Crónica publicada por PRIMERA EDICIÓN el 14 de febrero de 1993.
El grupo de paseras está constituido por mujeres de entre 14 y 70 años, la mayoría son paraguayas y la característica que las une es el manejo del guaraní y del castellano, con los que operan comercialmente en función de sus dos espacios lingüísticamente diferenciados: Posadas y Encarnación.
Son una de las instituciones más antiguas en la trama socioeconómica de la ciudad, conformada desde fines del siglo pasado (N.d.R.: siglo XIX). Históricamente iniciaron el cruce abasteciendo de alimentos a una población que nació muy urbana, luego creció y se complejizó, “obligándolas” a diversificar los rubros y las clientelas.
PRIMERA EDICIÓN se acercó a escuchar las historias de estas mujeres que hablan de necesidades, alegrías y luchas y que hoy como ayer siguen cargando sobre sus hombros la responsabilidad de satisfacer la demanda de un gran segmento de la población.
“Trabajo desde hace 20 años, vengo tempranito en colectivo, a esa hora la Aduana está más tranquila. Compramos allá (Encarnación), nos revisan y venimos a colocar la mercadería. Últimamente no hay problemas con el pase, incluso con las verduras y frutas”.
“Antes, con la lancha, el trabajo era más problemático, viajábamos mal y nos empujábamos todos para poder cruzar, hacíamos unas colas largas sobre todo en navidad y año nuevo. Con el tiempo mejoró, ahora da gusto el pase y podemos elegir,venir por lancha o por colectivo, hay algunas que traen muchas cosas y vienen en taxi. Cuando está muy feo el control en el puente, venimos en la lancha, pero a veces se combinan para hacernos la vida imposible en los dos lados” (Francisca, 50 años).
La solidaridad es moneda corriente entre las paseras, se ayudan y se comunican el peligro: “Nos comentamos cómo está el pase y en base a eso nos largamos con las mercaderías. Si por ejemplo yo paso y veo que en el control está algún ‘che kapí’ (uniformado) conocido, le aviso a las demás. Ellos van rotando, una semana están dos o tres y en la otra cambian, así sabemos que el que comenzó un lunes estará hasta el viernes y en la que viene, seguro que no está. Vivimos de esto, a veces ganamos bien o salvamos los gastos. Según las mercaderías, pero traemos todo surtido, si una cosa no vendemos, sale la otra. La ganancia también depende de la época, en Navidad o Semana Santa se vende más. En La Placita tenemos nuestros patrones, cada una trabaja por su cuenta, pero a veces nos juntamos entre muchas para hacer más fácil el cruce” (Candela, 35 años).
La actividad de las paseras generalmente se transmite por generación y las que se inician deben aprender de otra con experiencia. “Pienso seguir hasta morir, mientras camine y tenga fuerzas. Parece que una se entusiasma con esto y da gusto venir. A mí me hace bien, mi marido se murió y yo enseguida empecé a trabajar porque así parece que no le pienso tanto, si me quedaba en casa, seguramente me iba a sentir peor, acá me siento ocupada. Muchas veces pasó que perdí todo lo que traje; pero si hoy me pasa así, mañana traigo más mucho para recuperar. Nunca me sacaron cosas grandes, porque yo trabajo al menudeo; no da gusto cuando se pierde, pero cuando pasa eso, al otro día una viene más temprano y trae más cosas para recuperar lo que perdió” (Mamy, 43).
La mayoría de ellas coincide en que desde la habilitación del puente San Roque González de Santa Cruz, se trabaja mejor que cuando sólo se podía cruzar en lancha. “Hace más de 20 años que trabajo, al principio era feo, más difícil de pasar solo en la lancha porque éramos muchas y con cargas pesadas. Y si el control estaba argel, nos trataban mal y nos sacaban todo. Con el puente mejoró el cruce, pero se puso más difícil la venta; antes vendíamos más y ganábamos más. Ahora está lindo, con dos bolsos pasamos tranquilas, con el asunto del cólera se había puesto brava la cosa, no podíamos traer comestibles. Nosotras hacemos un solo viaje por día porque somos minoristas y manejamos poca plata, repartimos adentro de La Placita y esperamos hasta la tarde para cobrar, los patrones también tienen que vender para poder pagarnos. Se vive de esto, Dios siempre nos ayuda, cuando llueve no venimos porque no tenemos un puesto fijo. A veces pasa que llevamos la mercadería y no nos pagan, pero nosotros para la próxima vuelta ya no le damos, una sola vez nos engañan” (Perla, 39 años).
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