In-Justicia Social

El caso del “Polaquito”, ese chico de ocho años que contó sus peripecias delictivas en el programa de Jorge Lanata, como si fuera un libro, fue solo la primera página, apenas el índice de la tragedia del desastre social que merodea desde hace décadas a, en promedio, el 30% de la población argentina. ¿De quién es la culpa? ¿De los gobiernos militares y democráticos?, que desde 1976 hacia acá con sus políticas mucho hicieron para que la gente se cayera de la mesa mientras algunos funcionarios hicieron negocios y se volvieron ricos gracias al Estado. ¿De los padres?, que permitieron que sus hijos se críen con los valores de la cada vez más tupida selva en la que se convirtió la calle. ¿No tuvieron opción esos progenitores cuando tuvieron que salir ambos a trabajar para poder darles de comer? ¿Fue culpa del ingreso de la droga?, con pibes tentados a consumir para recibir una gratificación efímera para sus vidas miserables. ¿Fue culpa del capitalismo y de la sociedad de consumo?, que en sus directrices de acumulación y compra instan a que todos se suban al barco mientras van tirando salvavidas de colores a los que ya llevan tres generaciones sin siquiera poder subirse a la tercera clase. Muchos venían de familias con pobreza digna, las cuales cuarenta años después, mutaron en miseria. ¿Es un mito o es realidad, que hay sectores políticos que prefieren tener a una franja dura de la población en la pobreza, otorgándoles dádivas, asegurándose así el voto de los candidatos y partidos que “siempre están con ellos” y los acompañan a llevar adelante su vida tan dura? ¿Es Argentina un país de rehenes pobres, o pobres rehenes que sufren el síndrome de Estocolmo?La lógica indica que para solucionar los problemas primero hay que hacerlos visibles.Este año, a través del decreto 358/2017, el Poder Ejecutivo estableció la creación del Registro Nacional de Barrios Populares y su incorporación dentro del ámbito de la Agencia de Administración de Bienes del Estado. El drama de las villas recorre todo el país y se muestra con más fuerza en los centros urbanos. El gobierno nacional junto a diferentes ONG y movimientos barriales entre agosto de 2016 y mayo de 2017 realizó un relevamiento para conocer dónde están focalizados los núcleos más duros de la pobreza. El resultado arrojó que en el país hay 4.100 asentamientos. Misiones tiene 243 villas miseria, Corrientes 107, Chaco 264, Formosa 78, Salta 145, Jujuy 91, Catamarca 33, Tucumán 186, Santiago del Estero 47, Santa Fe 333, Córdoba 172, Entre Ríos 168, La Rioja 14, San Juan 29, San Luis 23, Mendoza 205, Neuquén 84, Río Negro 114, Chubut 56, Santa Cruz 5, Tierra del Fuego 36, Provincia de Buenos Aires 1612, Ciudad Autónoma de Buenos Aires 55.Más de la mitad de las villas (2.275) nació antes del 2000, mientras que 749, casi un cuarto del total, son posteriores a 2010. En tanto, de 1.340.272 de personas relevadas, el 38% son niños o jóvenes de hasta 20 años, y el 3% son mayores de 65 años. Se denomina “barrio popular” a los barrios donde viven al menos ocho familias agrupadas o contiguas, donde más de la mitad de la población no cuenta con título de propiedad del suelo ni acceso regular a dos o más de los servicios básicos: agua corriente, energía eléctrica o cloacas.Según se estableció en el decreto que impulsó la medición, la función principal de ese registro fue “asentar los ‘barrios populares’, las construcciones existentes en dichos barrios y datos de las personas que las habitan a efectos de desarrollar políticas públicas habitacionales inclusivas”. Fue además la base de datos para iniciar políticas tendientes a la regularización dominial.Como ocurrió históricamente, la falta de posibilidades laborales en las provincias hizo migrar a las personas de pueblos del interior a las capitales de provincia y hacia el principal centro urbano del país, Capital Federal y Buenos Aires. Cincuenta años atrás tal como lo hicieron nuestros padres y abuelos, el trabajador común podía comprar un terreno a través del ahorro y con un poco de esfuerzo. Hoy para las clases bajas y medias (inclusive los créditos Procrear) sigue siendo una tarea titánica poder acceder a una casa propia. Los menos pudieron pagar una cuota de un barrio construido por entes provinciales de vivienda, el resto quedó condenado a construir en el fondo de las casas de los padres u ocupar terrenos fiscales y “amucharse” con otras familias en asentamientos cercanos a las ciudades. Barrios enteros sin agua potable ni cloacas. Al respecto se dice que durante décadas los gobernantes, municipales, provinciales y nacionales le escaparon a construir cualquier obra que fuera bajo tierra, “porque la gente no lo ve” y no sirve a la hora de pedir votos. El desastre económico crónico del país, por ineficacia o irresponsabilidad de los gobiernos disparó la pobreza desde la década del ‘70 y la mantuvo estable en el promedio del 30% hasta hoy. El sitio chequeado.com, publicó  un informe de la consultora Orlando Ferreres en el que mostró que en 1970, la pobreza alcanzaba al 5% de los argentinos. En 1980 trepó al 8%. En 1985 al 16%. 1988 al 34,3%. 1989, 39,8%. 1990 41,3%. Bajó al 21% en 1992 pero volvió a explotar al año siguiente al 30%. Desde entonces y hasta fines de 2001 se mantuvo en un 30%. La implosión argentina de 2001 la llevó al 50,3%. Bajó al 29% en 2006 y se mantuvo en esa cifra cercana hasta la última medición del Indec que la mostró en el 32%. Hay que tener en cuenta que el gobierno anterior había dejado de publicar el índice en 2013 y hablaba de una cifra cercana al 5%. La Justicia social merece una reflexión breve sobre el sistema educativo porque por su complejidad, sería materia de especialistas y no cabría en estas páginas una explicación detallada de lo que ocurrió con la escuela en nuestro país. Si tomamos las pruebas Pisa y la exclusión de Argentina del ránking 2016, tenemos un ejemplo del estado de la educación. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), el organismo que se encarga de impulsar esas pruebas evaluatorias a niños de quince años en diferentes ciudades y países del mundo, no nos tuvieron en cuenta “por no poder comparar la muestra” con años anteriores, debido a que hubo una “disminución significativa de la proporción de niños” que fueron sometidos al examen. La Dirección de Educación y Habilidades de la Ocde puso la lupa sobre el país y se encontró con que el Gobierno omitió escuelas que históricamente habían participado en el test. En la evaluación de 2012 Argentina había quedado el puesto 59 entre los 65 países que fueron estudiados. Ante la sospecha que el Gobierno manipuló los datos de 2015 para que no volvieran a dar mal las mediciones, el organismo decidió dejar de lado al
país en su último informe.Cuando se supo el caso, los políticos no kirchneristas salieron a cargar contra el anterior gobierno por el estado de la educación y el escándalo que provocó la exclusión de Argentina. Para contestar, el exministro de Educación, Alberto Sileoni, salió a dar una conferencia de prensa. Defendió su gestión y explicó que las escuelas que no fueron tomadas en la muestra ya no existían y que el Gobierno de Macri pidió explícitamente que no tuvieran en cuenta la medición del 2015 para seguir culpando al kirchnerismo de la “herencia recibida”. Como nos tienen acostumbrados los políticos y diferentes gobiernos, la culpa siempre es del otro. Nadie se hace cargo de los errores. Realmente no existe una política de Estado para mejorar la educación.La lógica es “todo lo que hizo el anterior estuvo mal” y ya van dos generaciones que salieron de las escuelas secundarias sabiendo menos que sus propios padres.  El drama educativo repercute en la falta de sentido crítico de los ciudadanos. Cualquier político que posea una mínima capacidad retórica sumada a una buena estrategia de marketing, o de propaganda cuando se habla del uso del aparato del Estado, puede convencer a muchos apelando al discurso épico. Así, el discurso político se construye con figuras heroicas salvadoras de la nación. Por eso las falencias del sistema educativo también tienen que ver con la justicia social. ¿Es justo utilizar al votante acrítico para ganar elecciones prometiendo quimeras? ¿Es justo apelar al patriotismo y convencer desde la emoción para luego montar o valerse de los sistemas de corrupción existentes? ¿Es justicia social enriquecerse a costa de los impuestos que pagan los contribuyentes, que quedan a medio camino entre las empresas ejecutantes de las obras públicas y las partidas que liberan los funcionarios? ¿Es justicia social inaugurar obras que cambien la vida de los ciudadanos más vulnerables cuando por detrás se desviaron millones que fueron a parar a bolsillos de la política?“Estudia y no serás cuando crecido, ni el juguete vulgar de tus pasiones, ni el esclavo servil de los tiranos”, rezaba el poema. El problema es que aún los que tienen suerte de aprobar los diferentes niveles de la educación caen presa de las doctrinas políticas que enseñan a defender la causa del partido, aunque ese sector se valga de “la patria” para sus propios beneficios. Tal vez haya sido el cuento de la justicia social el que mantiene a esa franja dura de la población presa de sus “héroes”. “Roban pero hacen”, “no van a robar porque son ricos” etcétera. No se piensa, se vota desde la emoción o la aversión al otro. Así llegó la Argentina a este siglo XXI con un 32% de la población en la pobreza y en aumento. En los libros de historia figura que el país fue potencia mundial. ¿De quién es la culpa de que hoy no seamos una nación desarrollada como Australia? La culpa es de los militares, del peronismo (en todas sus acepciones), de la oligarquía, de los zurdos setentistas, del imperio yanqui y de Dios porque llenó el país de argentinos. Nadie se hace cargo de la tragedia nacional. Recordemos: en 1970 Argentina tenía un 5% de pobreza. Treinta años después vimos a Barbarita, la niña tucumana que lloraba en TV porque la noche anterior no había comido nada. La emergencia del “Polaquito” es el indicio. Quince años después la situación sigue igual o peor en los estratos más bajos de la sociedad. La gran paradoja de los paladines de la justicia social es que mientras ayudaron a los pobres en sus carencias, ellos se volvieron más ricos. Bajo el pecado de la generalización, la política se convirtió en un negocio. Una forma de rápido ascenso social sin esfuerzo. Ante este panorama, no es extraño que broten “polaquitos” en cada rincón del país.  Alguna vez Arturo Jauretche habló de mostrar la verdadera realidad del país. En ese sentido, si estuviera vivo, la tan mentada “justicia social” podría haber formado parte de su Manual de Zonceras Argentinas. Colaboración:Lic. Hernán Centurión

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