Cuando concluya su mandato, a fines de 2018, Michel Temer quizás tenga que responder ante la Justicia por la denuncia que lo tuvo al filo de la destitución hasta hace algunos días. Aunque seguramente para esas fechas ya no sea tan importante saber si verdaderamente allanó el camino a los sobornos en su gobierno, sino testear la profundidad de sus impactantes medidas económicas y políticas. La Cámara de Diputados lo salvó de una investigación en pleno mandato. Y aunque esa decisión no prejuzga su culpabilidad o inocencia, sí le allana el camino a un gobernante que llegó al poder porque el sistema político (y no el sistema democrático) así lo dispuso y que, con viento en popa, reúne casi menos del 5% de aprobación.A los 76 años de edad y casi uno en la presidencia de Brasil, Temer se convirtió en el primer mandatario en ejercicio en ser acusado de un crimen común. A fines de junio pasado el fiscal general Rodrigo Janot pidió su inculpación por corrupción pasiva, como presunto beneficiario de un soborno ofrecido por la gigante de la alimentación JBS a cambio de favores para la empresa.Para el entramado sistema político diseñado por políticos para políticos lo importante no era establecer el grado de responsabilidad criminal del mandatario, sino cerrar los acuerdos que fueran necesarios para sostener el poder en las mismas manos. Porque en definitiva el poder real no es el de Temer, sino el de quienes necesitan que él siga allí impulsando un durísimo plan de austeridad que va desde la flexibilización laboral hasta la reforma de las jubilaciones elevando la edad, entre otros crudos objetivos.Y en tren de cumplir con esos propósitos vale todo y adaptar el sistema a la medida de las necesidades es un mero trámite. Porque a esas alturas y con tal nivel de descalabro, haber licenciado a diez ministros del gabinete para que retornaran a sus bancas de diputados y votaran a favor de Temer es un trámite. Menos de diez horas después y, cumplida la gestión, regresaron a sus despachos del Poder Ejecutivo y aquí no pasó nada.El dominio de Temer sobre el Congreso contrasta con su popularidad de apenas 5%, la peor desde el retorno de la democracia en 1985. Un 81% de los brasileños apoyaba además que el mandatario fuera juzgado, de acuerdo con el mismo sondeo.Pero evidentemente no se trata de popularidad. Está claro que un Gobierno que hace reformas como las que desarrolla Temer no es popular y son pocos los que celebran. De hecho y con los rumores de una victoria de Temer, el mercado financiero mandó un mensaje de apoyo al Gobierno: el índice Bovespa de la Bolsa de Sao Paulo saltó 1% y llegó a los 67.000 puntos, un nivel que no se registraba desde 17 de mayo, cuando explotó el escándalo entre el presidente y la empresa JBS.Y así las cosas, apenas días después del salvataje legislativo, un hombre que llegó a la cúspide del sistema político brasileño de la mano de los legisladores, seguirá allí por la misma vía con el desafío de reformar el sistema jubilatorio. Ese trámite requerirá de una mayoría cualificada de tres quintos en la Cámara y en el Senado, por tratarse de una reforma constitucional. Pero cuál es el problema de reformar la Carta Magna cuando se tiene semejante capacidad de lobby en el Congreso.La democracia, se entiende, es la única vía posible para el desarrollo de una sociedad. Pero debe ir de la mano de dirigentes que dignifiquen el puesto para el que se los elige y se les retribuye. No puede reducirse a un asunto procedimental, a que un evento electoral discurra en condiciones normales y se describa como “la fiesta de la democracia”. De otra forma lo que prevalece es nada más que una democracia formal y no una verdadera democracia. O quizás no se trate de poner la lupa nada más que sobre la democracia, sino sobre la política y las formas de los políticos. Los sobrevuela el aroma a engaño y gigantes posverdades. La democracia debería ser más que poder votar. Colaboración:Guillermo Baez
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