La diplomacia es ajedrez puro. Cada pieza del tablero internacional tiene un propósito y se desarrolla en tanto lo hagan las demás individualmente y en conjunto. La diplomacia, tal y como el ajedrez, también es un ejercicio dialéctico de acciones concretas y sutiles que cada actor debe decodificar. En la diplomacia, como en el ajedrez, convergen imaginación, pensamiento y acción. Imaginarse al concierto de naciones posicionado en un tablero de ajedrez y aplicar la filosofía del juego permite desarrollar perspectiva, comprender los movimientos globales. Porque cada uno de los protagonistas del tablero, como todo buen ajedrecista, busca predecir y determinar el futuro a partir del presente; pero las opciones disponibles son tantas, que anticipar lo que vendrá es una misión extremadamente compleja.Tal y como si fueran dos piezas neurálgicas del tablero internacional, Estados Unidos y Corea del Norte disputan desde hace algún tiempo una de las partidas más inciertas del ajedrez global.Con mucha carga ideológica, demasiados condimentos históricos y amenazas en todas las direcciones, estos dos actores de la escena internacional tienen en vilo al resto del mundo desde que pusieron sobre la mesa la posibilidad de usar armas atómicas para dirimir una disputa cuyos orígenes se presentan difusos.La amenaza de un enfrentamiento a gran escala que arrastraría indefectiblemente al resto de las naciones a una guerra mundial de alta intensidad está latente. Medir la intensidad del riesgo seguramente terminaría en un error. Pero existen datos que, puestos en la balanza, permiten tener una aproximación a si es real o no que esta partida se llevará puesto a todo el tablero.No tan distintosUno dirige un régimen hermético del que poco se sabe. Y lo poco que se sabe proviene de medios de información antagónicos. El otro gobierna la democracia del “way of life”, y si bien casi todos sus actos son públicos, impulsa intereses cuyos alcances no se conocen.Uno debe legitimarse a diario frente a su pueblo que, aunque oprimido, le debe adoración y desfiles pomposos en la plaza principal de la capital. El otro llegó al poder con una tanda de promesas que se le presentan incumplibles por pujas internas o por la propia dualidad y por ello necesita levantar la imagen a costa de lo que sea.Ninguno es previsible, pero ambos encontraron en el otro la respuesta a sus angustias y la manera de construir poder frente a sus gobernados.Las plataformasLos micrófonos y las cámaras aparecen cada vez que algún misil parte hacia el mar, o cuando la tierra tiembla por alguna prueba subterránea. Corea del Norte no comercia a gran escala, no es el principal productor de alguna materia prima, no se caracteriza por la manufactura o el valor agregado de tal o cual producto y sin embargo siempre estuvo en el punto de mira. Quizás sea así por representar uno de los últimos resquicios del comunismo pos Guerra Fría. Tal vez por ocupar un espacio geográfico estratégico a mitad de camino entre China y Japón. O quizás sea nada más porque es un blanco factible en la ecuación política que permite lanzar amenazas, tirar bombas y levantar la imagen.Pero Corea del Norte no se representa a sí misma nada más que como un obstáculo en el camino del hacedor de democracias americano. Es gobernada por un líder mesiánico, el último ícono no pop de una casta de dirigentes proféticos. Y lidiar con un hombre al que el poder le cayó de encima por designio divino o por el peso específico del nombre requiere, cuanto menos, de un ejército… de sociólogos, filósofos y politólogos.Corea del Norte no posee la plataforma internacional de otros países, no cuenta con la estructura para instalar temas en la agenda internacional. Solo responde a los estímulos externos. Hacer pruebas de misiles de corto, medio y largo alcance es, nada más y nada menos, su forma de hacer política, es su manera de posicionarse en el tablero global. Responde así, por ejemplo, a los ejercicios militares que a diario se producen cerca de sus fronteras de la mano de Estados Unidos y su ultraliado Corea del Sur. Es su forma de advertir que cualquier movimiento en falso tendrá respuesta militar. O acaso alguien piensa que Pyongyang puede aplicar sanciones económicas a otros países.Al otro protagonista de este análisis los micrófonos le sobran. Está habituado a los medios y sabe cómo decir las cosas para que el impacto genere el mismo efecto expansivo que las bombas que ostenta y reluce de tanto en tanto en alguno de esos países asiáticos que el resto del mundo prefiere no tener presentes. Estados Unidos sí comercia a gran escala, también es el principal productor de muchos insumos, entre ellos las armas que sustentan la democracia a la americana.Representa a la Nación de la doctrina del “Destino Manifiesto” en la que la expansión es primordial y necesaria. Su líder se presenta a sí mismo como el único capaz de sacar adelante al país y ponerlo en el lugar del que nunca debió moverse: ¡America first!Su plataforma es el mundo mismo y la agenda internacional y sus temas dependen en gran medida de lo que diga o haga este personaje. También lanza bombas al mar, aunque a veces lo hace sobre personas a las que considera peligrosas. Sancionar y amenazar es, a todas luces, su nueva forma de negociar y hacer política; y de posicionarse y echar o subir a los demás actores del tablero.La cuestión de fondoA estas alturas y después de semanas de amenazas de todos los calibres, antes que preguntarse si es real que el mundo avanza a una guerra nuclear cabe indagar sobre a quién le conviene este nivel de tensión.Y es que tanto el mundo como estos dos actores internacionales tienen mucho que perder en una hipotética guerra nuclear. Sin embargo Washington y Pyongyang tienen mucho que ganar si se mantiene el conflicto tal y como se está desarrollando.El americano desvía el foco mientras, ejercitando prueba y error, intenta levantar una imagen en franco declive. Y en esto de generar un conflicto para distraer la atención Estados Unidos da cátedra todos los años. Las muchas promesas incumplidas, las idas y vueltas dialécticas, las investigaciones en marcha y la firme sospecha de la inexperiencia circundan al habitante de la Casa Blanca. Es entonces que de pronto Corea del Norte es un peligro para el modelo democrático, para la humanidad toda.Al asiático, en tanto, la existencia de un enemigo externo que agreda el núcleo socio-político le viene como anillo al dedo para construir unión y autolegitimarse como el gran protector. Porque el discurso hacia adentro no es que Estados Unidos va por la cabeza del gobierno norcoreano, sino que en realidad van por todos los norcoreanos. La definición entonces de un enemigo en común abroquela al pueblo que, aunque no lo adore, se encolumna detrás del líder. Aparecer en los noticieros, las portadas y centrar los análisis potencia a Pyonyang al momento de negociar y hacer política en el exterior. Se sabe que la buena o mala la publicidad es eso, publicidad. Y estar en boca de todos otorga una mejor posición al momento de discutir la agenda global.Lo concretoDesde el punto de vista del ajedrez, el político y estratégico, resulta entonces improbable que el conflicto es
cale hasta la apertura de los silos nucleares. De hecho hubo momentos de altísima tensión en los que la diplomacia prevaleció por sobre los movimientos bélicos.Quizás pocos lo recuerden, pero hace siete años el régimen norcoreano hundió una corbeta militar del vecino del sur, suceso que derivó en la muerte de 43 militares. Hubo también disparos de obuses sobre la isla surcoreana de Yeonpyeong. Las tensiones se dispararon, pero al cabo de este tiempo nada más grave ocurrió.En la práctica, el ajedrez es un juego de inteligencia que refleja la vida tanto en su vastedad como en su complejidad. Sus reglas, aunque sencillas, permiten acceder a profundidades ilimitadas. Su genialidad depende de quien lo ejerza y está visto que, cuando se aplica la filosofía del ajedrez a la hipótesis de conflicto bajo análisis, los dos contendientes son jugadores con poca experiencia, nada de sutileza, ambos viscerales y deseosos de una victoria por abandono antes que por una batalla directa y con un final de alcances inciertos.Cuándo fue que el ajedrez, un juego en el que se ponen a prueba la astucia y el intelecto antes que el músculo, se volvió un deporte extremo. O cuándo que dejamos que el destino de la humanidad dependa de apenas dos sujetos con semejante orden mental y con tamaño poder de fuego en sus manos… Colaboración:Guillermo Baez
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