En toda carrera de psicología hay programas dedicados al estudio del psicoanálisis y a los aportes que brinda para conocer e investigar el funcionamiento profundo del psiquismo o, para decirlo en términos más comunes, de la mente humana a lo largo de la vida. Por sus contribuciones en esta disciplina nuestro país es un destacado exponente a nivel regional y mundial, pues ha producido y continúa desarrollando importantes avances en lo referido tanto a la teoría como a la clínica psicoanalítica, dedicada al tratamiento de trastornos psíquicos de diversa índole. Quienes sostenemos la tarea docente en la Universidad difundimos su enseñanza y debatimos con otras disciplinas del ámbito académico, con el objetivo de ampliar nuestro horizonte y estudiar con mejores instrumentos ciertas problemáticas que se presentan a nivel comunitario. El psicoanálisis sabe hacer sus aportes en ese campo porque, entre otras cosas, es una disciplina que se ocupa de estudiar los síntomas sociales en el marco de lo que considera como el malestar inherente a la cultura.En este espacio nos interesa reflexionar particularmente sobre ciertos síntomas concernientes a la posmodernidad o modernidad tardía, a la que algunos autores denominan modernidad “líquida” en alusión a la falta de referentes estables y a la redistribución de los poderes de disolución de la modernidad. Entre muchas problemáticas podemos mencionar dos que, de algún modo, marcan el estado actual de las relaciones sociales. Por un lado, estamos en presencia de los efectos del desmoronamiento de la función paterna que, a nivel social, se traduce en la caída del principio de autoridad, el debilitamiento de los límites y del respeto por el semejante bajo la forma del “todo vale”; y por otro, se percibe un insistente llamado a disfrutar en todo momento y lugar sin que importe la diferencia entre lo público y lo privado, como una suerte de estimulación permanente del goce desenfrenado que, a nivel social, se traduce en términos de excesos en el consumo de alcohol y drogas e incluso del ejercicio de la violencia y del abuso en sus diversas modalidades. Todo ello en el marco de un ostensible individualismo que, en muchos casos, deja como consecuencia vivencias de vacío, desamparo y abulia. Estos dos factores (el declive de la función paterna y el empuje al goce sin restricciones) se presentan articulados entre sí, porque el ejercicio de la función paterna supone en su fundamento la vigencia de ciertas prohibiciones que al mismo tiempo habilitan la realización de conquistas o logros individuales. Dicho en otros términos, la función paterna prohíbe la satisfacción inmediata de ciertos impulsos perjudiciales para la vida comunitaria y al hacerlo habilita el surgimiento de deseos prometidos a su realización. Se trata de un esquema de funcionamiento donde algo del goce inmediato y compulsivo debe quedar prohibido, sancionado bajo los efectos de la ley paterna para dar lugar a las potencialidades del deseo.Cada época histórica de nuestra cultura organiza de manera particular los modos en que se ejerce la autoridad y las condiciones bajo las cuales se accede a la satisfacción. Vale decir que, aún con toda su relevancia, cualquier cambio a nivel histórico es un modo de organizar el malestar en la cultura, como una forma de encausar la dimensión de los imperativos y las formas de acceder al goce. Dicho en términos muy amplios y con las reservas del caso, podemos señalar que en nuestras sociedades se ha operado una mutación por la cual han perdido vigencia los ideales de renuncia y sacrificio y, en su remplazo, ha pasado a ocupar la escena social un discurso que predica el empuje al consumo y a la satisfacción sin restricciones. Así pues, en la medida en que ha sido perturbada la función simbólica de los límites, la vida cotidiana ha quedado expuesta a los efectos de la desregulación bajo la forma de excesos y abusos de diversa índole. La devaluación de la función del límite y la caída del principio de autoridad, se revela por sus efectos más o menos evidentes pero siempre costosos a nivel social y comunitario. La preocupación de los padres y de los maestros por la dificultad en poner límites es, entre otros, un ejemplo cotidiano del déficit de las figuras de autoridad. A nivel publicitario, por ejemplo, asistimos a una prédica constante para disfrutar en todo momento y lugar sin limitaciones, y por si fuera poco -según dicen- ahora se puede “elegir todo”. Cuanto menos, se trata de una propuesta curiosa porque la lógica propia de la elección implica de por sí dejar algo de lado. Pero cuando se induce al “elegí todo” se promueve la ilusión de realizar lo imposible y se invita a la supresión de los límites. La otra cara de este clima social festivo es la violencia a escala demencial y la proliferación de ciertas patologías que efectivamente parecen hacerse eco de la ausencia de referentes y el empuje al exceso: estrés, alcoholismo juvenil, adicciones, bulimia, anorexia, etc. Sin embargo, no se trata de anhelar con nostalgia las épocas pasadas. Por el contrario, creemos que uno de los grandes desafíos desde el punto de vista socio-clínico consiste en pensar estrategias y dispositivos para responder a los problemas que la época plantea. En sus diversas aplicaciones, el Psicoanálisis está comprometido en esa tarea para abordar nuevas patologías.Colaboración: Omar Mosquera Doctor en Psicología, Psicoanalista y Profesor Titular de la Licenciatura en Psicología UCAMI
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