En la silenciosa penumbra del cuarto donde se encontraba sumergido en la profundidad de sus sueños, de esos que tal vez de madrugada no se acordaría, junto a su cabeza se encontraba un despertador, atento como un vigía que en ese momento señalaba las 3 de la mañana.
De pronto, fuertes golpes en la puerta hicieron que los cimientos de la tranquilidad y el letargo de aquel hombre sucumbieran ante el sobresalto que esa extraña situación le generó. Se sentó en la cama a preguntarse un momento con frialdad ¿quién podría ser?, ¿que querría?, pero sobre todo ¿quién tendría la suficiente confianza de llegar hasta su casa a esa hora?
El sonido de la puerta lo volvió a interrumpir como si le dijera deja de pensar y abre.
Con gran agilidad se puso las pantuflas al mismo tiempo que se levantó y comenzó a caminar hacia la entrada, giró la llave lentamente sin hacer ruido y abrió la puerta, decidido a develar y enfrentar todo lo que se pudiera manifestar del otro lado.
Al mirar hacia la calle vio unos ojos negros que lo miraban fijamente. El confundido hombre retrocedió unos pasos para descubrir quien era. Luego aquella figura rompió toda duda e incertidumbre con un: Hola, ¿cómo estás?, perdón por la hora.
El sorprendido y desvelado hombre se dio cuenta que se trataba de una vieja amiga con quien compartió muchos encuentros en los que las charlas, la risa, la música y la comprensión mitigaban la soledad de ambos. Una amistad que se convirtió en necesaria compañía en muchos sentidos como un pedazo de madera que cargaba a dos náufragos hacia la orilla. Una relación que el tiempo puso en orden, ella se casó y él volvió a la soledad de sus noches.
Sin pedir permiso, ella entró y se sentó como si la confianza entre ambos aún perdurara, abrió su cartera sacó un paquete y encendió un cigarrillo, no sin antes pedirle un cenicero.
Quizás era el cansancio o la incertidumbre, sin decir una palabra el hombre fue hasta la cocina, mientras en el camino ella también le pidió algo para beber. El hombre volvió con el recipiente y un vaso de agua, se sentó frente a ella y no dijo una palabra. Su extraña amiga, le hizo recordar que años atrás él siempre la recibía con una botella de vino en cada visita, pero que el agua estaba bien.
El hombre sonrió, pero no dijo una sola palabra, aquella visita parecía un monólogo, que solo despertaba más sorpresa e incertidumbre.
A modo de consulta a un psicoanalista ella comenzó a contarle que días atrás había decidido terminar con su pareja, con quien convivió dos años, pero misteriosos mensajes llegados al hogar fuera de horario, mal humor y un perfume extraño, le hicieron notar que aquella persona la engañaba. Fue entonces que ella decidió abandonar la casa para irse a vivir sola.
Así, esa noche salió a divertirse con unas amigas para olvidarlo y si se diera la oportunidad buscar una aventura como una especie de venganza. Luego comenzó a llorar y comentó que extrañaba a su padre, que siempre que estaba triste buscaba su consejo y que ahora se sentía muy sola.
Le confesó que por su mente pasaron más de mil locuras, que ya encontraría la forma de tomar revancha por aquella traición que había sufrido y que no merecía. Luego encendió otro cigarrillo, se secó las lágrimas y lo miró fijamente.
El hombre no correspondió a esa mirada, se levantó de su silla y rascándose la cabeza le dijo: El amor te alejó y ahora la soledad te trae en forma de venganza.
Ella se levantó rápidamente y comprendió que aquella improvisada reunión carecía de sentido común. Lo miró a los ojos, le dio dos besos en la mejilla, se despidió y dijo: Perdón por llegar así, pero a veces se necesita a alguien de confianza.
Él quedó recostado por la puerta siguiéndola con la mirada, mientras ella subía a un taxi.
El hombre cerró la puerta y pensó: Podría haber sido su cómplice y ser parte de su venganza, pero muchas veces el amor debe ir por encima de cualquier revancha.
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