Doña Flora está sentada justo en el centro de una ronda de canastos abarrotados de vegetales de todos los colores. Es “pasera” desde hace casi medio siglo, desde mucho antes de que existiera el puente que une las ciudades fronterizas de Encarnación y Posadas, y cuando cruzar el río Paraná (pariente del mar) era cosa de baqueanos timoneles que iban y venían en inestables embarcaciones -siempre con exceso de carga- a merced de “la correntada” y de los vientos traicioneros. Las paseras son esas vendedoras ambulantes de la frontera, casi invisibles, pero que sin embargo están ahí, con más bolsos que manos para cargarlos. Todos los días llegan temprano a Posadas con frutas, verduras, legumbres frescas y hasta ysypó milhombres y otros yuyitos medicinales. Algunas deambulan con sus canastos en la cabeza y otras se instalan en el lugar de siempre, a veces bajo un chivato, otras, en alguna esquina comercial. Las paseras como Flora fueron pioneras del Mercosur real y no de este Mercado Común del Sur, que ni es mercado y ni es común; ni siquiera es del sur-sur, luego de la incorporación del país caribeño cuyo presidente habla con pajaritos. Un Mercosur que se va llenando de parlamentarios que no legislan, pero que igual cobran dietas –por ejemplo, los “parlasurianos” de Paraguay- o en el peor de los casos, viáticos y gastos de representación, todo ello mientras las Floras siguen construyendo la integración. La pasera de este relato seguramente dejará sus huesos en la esquina del Cali de calle Alberdi, en la pintoresca Villa Sarita de Posadas. Flora no es una anciana, pero los surcos de su piel, que cuentan múltiples y superpuestas historias de la vida en el borde (acabo de recordarte, Ana María Zanotti, a vos y a tu serie documental “Escenas de la vida en el borde”, le suman a su biología guaraní decenas de años. Por suerte, para Flora y para quienes hemos interactuado con ella, no todo es cuestión de cantidad, porque esos años duplicados a fuerza de intemperie, le otorgaron sabiduría a su empirismo de supervivencia, a sus saberes simples que entrelazan lo nuevo de los tiempos que corren, con mitos y leyendas de aquel Paraguay grande y próspero, que sin embargo ¡mandaba a sus niños a la guerra! La paraguaya del Cali de Alberdi es de esas féminas orgullosas de ganarse la vida trabajando duro; de esas kuñá (mujeres) que con o sin hombres en la casa criaron dignamente a sus hijos; mujeres que ambicionan una salud de hierro, o al menos que los huesos no duelan tanto en los días de humedad, para seguir trabajando hasta el último aliento, hasta la manó (muerte). Si la ven, díganle a Flora que la extraño. Aquí en Neuquén, no la encuentro en ninguna esquina (aunque nobleza obliga, debo confesar que algunos vendedores de frambuesas o frutillas, hacen lo imposible por representarla) ¡Ay Flora! Vos sabés que la magia de las paseras solo vive en esa frontera caliente, a veces demasiado cruel, pero siempre desbordada de esperanza infinita. Aquí, las riquísimas fresas del sur no podrán sustituir jamás ese sabor intenso y tropical de tus bananitas de oro y tus mburucuyás. Es cierto, no te veo en las esquinas, pero en mi memoria olfativa viven aromas indescriptibles, esos que solo se perciben bajo tu sombrilla de playa, grande y colorida, con la cual intentás hacer frente a los 42° ¡a la sombra! Y te imagino cual pintor vanguardista sentado entre píxeles y paletas, a la espera de que los galeristas/compradores del Cali pasen por tu puesto y se lleven algunas de tus obras/mercancías. Es que después de cargar y descargar tantas veces en el largo proceso que se inicia el día anterior en Encarnación y que continúa en ambas cabeceras del puente, para finalizar -¿finalizar?- acarreando todo “desde la paradita donde me deja el servicio internacional” hasta el punto de venta, siempre cuidando de que “no se machuquen” las frutas, creo que es casi lógico suponer que para Flora sus mercancías ya dejaron de ser simples vegetales. Apenas regrese a visitarte, mi Posadas linda, sucia y desordenada; cuando recorra otra vez cada centímetro de tu bonita geografía tallada a fuerza de EBY; si vuelvo a caminarte, ciudad anómica y anárquica, que serpenteas entre chivatos y lapachos en flor, desandaré las calles nuevamente para encontrarte, Flora. Ojalá puedas recibirme serena como siempre, entre los amarillos, rojos y verdes de tu pequeño mundo frugal. Ojalá que tus cansados ojos sigan reflejando tanta belleza e ingenuidad; tus manos ásperas tengan la fuerza para encarar cada nuevo día y tu alma traslúcida el coraje para celebrar la vida, la vida de frontera; más allá de los prejuicios, las inequidades y las injusticias. Sé que debí haber puesto el punto final justo en “injusticias”; era la palabra ideal para el cierre, pero intento ser justa hasta con el lector más prevenido ya que prima facie pareciera que incurrí en una contradicción al calificar a Posadas como ciudad linda, sucia, desordenada, bonita, anárquica. Si no la viviste, te parecerá un poco loco, pero te juro que no hay antagonismo alguno en esa adjetivación. Posadas es una ciudad hermosa, con más de medio millón de habitantes, anómica y sin gestión. Una capital de provincia que en los últimos años recibió por parte de Yacyretá millones y millones de pesos en infraestructura, equipamiento urbano, recomposición vial, áreas recreativas, culturales, deportivas, entre otras grandes obras y no puede garantizar ni siquiera la limpieza de las áreas costeras o el mantenimiento mínimo de los espacios entregados por la EBY (Entidad Binacional Yacyretá). Te puede parecer un eufemismo pero Posadas es una ciudad con gente imprescindible y genial que comparte el café con parroquianos que se ubican en las antípodas. ¿Puede haber algo más patético y surrealista que un intendente reconociendo públicamente la existencia de más de 100 minibasurales en la ciudad de la cual es el jefe máximo? (Sé que es casi obvio, pero lo digo igual: La principal función del gobierno municipal es prestar los servicios públicos indispensables, que a su vez constituyen la contraprestación por el pago de tasas y contribuciones). Pero si ello no te pareció suficientemente contradictorio, agreguemos que este mismo funcionario pidió paciencia a los vecinos -que se quejan por la falta de recolección de residuos- a quienes el Municipio exige el cumplimiento de los pagos sin paciencia alguna.Si no viviste en Posadas, pero leíste a Gabriel García Márquez, tal vez puedas imaginarla como Macondo… a veces con algunos buenos días aunque sin aurelianos ni arcadios y otras, con
largas noches de procesiones de hormigas que la “Bajada Vieja” bajando van llevando cien años… de indiferencia.-(*) Tomado del libro Villa Sarita, del Dr. Hugo Benmaor.Colaboración: Marta BraunsteinPeriodista
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