Hermengildo Cruz – Posadas (Misiones) Señora Directora: En los distintos medios de comunicación ya se habla de un incremento de hasta el 60% en la tarifa del gas domiciliario en aquellos lugares donde es distribuido por redes. Una suba que pronto se sentiría también en el costo de las anacrónicas garrafas que aún seguimos utilizando por estos lares.
Recientemente hubo además un aumento el la tarifa de la energía eléctrica y próximamente se continuará con otra, así como los combustibles líquidos constantemente desplazan sus precios hacia arriba, en un goteo cada vez más difícil de afrontar.
Muy lejos de esos aumentos que, en la mayoría de los casos, en los últimos dos años duplicaron –y más– su valor, empujando la inflación hacia porcentajes más altos, los salarios siguen depreciándose. En 2016 los aumentos paritarios estuvieron muy por debajo de la inflación de ese año, cercana al 40%, y el año pasado ocurrió otro tanto, aunque en menor proporción y de manera muy diferente de lo que se ufanan algunos funcionarios –incluido el Presidente– de que hubo una leve recuperación de estos.
Su poder adquisitivo sigue retrayéndose, lo que al parecer volverá a suceder este año a la luz de la insistencia del gobierno de mantener un tope paritario del 15%, cuando las estimaciones inflacionarias para 2018 supera el 20% para la mayoría de las consultoras más serias, así como el de ciertos organismos oficiales.
No sé hasta dónde continuará tirando de la soga el gobierno y si ésta aguantará mucho más esa exigencia que parte de una premisa económica falsa: los salarios son un costo más en la producción y no una inversión resultante del esfuerzo, la capacidad y el compromiso del trabajador. Como costo es una variable que puede ser reducida en detrimento no de la calidad del producto, sino de quien le pone el hombro a la tarea cotidiana.
Así, mientras en países como Alemania se reduce la jornada laboral y se mantienen salarios dignos, por nuestra región continental se retrocede en buena parte de las conquistas laborales y sociales ganadas desde el siglo XIX gracias a la lucha y la tenacidad de quienes bregaron por la dignificación del trabajo. Y es así, pese a que falte avanzar en otros campos como el de la paridad de derechos laborales, sociales y políticos de hombres y mujeres.
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