En el transcurso de enero tuve la oportunidad de conversar con algunos cantores y bailarines que se destacaron en distintos festivales que se desarrollaron a lo largo del país, y no fue casualidad que muchos de ellos se hayan ganado los aplausos y la admiración del público por llevar y mostrar nuestras costumbres a través de sus voces, instrumentos y danzas que reflejaron una pequeña parte de la esencia de la tierra colorada.
En esas presentaciones, el público de otros lugares pudo conocer parte de la gran riqueza cultural que encierra Misiones. Sus costumbres y tradiciones que se fueron forjando a los largo de generaciones y que se convirtieron en nuestra identidad.
En este sentido, podemos decir que Argentina tiene una gran cantidad de ritmos y estilos musicales, los cuales son admirados en el país y el mundo, como el tango, la zamba, la chacarera y el chamamé, entre otros.
En una oportunidad, un músico del interior de la provincia me expresó que en cada presentación suele llevar un repertorio de autores de la provincia y que el público que participa en esas fiestas populares, siempre le pide algún tema más, y aduce que es porque son ritmos diferentes a las zambas y chacareras, que es lo que más se acostumbra a escuchar por esas latitudes.
Es así que podemos decir que la música misionera guarda su propia identidad y que ésta la hace ser única, como así también apreciada al igual que otros estilos musicales dentro del cancionero popular argentino.
En parte eso también caracterizó a la delegación de músicos y bailarines que representaron a Misiones en el festival más importante de la Argentina en Cosquín.
En aquel escenario, el grupo de artistas interpretó corridos, polquitas rurales y otros bailes que suelen animar los espectáculos que se desarrollan en el interior de Misiones y que en ocasiones son enriquecidas por el idioma guaraní.
En aquella noche coscoína, los presentes pudieron sentir por un momento el encanto del monte y la alegría de una gente sencilla y amable, de esas que se encuentran en algún rancho ubicado al final de alguna picada en el monte.
Fue así que no solo ovacionó a aquellos protagonistas misioneros, sino que aplaudió de pie a un grupo que llevó parte de nuestra identidad al festival folclórico de América Latina.
Por un momento las sierras cordobesas pudieron sentir la esencia de este pequeño rincón del país que tiene mucho para mostrar a través de su arte.
En parte, esta aceptación llenó de orgullo a esos jóvenes que se presentaron por primera vez en aquel encuentro popular.
Eso me llevó a pensar que en muchas ocasiones no damos la importancia que merecen nuestros cantores, poetas, bailarines, en fin nuestros artistas, siempre volvemos a la idea de que lo de afuera es mejor. Esto se acrecienta a través de los medios de comunicación que nos invaden con modas fugaces, que muchas veces no tienen nada que ver con nuestra identidad.
A veces no miramos hacia adentro ni apreciamos en su debida dimensión esta gran diversidad que nos rodea, sin embargo con solo mostrarla las personas de otras provincias la admiran más que nosotros mismos.
Siento que Misiones aún es un secreto por descubrir, un gran libro que guarda historias, leyendas, voces calladas, muchas de ellas se pueden encontrar debajo de las piedras en alguna ruina que silenciosamente esperan ser revindicadas.
Los artistas misioneros al mostrar sobre el escenario nuestra identidad, de alguna forma están abriendo las puertas para que las otras regiones del país puedan sentir la magia de la selva, tener la sensación de estar caminando a lo largo de un trillo de tabaco o yerba, que sientan el olor a la tierra mojada después de un aguacero, el cantar de un pájaro mañanero y el amanecer iluminado de un dorado que lucha contra la corriente del río.
Por
Raúl Saucedo
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