Pablo Martín Gallero – Puerto Rico (Misiones) Lo que mas le gustaba era cuando emergían a la superficie, rodeados de la inmensidad del mar, azul por todos lados; miraba al cielo se sentía dentro de la bandera. Su trabajo era cuidar a la patria y estaba seguro de que la patria lo cuidaría a él le agradaba sentir la brisa acariciando su rostro, el aíre le parecía puro como en ningún otro lugar, de tanto estar encerrados valoraban mas esas sensaciones.
El mar es otro mundo, con seres singulares, desde que leyó a Julio Verne soñaba semejante aventura, sumergidos era como si los problemas se escondían, la concentración para que nada falle hacía olvidar el resto, el alquiler, la inflación, donde pasar la navidad, el abogado, la cuota del auto, la libreta de los niños, la discusión con su hermana. Viajar por el territorio de pulpos y tiburones, de algas y arrecifes de coral, le hacia ver el mundo de arriba con nuevos ojos, extrañaba los atardeceres, como el cielo va cambiando de color, el sonido de la lluvia golpeando el techo; los truenos le parecían la novena sinfonía.
Con tanto fierro, aceite, cables y computadoras, se maravillaba del perfume de la flores, el cantar de los pájaros, de las chicharras, el brillar de la luna, el sol tocando la piel, siempre que volvía de alguna expedición tomaba una cerveza fría, miraba la espuma y le recordaba a la espuma del mar, una vez en tierra solía ir al supermercado, compraba frutas que no eran de estación, pero que debajo del mar parecían un sueño, como las noches en las que el deleite de los sentidos detenían el tiempo.
Había algo que lo mantenía tranquilo y seguro, sus 43 compañeros, eran un buen motivo para resignar todas las cosas lindas que hay para disfrutar en la superficie, ahí abajo no te queda otra que tratar de llevarse bien con los demás, porque no tienes lugar a donde salir a correr, o un gimnasio para levantar pesas, ni un teléfono para hacer una llamada y contar los avatares o angustias del día, cada parte hace andar al todo, como un organismo humano, por lo que se crea una hermandad, en las horas de descanso miraban una película, jugaban partidas de truco, ajedrez, o con un mate charlaban hasta que sonaba el toque de queda.
Llegaría a Mar del Plata y compraría flores para su amada, se había despedido de mal modo, como cuando se nos pasa lo importante porque preferimos quedarnos aferrados a nuestro orgullo, el viaje y la lejanía le habían hecho reflexionar. Estaba contento con el nuevo gobierno que prometía mucho, parecía preocuparse por los ciudadanos, él aprendió la camaradería, a preocuparse por el que está al lado, como los espartanos que su fuerte estaba en cuidar al que le cuidaba la espalda; la patria es el otro y el meditándolo siempre se sumergía con orgullo y valor.
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