Las palabras grandilocuentes de grandeza chocaron siempre con los problemas de un país empobrecido y dividido. Como la frase en latín “quo vadis” ¿hacia dónde vas? se preguntará el mundo cada vez que hay un nuevo gobierno en estas pampas sudamericanas. Pero ¿hacia dónde queremos que vaya la Argentina? Ese fue el debate entre modelos que atravesó toda la anterior campaña presidencial de 2015. En mirada retrospectiva en realidad es una pregunta que le atañe a todos los gobiernos desde aquella independencia de España en el siglo XIX. La historia nos ha mostrado que desde nuestros inicios como nación hemos estado divididos. Los bandos políticos han pugnado por imponer por la fuerza, o por el voto, un modelo de país. A través de una serie de ejemplos podremos ver que hemos andado a los tumbos. De las sangrientas batallas entre unitarios y federales pasamos a la aparición de partidos como la Unión Cívica Radical, que junto con otros intentaban hacer frente a los conservadores. Seguidamente apareció el poder de los militares, que se encargaron de hacer sonar sus botas cada vez que ellos interpretaban que los civiles no estaban llevando a buen destino a la Nación argentina. Bajo el mandato de defender y servir a los intereses de la patria, se cometieron los más funestos atropellos a la República y los más grandes crímenes contra la humanidad, nunca vistos desde que Argentina comenzó a tomar rumbo como país después de la Batalla de Caseros (1852). En 1945, de la mano de un militar apareció el peronismo que supo comprender las necesidades insatisfechas del pueblo. El movimiento fue sacado del poder y proscrito por los mismos camaradas. Con Juan Domingo Perón en el exilio, siempre estuvo latente el regreso del modelo que priorizaba el desarrollo de la industria nacional y la cercanía con las clases bajas. Pero como rezaba la estrofa de la marcha, “combatiendo al capital” extranjero. El desarrollismo del presidente Frondizi (1958-1962) fue totalmente diferente, ya que en ese período llegaron las inversiones extranjeras más grandes de la historia argentina hasta ese entonces. Se radicaron cientos de empresas, las más importantes tenían que ver con la industria automotriz. La década del ‘70 tuvo la irrupción de los grupos guerrilleros que al estilo de la Revolución Cubana buscaron tomar el poder e imponer las doctrinas marxistas a través de las armas. Nuevos actores que también se arrogaron la potestad de buscar otro rumbo para la Argentina. Como se mencionó líneas atrás, la historia terminó con el aniquilamiento de esas guerrillas y desapariciones forzosas de combatientes pero también de inocentes. Una herida que aún hoy sigue metida en las discusiones más álgidas de política actual. La economía que instauró el Proceso de Organización Nacional (1976-1983) estuvo orientada al beneficio de los grupos económicos del país y a la vez inició una bola de nieve de endeudamiento externo y estructura económica que perjudicó al país. Esa inercia no la pudieron parar los que vinieron después y todo explotó en diciembre de 2001. Raúl Alfonsín aportó democracia y una tensa defensa de las instituciones republicanas ante las azonadas militares que no terminaban de entender que su verdadero rol era la defensa y no la toma del poder de la Nación. Volvió el peronismo al poder en 1989 pero lejos de lo que pregonaban las ideas del fundador del movimiento, ese gobierno se pareció más a la gerencia de empresas y gobiernos extranjeros. En los ocho años que retumbó la marcha peronista en actos oficiales, con los dedos en V se desarrolló el mayor expolio contra el país, con la venia de aquella vieja (y actual) dirigencia partidaria. Perón pensó algo totalmente distinto de lo que Carlos Menem llevó adelante. Y tímidamente volvió la UCR a la Casa Rosada. La crisis económica le estalló en las manos a De La Rúa. Apenas entrado el siglo XXI el país estaba fundido, con todas las letras. La fecha puede ser la que mejor plazca al lector, pero desde 1930 en adelante, la debacle de la Argentina, parafraseando al himno nacional, fue culpa “de la clase dirigente que supimos conseguir”. Eduardo Duhalde fue el puente que propició el arribo de un ignoto Néstor Kirchner a la Casa Rosada. En las mesas de discusiones políticas flota el mito que dice que “el cabezón” habría ungido la candidatura del santacruceño a cambio de 250 millones de pesos (o dólares). Precio que se habría pagado para que todo el aparato justicialista que manejaba Duhalde en Buenos Aires y otras parte del país, le terminara ganando al Menem que huyó del ballotage. Con los Kirchner se abrió un nuevo rumbo para la Argentina. Una mirada hacia Latinoamérica, al vínculo entre países hermanos, al desarrollo del capital nacional que además cortó vínculos con los países centrales del mundo. Había con qué. El alto valor de las commodities permitió esa “independencia” y el desendeudamiento externo. Pero cometieron demasiados errores no forzados. Corrupción. Todavía se escucha la frase: “la elección del 2015 no la ganó Macri, la perdió el kirchnerismo”. El actual gobierno ha girado y volvió a dar prioridad de relación a los grandes países del mundo. Ha vuelto a contraer deuda externa. Según afirman, para solventar los gastos que generan el déficit fiscal y no tener que emitir moneda y tomar dinero de los entes públicos. Si en los próximos cuatro años no baja ese déficit, la economía del país no crece sostenidamente, se empieza a complicar el pago de la deuda externa y hay que volver a pedir ayuda al Fondo Monetario Internacional: señores pasajeros ajusten sus cinturones. 207 años después del primer gobierno patrio, la clase dirigente toda no ha podido ponerse de acuerdo acerca de cuál es el mejor camino hacia el desarrollo. Un 30% de la población en la pobreza, miseria a la vista prácticamente en cada ciudad de más de 50 mil habitantes. Políticos prometiendo cosas que deberían haber existido hace décadas en un país que estuvo entre los diez primeros lugares del mundo. Profundamente hay que reconocer que en realidad nadie supo llevar a “todos” hacia un mejor futuro. El beneficio fue sectario, y al resto se lo llevó como al burro tras la zanahoria. Estados Unidos resolvió ese problema tras la guerra de ceseción (1861-1865). Desde hace más de un siglo, demócratas y republicanos mantienen duras disputas políticas pero jamás han puesto en juego el destino de la nación y de sus ciudadanos. Aquí, simplemente importa imponer ideas cuando se gana una elección. Los partidarios nunca osan poner en duda hacia dónde está llevando al país el eventual líder de la nación (recordemos al menemismo). En 1996 el escritor estadounidense Samuel Huntington escribió el libro “Choque de Civilizaciones”, que adelantaba los desafíos glob
ales entre Oriente y Occidente, y una nueva reconfiguración del orden mundial que hoy se percibe. El autor explicó que existieron países que fracasaron al no saber distinguirse entre si eran occidentales, orientales, musulmanes, cristianos, capitalistas, comunistas, etcétera. Las divisiones religiosas y culturales los llevaron a profundos conflictos internos. Huntington sostenía que para que un país redefina con éxito su identidad en el ámbito de la civilización, debía cumplir ciertos requisitos. En primer lugar, la elite política y económica debía ser en líneas generales entusiasta de dar un determinado paso. En segundo lugar, la sociedad tenía que estar al menos dispuesta a consentir la redefinición de su identidad. Cerraba la idea al afirmar que de acuerdo a la experiencia histórica, ese tipo de países fracasaron en sus intentos (nunca hubo acuerdos). Argentina no tiene problemas de identidad. De Norte a Sur y de Este a Oeste prácticamente todos nos reconocemos como parte de la nación argentina y aunque con credos diferentes, existe una mancomunión religiosa. Pero lo que nos divide profundamente son las orientaciones políticas y el modelo de país que cada uno enarbola. España tuvo su Pacto de la Moncloa, una estrategia política y económica que aglutinó a todas las fuerzas políticas de ese país para salir de la larga dictadura franquista (1939-1975). En Argentina hace falta una nueva clase dirigente que sea permeable a este tipo de acuerdos, porque de lo contrario estaremos condenados a repetir siempre la misma historia. Agoreros, profetas del caos y del “que se pudra todo así volvemos” no faltan. Por: Lic. Hernán Centurión
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