las neoliberales, que dejan que las fuerzas del mercado, el “laissez faire” (dejar hacer), la oferta y la demanda, la maximización de la renta, el efecto derrame, etcétera, equilibren los números. Una tiene en su núcleo de acción y razón de ser a las personas. La otra considera, en una ecuación de “darwinismo social”, y con una orientación racionalista matemática, que son las personas las que tienen que adaptarse a lo que hay que hacer para que funcione la economía. Eso es lo que pretende llevar adelante el presidente Michel Temer en Brasil. Ambas sin embargo están bajo la lógica del capitalismo. El otro modelo de gobierno apunta a distribuir de forma equitativa la riqueza, aunque la clase dirigente siempre es la que se lleva la parte más grande de la torta. Es como si dijeran “le toca uno a todos por igual, pero yo me quedo con tres por cada uno que reparto”. Robin Hoods del subdesarrollo. Ya sé, las generalizaciones siempre son injustas.Se ha visto como la operación Lava Jato desnudó un entramado de corrupción que, aunque tal vez algunos no se hicieron ricos con fondos estatales, como podría ser el caso de Dilma, como mínimo avalaron que millones de dólares salieran de la empresa estatal Petrobras para pagar coimas y sobresueldos a políticos propios y ajenos. Como si no fuera mucho todo ese dinero que daba vueltas en manos de la clase dirigente, apareció la empresa Odebrecht y también contribuyó a pagar sobornos que inclusive traspasaron las fronteras de Brasil y dejaron a cientos de políticos extranjeros sospechados. Hasta hay un expresidente prófugo, como el caso de Alejandro Toledo de Perú. Por esta misma situación, hoy Argentina es una olla a presión, donde desde tierras cariocas los arrepentidos empezaron a contar qué hay dentro del recipiente y por qué sale tanto olor a podrido. Se dice que por estos lares hay muchos exfuncionarios y empresarios que están buscando la forma de apagar esa hornalla antes de que todo explote en mil pedazos. El país vecino reparte hoy lo que ellos denominan “bolsa familia”, una ayuda social que alcanzó a más de 20 millones de personas y que fue una de las patas en las que se sostuvo esa salida de la pobreza. El gobierno de Michel Temer hizo un fuerte recorte y sacó de un plumazo a más de un millón de brasileños del plan. Fue tal la penetración de esa política de ayuda social que por ejemplo, hay pueblos en los que la mitad de la población cobra ese beneficio. En la ciudad de Ribeirao Branco, en el Estado de São Paulo, casi 15 mil personas dependen de esos 240 reales mensuales. No es que sea malo activar políticas para ayudar a las familias, el problema es la forma. Aunque remanida, es la frase que más se ajusta para explicar las consecuencias de aletargar en el tiempo la entrega de dinero. “Si le das p
escado lo alimentas un día, si le enseñas a pescar lo alimentas para toda la vida”. Cuando la economía entra en crisis, hay millones de personas que temen que les saquen sus ayudas sociales. En más de una década naturalizaron la entrega de fondos y como se mencionó, ahora el presidente Temer movió el brazo y tiró a millones de arriba del plato. Regreso a la pobreza. Lo vivimos nosotros en 2001 y ahora lo vive Brasil. “Que se vayan todos”. La idea de una clase dirigente corrupta atraviesa transversalmente a todos los partidos. Habitualmente los corrompidos suelen estar de un lado del mostrador, en el lado donde está la caja, pero hoy parece que también todos los comensales tienen las manos sucias. Así figura en las denuncias, así ya hay varios presos y cada vez son más. Los casos Lava Jato y Odebrecht arrastraron a Brasil a su peor crisis de la historia, y la semana pasada apareció un nuevo actor, el frigorífico JBS. Sus directores denunciaron ante la Justicia que los sobornos y la entrega de fondos para la campaña también involucraron a Rousseff y Lula Da Silva. Tampoco Temer quedó afuera, ya que supuestamente lo grabó al presidente solicitándole continuar con el pago de mensualidades al expresidente de la Cámara de Diputados Eduardo Cunha, para que no delate a nadie más. Hay tanto corrupto, que la delación premiada (delatar al resto de los delincuentes a cambio de morigeración de la condena) es la pesadilla que atormenta a los que todavía no fueron tras las rejas. ¿Cómo sale Brasil de esto? Alguna vez habrá de terminar y quedará aún más en evidencia que fue una victoria pírrica de aquellos que luchan contra la corrupción. El país quedó destrozado, sin credibilidad y con la sensación interna y externa que es una república bananera, con una generación de dirigentes que no supieron mantener el estatus que había logrado el país. A pesar de la forma en que llegó Temer al palacio de Planalto y la escasísima popularidad que tiene, algunos se preguntan cómo es que no cae. El abultado déficit y el plan de recortes que presentó su gobierno tiene a los empresarios a la expectativa de que se mantenga y termine cumpliéndolo. Creen que sin un brutal ajuste fiscal, que entre otras cosas avanzará sobre la edad jubilatoria, ya se aseguró no aumentar los gastos del Estado por 20 años y se teme que repercuta en los derechos de los asalariados, no hay salida posible. El establishment necesita de un político como Temer, por eso, aunque los problemas lo sacuden de su silla desde el 31 de agosto de 2016, está sentado en una base que lo sostiene. ¿Cómo explicar que la que fuera la quinta economía global hoy esté en el estado deplorable en el que se encuentra? “Las políticas populistas le robaron el futuro a Brasil”, titulaba una nota del New York Times hace un año atrás. El país vecino hoy se parece a “Brazil”, una realidad “de película” que abruma por el caos en el que supieron hundirse. El sistema se está devorando a sí mismo. ¿Los habremos contagiado nosotros? A los brasileños les caían vacas del cielo. Se robaron unas cuantas, se comieron otras y le cuentan las costillas a las que quedaron. Por:Lic. Hernán CenturiónDe nuestra Redacción
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