Patrimonio de la humanidad y marca inequívoca de la propaganda política, la posverdad transcurrió sin problemas los límites legales de la literatura y desde diciembre ocupará su espacio en el diccionario de la RAE. Sorteó sin angustias los convencionalismos para instalarse con fuerza en esta era haciéndola suya. Impulsó y le dio un nuevo rostro a una vieja conocida por todos: la mentira.Posverdad… El prefijo “pos” advierte que la raíz de lo que se intenta explicar fue desplazada a un segundo plano. Y no es que la verdad dejó de existir, en todo caso ya no es tan importante como lo posterior. Pero este artículo no busca teorizar sobre el concepto, sino advertir sobre sus prácticas más usuales ya que, en definitiva, todos estamos atados a posverdades e incluso muchas veces las reproducimos.La explosión de Internet y la vehiculización de datos que desarrollan las redes sociales encauzan los modelos de pensamiento. Creemos que elegimos libremente de entre muchas fuentes, cuando en realidad solamente optamos por unas u otras de entre las que nos ofertan quienes están detrás de los contenidos. Buscamos las que nos ofrecen datos que se encajan en nuestro modelo de realidad y así reforzamos nuestro microclima. La posverdad se nutre de ese sistema. Plantea los riegos y las ventajas de quien la impulsa. Nos dice, por ejemplo, que el gas sarín que empleó el Gobierno sirio contra su población semanas atrás tiene directa vinculación con la excandidata demócrata Hillary Clinton. Algunas imágenes brutales, algunos colores y tipografías específicas y el daño está hecho. Allí, en ese paquete informativo murieron personas, pero también murió la verdad.La posverdad en este caso partió de donaldtrumpnews.co, una de las cientos de miles de páginas web que difunden teorías conspirativas y contenidos falsos que, vehiculizados por personas influyentes tanto externas como de nuestro entorno, a través de diversos medios como las redes sociales, traccionan a la opinión pública hacia uno y otro lado.Jamás se probó que el Gobierno sirio fue el que empleó el gas letal, mucho menos que fue la contrincante de Donald Trump la que acercó el material letal. Pero fue la sensación generalizada ante un estímulo, fue la bronca por como marchaba la economía, le creciente retórica contra los inmigrantes, la sensación de inseguridad proyectada sobre los musulmanes y el poderoso contenido del concepto de “cambio”, sumados a la marca del sitio que lanzó el dato, lo que hizo que una conspiración brutal como la referida se convirtiera en verdad para miles de estadounidenses que descargaron la consecuencia en las últimas elecciones presidenciales.En definitiva, un cúmulo de sensaciones, emociones y temores terminaron legitimando la especie. Y la complejidad del conflicto sirio, el vértigo del sistema mundial y la desinformación cotidiana hacen que nadie se ocupe en desmontar la teoría.Y es que para los sectores más amplios, que algo inherente a sus intereses sea verdad, se vuelve más importante que la propia verdad, sobre todo si coincide con su sentido común.La retórica política, que se potencia en las campañas, está repleta de posverdad. Los candidatos construyen realidad en base a las sensación generalizada e incluso, muchas veces, son los promotores de esa sensación. Moldean la conciencia colectiva y la personal en base a datos incomprobables, a proyecciones inciertas que, al cabo de un tiempo, casi nadie se ocupa de constatar.El resultado es abrumador. Se acepta lo que parece evidente, aunque no lo sea, y se actúa en consecuencia. Al final del proceso somos víctimas de una simplificación mental y nos limitamos a hacer caso a los datos que apoyan nuestras ideas e ignoramos la información que las contradice.En 2010 el director Cristopher Nolan estrenaba “El Origen” (originalmente “Inception”), un thriller que, entre otros muchos aspectos destacables, contaba con el siguiente diálogo:• ¿Cuál es el parásito más resistente? ¿Una bacteria? ¿Un virus? ¿Una tenia intestinal?• Una idea. Resistente. Altamente contagiosa. Una vez que una idea se ha apoderado del cerebro es casi imposible erradicarla.La posverdad actúa bajo esa premisa. Su éxito está dado por el peso específico de un líder de opinión que puede ser un dirigente social o político, un periodista y hasta un familiar con acceso a alguna red social. Son los que se encargan de construir la verdad en base a las sensaciones imperantes, a las creencias y el imaginario de las masas y no de los hechos reales.La objetividad, sostenida por datos comprobables, cae frente a una frase contundente, una imagen sugerente, una impresión generalizada, un paquete emocional que casi siempre apunta al miedo o la ironía. El formato del contenido es entonces más importante que el hecho en sí. Se apunta al emisor y no al mensaje. Y en esta dinámica las redes sociales, y la mala fe, juegan un papel fundamental, vehiculizan las opiniones y en ellas vale más lo que se piensa que la evidencia. Quienes impulsaron la salida del Reino Unido de la Unión Europea integraron a su campaña la advertencia de que al salir del bloque se ahorrarían 435 millones de dólares por semana, una falsedad que reconocieron apenas después de ganar el referéndum. Pero el triunfo del separatismo no se ancló simplemente en esta mentira, sino que la mentira fue empleada para acrecentar la bronca de los ingleses contra el gobierno que defendía el unionismo. Ejemplos de posverdad sobran a lo largo de la historia, pero más importante que su análisis es observar su práctica cotidiana y actual por parte de quienes dirigen los destinos de un sistema global crítico y en constante tensión. Nos toca ser implacables con quienes recurrieron al engaño masivo para acceder a puestos de decisión. Pero también nos toca ser rigurosos con quienes, anclados en la condena a esas prácticas, reemplazaron a los anteriores, pero no cambiaron sus conductas.Por:Guillermo BaezDe la Redacción de PRIMERA EDICIÓN
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