Entre muchos aspectos a tener en cuenta, los problemas psicopatológicos (las enfermedades mentales), deben ser considerados en el contexto de los discursos que en cada época penetran o dominan las relaciones sociales. Pero no porque tales discursos sean la causa de esos problemas, sino porque en parte propician su aparición, facilitan sus manifestaciones, en la medida en que todo discurso da sustento a la organización de los vínculos sociales, a los ideales de cada época y a los regímenes de satisfacción permitidos o sancionados. Por tener en cuenta estas cuestiones, el psicoanálisis se sitúa en una perspectiva particular para comprender las manifestaciones psicopatológicas en cada momento histórico pues, en términos amplios, considera que todo discurso como solución genera su propio malestar, como un resto no calculado, un margen donde aparecen problemáticas nuevas. En este sentido, el psicoanálisis permite una lectura particular de lo social –categoría difusa por lo demás- porque pone el acento en los efectos conflictivos y sintomáticos propios de la relación del sujeto deseante con el entorno de su realidad socio-cultural. Dicho en términos más simples: al psicoanálisis no le interesa lo social como problema en sí mismo, le concierne leer las modalidades que adopta la relación necesariamente conflictiva del sujeto deseante con la realidad de su goce en el ámbito de lo social. De manera que le concierne hacer una lectura clínica de lo social con su inherente e irreductible malestar.En este contexto tiene toda su importancia situar el trabajo del psicoanálisis en el horizonte de la subjetividad de la época, para poder hacer una lectura socio-clínica de la psicopatología. Para ello conviene tener en cuenta entre otras cosas los mandatos, con sus efectos no calculados, que se deslizan por ejemplo a través del discurso publicitario y de los medios de comunicación como soportes de un discurso que impone el goce del consumo sin limitaciones. A este panorama se suma la decadencia de las jerarquías y la falta de referentes donde sostener identificaciones. Las condiciones de sufrimiento psíquico en la sociedad actual, nos muestran una falla simbólica, vale decir, un déficit en la relación del sujeto con la ley, al mismo tiempo que un llamado insistente y seductor hacia modalidades de satisfacción inmediata que dificultan las posibilidades de desear, porque no hay distancia ni temporal ni espacial con los objetos. Una vez perturbada la función simbólica de los límites, la vida cotidiana queda expuesta a los efectos de la desregulación y el sujeto alienado en prácticas individuales de auto-satisfacción. Así pues, se verifica la presencia de algo no regulado por la ley que emerge en las relaciones sociales. En buena medida, la primacía del “vale todo” gestiona las patologías de nuestra época. Entre otras motivaciones se debe a ello el actual incremento de las patologías del acto y del consumo, como las toxicomanías, las bulimias y las anorexias, el síndrome de fatiga crónica, el aumento de patologías psicosomáticas, los ataques de pánico, etc. Su enorme expansión responde a la asunción de determinadas posiciones que adopta el sujeto respecto de la imperiosa oferta de consumo que, en muchos casos, va en contra de las necesidades y del deseo. En efecto, el toxicómano como tal, constituye la figura del consumidor por excelencia y, en este aspecto, se presenta como el anverso de la anorexia en la medida en que ésta última se fija en el consumo de nada. La bulimia por su parte, configura un ciclo repetitivo en que el consumo compulsivo deja lugar a la expulsión para borrar las marcas de goce en el cuerpo, y reiniciar así el ciclo de ingesta hasta colmar el vacío con el malestar.Además de estas problemáticas, en los últimos años se percibe un aumento de casos cuya delimitación diagnóstica no es clara, porque no responden a la clásica distinción entre neurosis y psicosis. Se trata de un campo clínico que ha dado lugar a una entidad llamada borderline o estados-límite, como un conjunto de trastornos con intolerancia a la frustración, inseguridad interior, hipersensibilidad ante toda observación crítica, sentimientos de vacuidad y aburrimiento. Son pacientes que pasan muy fácilmente al acto para resolver tensiones internas, demuestran inestabilidad afectiva e incluso conductas autodestructivas. Entre muchas características de estos cuadros hay una que se destaca con regularidad: los límites borrosos de su identidad. La frontera entre interior y exterior es incierta y debe ser confirmada permanentemente; en ese punto de confusión radica gran parte de su problemática. De manera tal que podría considerarse que los límites difusos en nuestro funcionamiento social introducen una mutación en las presentaciones clínicas, que ponen de manifiesto precisamente un déficit en la instauración de las diferencias.Colaboración: Prof. Dr. Omar Mosquera Doctor en Psicología, Psicoanalista y Profesor Titular de la Licenciatura en Psicología de la UCAMI y USAL
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