Por años debimos acostumbrarnos a una sola forma de hacer las cosas, la de ellos. Nos acostumbramos luego a verlos desfilar por las sedes judiciales en donde hoy deben dar explicaciones por aquello que hicieron.
Nos acostumbramos después a una campaña que intentaba diferenciarse con el concepto del cambio.
Y cambiamos, de nombres al menos. Porque aquello que iba a modificarse no está tan cambiado al fin y al cabo.
Suba de precios, inflación, denuncias por concesiones a familiares y otros males de la mala política y la insuficiente capacidad para trabajar la economía siguen existiendo invariablemente.
Y ahora nos piden que sigamos acostumbrándonos. Porque tal parece que el que suban los precios de un mes a otro debería ser desde ahora la constante y no la variable.
Los precios de los combustibles aumentaron ayer entre 6% y 8% en las estaciones de servicio de la petrolera Shell, mientras se espera que YPF y Axion adopten la misma medida al tiempo que el Gobierno pidió a los consumidores aprender a convivir con eso. Así, liviano, sin sonrojarse ni tartamudear el ministro Marcos Peña marca el rumbo de la economía.
Hoy, promediando la mitad del primer mes del año, existen especialistas que, a partir de las nuevas escalas tarifarias y de servicios, advierten que la inflación al cierre de 2018 estará muy por encima del 15%, la recalculada meta oficial.
Pero a esto también habrá que acostumbrarse teniendo en cuenta el yerro abismal en el cálculo inflacionario de 2016 y el de 2017.
El Gobierno, desde que es Gobierno, nos acostumbró a arrancar el año con metas optimistas y a cerrarlo admitiendo gruesas equivocaciones toda vez que tuvo aprobados sus presupuestos.
El peso de esos yerros se siente con más fuerza en la periferia, donde la geografía y la economía forman un combo irresistible que empuja al consumidor a buscar respuestas afuera para llegar a fin de mes. Acostumbrarse a eso es triste, lo que asomaba era el cambio.
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