Bismarck Sommerfelt es un expedicionario platense de raíces misioneras que se dedica a cumplir el sueño a extranjeros que buscan adentrarse, explorar, conocer el continente blanco. Mientras visita a su familia radicada en Posadas y lejos de ese frío que llega a calar los huesos, confió que eligen la Antártida por lo recóndito, por ser el último lugar prístino (sin alteraciones) que queda sobre la tierra.
Es el último espacio que no está invadido, en el que no hay polución. Buscan percibir la soledad o bien pisar su séptimo continente, dijo Sommerfelt, que siendo muy joven buscó nuevos horizontes en países como Italia, Suiza, Alemania, México, República Dominicana, y el destino lo trajo a Tierra del Fuego, donde empezó a trabajar como guía de 4×4 y kayaks.
Allí estudió, investigó, hizo cursos de capacitación sobre la temática, y terminó chocando con empresas que hacían expediciones a la Antártida: que es a lo que se dedicó durante los últimos siete años.
Si bien nací en La Plata mis raíces son misioneras. Mi familia estuvo afincada en Corpus y mi mamá aún reside en la localidad, contó el guía a Ko’ape, el suplemento del diario PRIMERA EDICIÓN. Y como para reafirmar sus dichos agregó que se casó con Natasha, una canadiense de padres posadeños con quien tiene dos hijos -Bismarck III (como el papá y el abuelo) y Franz Mikael- que residen en la capital de la provincia.
Mi posición durante varios años fue de zodiac máster, que tiene que ver con el entrenamiento de los timoneles, el mantenimiento de los motores fuera de borda y embarcaciones pequeñas que se utilizan en cada desembarco. A partir de los dos últimos años trabajo como jefe de expedición. Es súper interesante y no hay muchos argentinos en esta posición, trabajando en los polos, relató.
Aseguró sentirse satisfecho con el desafío que se comenzó a gestar el año pasado de tomar este rol de líder de expedición porque es el que elige dónde ir, el que programa el viaje, previa coordinación con la Asociación Internacional de Operadores Turísticos Antárticos (IAATO en inglés). Al momento de realizar esta nota, había 28 cruceros operando en la Antártida y varios veleros, incluso la Fragata Europa (holandesa) que tiene más de cien años. De acuerdo al origen de la empresa es la procedencia del pasajero, recordó quien trabaja con una empresa canadiense, una holandesa, una estadounidense y una danesa, en la que predominan pasajeros europeos, australianos, neozelandeses y chinos.
Reveló que una expedición promedio dura unos diez días y que la mayoría de las empresas la venden como Antártica clásica. Según Sommerfelt, son dos días y medio con un buen barco y con mucha suerte si el Pasaje de Drake se encuentra en buenas condiciones para bajar, luego cinco días de expedición y dos días y medio o tres por el Pasaje de Drake para volver a Ushuaia. Ese sería un viaje corto, clásico. Pueden durar hasta 25 días, que es el espíritu de Shackleton -explorador polar anglo-irlandés- o antártica en profundidad más Georgias del Sur o Malvinas. Esos tardan un poco más porque hay más desplazamiento en cuanto a millas náuticas.
Cambio brusco de vientos
La sorpresa para los viajeros pueden resultar los vientos catabáticos que predominan en lugares como Georgias del Sur, y se producen por diferencia de temperatura y presión. Pueden comenzar en un día soleado con casi nada de viento, y en menos de 40 minutos alcanzar hasta 180 o 200 kilómetros por hora. Eso limita muchas veces las expediciones y otras tantas hace que tengamos que abortar a mitad de operación y sacar a la gente lo mas rápido posible para volverla al barco y evitar poner en riesgo la integridad de los pasajeros, manifestó.
Consideró que son expediciones riesgosas. Con la tecnología existente hay barcos que se hundieron no hace muchos años por chocar un iceberg. En el Pasaje de Drake tuvimos problemas con barcos que sufren mucho una tormenta. No me tocó estar con más de 19 metros de olas y cinco días en Pasaje de Drake pero hay gente que tuvo que enfrentar más que eso, con daños físicos y personales. En cuanto al riesgo inherente que tiene Antártida es un lugar inhóspito, la curva crítica de peligro asciende muy rápido. Uno en el agua está con cero grados, -1, -2 grados. Hay que recordar que el agua salada congela a un poquito más abajo que cero grados. Los vientos, la posibilidad de perderse, la posibilidad de neblinas, de quedarse atrapado en el hielo, se considera de alto riesgo, describió.
A su entender, para embarcarse en esta travesía hay que pensar bien, estar decidido y contratar la empresa indicada. Hay algunas que trabajan con más de 500 pasajeros y no pueden desembarcar. Son barcos más grandes, con otro tipo de seguridad y está claro que ahí pueden llevar a un público con menos movilidad. Es que existen firmas que hacen montañismo, buceo, kayakismo, camping, caminatas en la nieve, esquí, y trabajan con otro público. Tienen que exhibir un certificado firmado por un médico demostrando que puede hacer las actividades, firmar un seguro. Depende mucho del tipo de expedición que uno toma, del tipo de empresa que contrata y del tipo de experiencia que está buscando, especificó el joven, que asistió al jardín de infantes y a la primaria en Corpus y cursó la secundaria en la entonces ENET 1 de Jardín América.
De acuerdo a su experiencia, un viaje de estas características te cambia la vida. A los guías nos queda el feedback, que le mostramos algo, que le tocamos el corazón de una manera muy profunda, que no se imaginaba. Creo que nos pasa a todos: por más que leas o veas un documental de lo que es la Antártida, no tenés idea, no tenés una concepción. Tuve la suerte de viajar mucho por el mundo pero cada vez que voy a la Antártida me sigue poniendo un granito más de arena en el corazón que hace que vuelva. Honestamente, pensé que iba a ir una vez y no iba a volver, pero no puedo dejar de ir, confesó Sommerfelt, que el 8 de febrero embarcó con 200 pasajeros, un staff de 30 personas en el sector de expedición, además de la tripulación que se ocupa de la parte marítima y hotelería, totalizando un centenar.
Debió pasar por varias situaciones extremas pero la más compleja fue a raíz de un viento catabático a 180 kilómetros en South Georgia. Me levantó la embarcación en el aire, me la dio vuelta. Estaba con Gerard, un compañero de expedición que quedó atrapado debajo del gomón con tres costillas rotas, en estado de shock. Las ráfagas de viento son tan fuertes que el spray que se forma a nivel del agua dificulta la respiración. Tuve que volver nadando a la embarcación, sacarlo, asistirlo. Después del segundo o tercer minuto se empieza a complicar de verdad pero al 1.15 minuto lo sacaron y al 1.27 minuto me sacaron a mí del agua. Fue una experiencia fuerte. Hubo otras, pero esa fue la primera y me quedó bastante marcada, señaló quien estudió ingeniería industrial, educación física, piano, trabajó de buzo, chef, cocinero de restaurante y bartender, entre otros, pero que se inclinó por el turismo por la vocación de servicio.
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