Hemos conocido el soporte ético de nuestra práctica en los comentarios sobre Yama y Niyama, los dos primeros pasos del sendero según los Yoga Sutras, expuestos por el maestro Iyengar en la introducción de su obra básica Luz Sobre el Yoga. Como lectura vacacional, fuimos detallando los pasos tercero y cuarto, que comprenden las posturas y la experiencia del Pranayama con la respiración. En el quinto paso mencionamos la absorción de los sentidos o Pratyahara, que libera la mente para que pueda aquietarse en el sexto paso que es Dharana o concentración. Y aquí queríamos llegar: la meditación, Dhyana, el séptimo paso.
Con la complementariedad y armonía de los seis pasos mencionados y cuando el flujo de la concentración es ininterrumpido, surge el estado de Dhyana, en el que la mente del yogui se ilumina, mientras su cuerpo, aliento, sentidos, razón y ego están integrados en el objeto de su contemplación: el Espíritu Universal. Su estado de conciencia no tiene calificación posible nos decía Iyengar-, sin otro sentir que un gozo supremo. Como un relámpago ve la luz que reluce más allá de la tierra y de los cielos y la que brilla en su propio corazón. Él mismo se hace luz para sí y para los demás.
Entonces, en la cumbre de su meditación el yogui accede al estado de Samadhi, el octavo grado, en el que su cuerpo y sentidos se hallan en reposo como si estuviera dormido, mientras sus facultades de mente y razón se mantienen alertas como si estuviera despierto, plenamente consciente, pero se halla más allá de la consciencia. Permanece sosegado en la Creación de donde surgió, en la que respira y en la cual llegará a disolverse. Su alma, dentro del corazón, es más pequeña que la más diminuta de las semillas y, no obstante, más grande que el cielo; contiene todas las obras y todos los deseos, pero en ella no subsiste el sentido del yo o de lo mío. Y en su interior penetra el yogui. Ha alcanzado el Yoga verdadero, donde solo existe la experiencia de la consciencia de la verdad y de la dicha inefable, donde hay una paz que sobrepasa toda comprensión. No hay palabras para describir ese estado. Solo puede ser expresado mediante un profundo silencio. El yogui se ha alejado del mundo material y se ha absorbido en lo Eterno, donde no existe dualidad entre el conocedor y lo conocido, pues ambos se encuentran fundidos.
Así, con gran belleza nos describía Iyengar el octavo grado del sendero del Yoga o estado de Samadhi, al finalizar la introducción a la filosofía y práctica de nuestra disciplina en el inicio del libro que estamos leyendo. Seguidamente nos explicaba que su título, Luz Sobre el Yoga, indica su propósito de describir las posturas y prácticas respiratorias de la manera más sencilla posible, a la nueva luz de nuestra era y conforme a sus conocimientos y necesidades; siempre considerando que el Yoga es una ciencia pragmática e intemporal desarrollada a lo largo de milenios, que trata del bienestar físico, moral, mental y espiritual del ser humano en su totalidad, beneficios que hoy se han extendido a todos los niveles de la humanidad. Con ese propósito nos ha brindado descripciones e instrucciones detalladas acerca de más de doscientas posturas, técnicas para aquietar la mente con pranayama, aplicaciones para condiciones específicas, abundantes ilustraciones y un curso de trescientas semanas que va desde el nivel principiante hasta el avanzado.
Finalmente para nuestro autor, los signos de progreso en el camino del Yoga son: buena salud, mente equilibrada y serena, libertad frente a los deseos, sensación de liviandad física y al mismo tiempo firmeza, claridad de semblante, voz agradable y hasta un dulce olor corporal.
Y nosotros aquí, en la colchoneta, en la hora de Yoga, en la hora del ahora, luego de la relajación final y guiados sabiamente por nuestro profe, nos sentamos calladitos y derechitos, con los ojos cerrados, respirando profunda y suavemente
y comenzamos a percibir lo innombrable, el estado de unidad con todo en la fracción de segundo que dura el silencio entre un pensamiento y otro, la eternidad en un instante, luz, presente puro porque la meditación es un vehículo sin tiempo ni espacio. Namasté.
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