Lo aseguró el psiquiatra y sexólogo Osvaldo Bosco Demarchi, quien además habló con PRIMERA EDICIÓN sobre otros temas tabúes: la sexualidad de las personas discapacitadas y los adultos mayores. El nuevo rol de la mujer en las relaciones. Sexo y sexualidad no son la misma cosa. El primero define nuestro género, los órganos sexuales y hasta el acto en sí. En cambio sexualidad es algo mucho más amplio que implica las particularidades psíquicas, emocionales y eróticas de cada persona. Todos los seres humanos tienen sexualidad aunque, en algunos casos, está es reprimida por el entorno y hasta por la cultura misma. Esa especie de censura pueden llegar a vivir las personas que sufren discapacidad motriz o neuronal severa. Lo mismo sucede con las personas de la tercera edad. No dejan de tener sexualidad, pero es un tema tabú hablar de ello.
Acerca de los discapacitados que no pueden valerse por sí mismos para experimentar su sexualidad, el profesional explicó que en Estados Unidos, Europa y Japón, existen terapeutas sexuales, hombres y mujeres que son entrenados especialmente para asistir a personas con discapacidad. Si bien han habido iniciativas para armar y formar grupos de ese tipo en Argentina, chocaron con los prejuicios de una sociedad muy conservadora en ese sentido. Por ello, explicó que hay que plantear a la sexualidad por fuera de la idea del genitalismo, como un momento de intimidad, que se puede dar en soledad o en compañía. Ese momento abarca varias etapas como pueden ser el de la ensoñación, las caricias, los besos, etcétera. Visto desde esta perspectiva se puede abordar desde otra manera. Hay gente que puede pensar que si no hubo penetración no hubo sexo, cuando esto no es así. La sexualidad es mucho más amplia.
La censura de los padres
Bosco Demarchi puntualizó que al problema que surge con la sexualidad de las personas discapacitadas que no tienen autonomía propia, se plantea otra dificultad: los prejuicios de los padres o de quienes los acompañan día a día. En casos de discapacidad severa los padres de por sí son sobreprotectores. El discapacitado crece en ese ambiente, y cuando el chico o la chica empieza a acariciarse los padres se asustan y los censuran de forma tajante, explicó el sexólogo.
Sin embargo relató un caso en el que un padre hizo una consulta profesional porque tenía intenciones de llevar a su hijo a que tuviera una experiencia con una trabajadora sexual. La pregunta que le planteó fue qué se hace después de haber despertado esa faceta en la vida de un hijo sin que él tuviera la capacidad de discernir las implicancias de lo que estaba haciendo. En esos casos lo mejor es permitir que el chico explore toda la sexualidad que pueda de modo propio, ayudándolo, de modo que experimente algo que se pueda manejar sin que se salga de control. Los padres deberían hallar la forma de colaborar y buscar ayuda profesional para que esa persona pueda ejercer su sexualidad en la medida de sus posibilidades. Siempre es beneficioso que la puedan ejercer, subrayó.
Sobre la sexualidad en sí, explicó que esta cumple tres funciones: la reproductiva, la placentera y la comunicativa. Cuando esas personas pueden tener ese tipo de encuentros, hay que permitirles que avancen lo más posible. Pero para ello, previamente los padres tienen que estar libres de prejuicios. Y eso en general no sucede porque no tuvieron educación sexual. Hasta tienen miedo de hablarlo.
Adultos mayores
El facultativo expresó que el prejuicio de la sexualidad en los discapacitados se extiende hacia los adultos mayores: también se los ve como personas asexuadas. Cuando una persona mayor demuestra alguna actitud sexual, la sociedad la reprime porque se considera que a esa edad ya no debe exhibir ese tipo de conductas. En realidad la sexualidad puede ser ejercida hasta el último día de vida, dijo el doctor. Comentó que la sexualidad en los geriátricos es un conflicto en sí mismo. Allí, a los adultos mayores se les suele censurar la posibilidad de expresar su sexualidad, que mínimamente pueden ser simplemente caricias. Es un tabú.
Relató un caso de una pareja de más de 80 años, que consultó porque tenía dificultades para seguir teniendo relaciones. Le explicó que la sexualidad no era solamente eso, sino también acariciarse y disfrutar el momento de estar juntos. Los adultos mayores piensan en sexualidad pero la sociedad los mira como seres que no tienen sexo. Algunos pueden pensar los viejos ya no pueden hacer más nada, pero ellos en realidad siguen teniendo ganas. Al hombre se lo ve como un viejo verde. En el caso de una mujer, lo que sucede es que ante la figura de los hijos, de la familia y de la sociedad, se retrae y no se permite verse como una persona que necesita o pide sexo.
El complejo masculino más común
El pene chico, esta fue la respuesta de Demarchi cuando se le consultó sobre los tabúes más habituales en la sociedad misionera en lo que respecta a los hombres.
Culturalmente, a los hombres se le ha dado una responsabilidad muy fuerte. Tenemos que ser viriles, exitosos, ganar mucho dinero, ser proveedores y detentar poder. No todos somos eso. Es muy difícil para el hombre cuando su mujer mira a otro que le va muy bien. O tal vez ni siquiera lo mira, pero el hombre común y corriente, que entiende según ese mandato que no es lo que debería ser, percibe que está en problemas. Tuve muchísimas consultas en ese sentido. Los pacientes no acudían porque tenían dificultades a la hora de tener relaciones sexuales sino por el complejo que les generaba. Para ellos, estar desnudo en un vestuario con sus compañeros de fútbol era directamente imposible, precisó.
Biológicamente, la mujer es más apta sexualmente
Otro de estos tabúes indica que los hombres son los encargados de brindar placer a la mujer, hecho que dificulta bastante la relación.
Eso está generando otro conflicto. Sucede que durante muchos años el hombre manejó la sexualidad. Cuando tenía relaciones, culminaba el acto y ni le preguntaba a su mujer si estaba satisfecha. La sexualidad se terminaba cuando el hombre lo disponía. Lo que sucede es que biológicamente la mujer es más apta sexualmente. Puede mantener más tiempo la posibilidad de sentir placer y llegar a orgasmos. Antes, una de las formas de censurar la sexualidad de la mujer si eventualmente reclamaba más sexo a su pareja, era diciéndole que parecía una mujer de la calle. Hoy en día ha cambiado mucho eso. Las mujeres reclaman por una buena performance sexual en la que ellas quieren ser protagonistas. Esto se convierte en un desafío para los hombres quienes se ven compelidos a hacer buena letra. No poder cumplir con esa exigencia les puede generar ansiedad, que a la larga puede desencadenar en problemas de impotencia por temor a no cumplir bien el rol sexual. He tenido un caso de una mujer que llamó para agendar una consulta donde solicitaba un turno para su marido que sufría de eyaculación precoz, recordó.
Demarchi aclaró que, previamente, la esposa le había advertido a su pareja que tenía que ir sí o sí a la consulta. Eso le generó inseguridad al hombre, le provocó la ilusión y el temor de que su esposa busque en otro lado lo que no conseguía en su casa. Sin embargo, el especialista remarcó que en mis años como sexólogo, nunca vi que una mujer haya engañado a su marido porque tenía una disfunción sexual, sino por el maltrato que éste le propinaba.
Mencionó que otra situación similar se dio con un paciente de menos de 60 años que tenía impotencia. Al indagar en cómo era la relación con su esposa, entendió que eso sucedía porque la mujer tomaba el acto sexual como una obligación, sin caricias, casi sin quitarse las prendas y con la luz apagada. La intención terapéutica era que la mujer pudiera redescubrir su sexualidad, pero no fue posible. El paciente prefirió dejar todo como estaba. Le surgió el miedo que le indicaba que si su mujer se adentraba en hallar una nueva actitud sexual, podía salir a buscar a otro, señaló.
En otra oportunidad se acercó un paciente porque ya no se sentía hombre. Tampoco podía sostener una erección. La palabra habitual que se usa para definir a un hombre con ese problema es el de impotente, cuando en realidad la definición adecuada es que padece una disfunción eréctil. Con el uso de esa palabra, la persona termina trasladando esa impotencia a todos los aspectos de su vida, finalizó el profesional.
Adolescentes, más abiertos a experiencias bisexuales
Bosco Demarchi indicó que los adolescentes de hoy están muy abiertos a la sexualidad y se están permitiendo experiencias inclusive del tipo bisexuales. Prueban experiencias homosexuales y después terminan con parejas del sexo opuesto hasta que definen su orientación, indicó.
Sobre la postura de los padres ante esta situación subrayó que la mentalidad sexualmente represiva no cambió demasiado en los últimos tiempos. Lo que pasa que como antes, los hijos tampoco le cuentan demasiado a sus papás. A eso se le suma la disponibilidad de información buena y mala al alcance de la mano. Más allá de eso, cuesta mucho que los progenitores se sienten a charlar de sexo con sus hijos, porque ellos mismos no tienen resuelta su propia sexualidad, advirtió.
Mujeres: mentalidades que coexisten
El sexólogo remarcó que hoy la mujer está abierta a explorar su sexualidad, a consumir literatura erótica, películas del género y hasta juguetes sexuales. Muchos hombres se asustan ante la mujer cuando se permite esas libertades, de pedir lo que le gusta y de proponer cosas para estimular el deseo, señaló.
Acerca de cuáles son las edades de esas mujeres que buscan descubrir su sexualidad sin prejuicios, Demarchi opinó que hay mujeres de 50 años que se separaron y les fue mal en experiencias sexuales con nuevas parejas. Vienen a la consulta y preguntan qué tienen que hacer para liberarse y poder disfrutar. Cuando saltan el cerco de su propia mente, cambia todo, dijo el profesional. En ese sentido hizo referencia a la cuestión cultural que subyace en la psiquis de esas mujeres que tienen reprimida su sexualidad. La mujer que se acostaba con varios hombres era una prostituta; en cambio, el hombre que estuvo con muchas mujeres era Gardel, ironizó.
Por ello, advirtió que es muy frecuente que las mujeres de edad más avanzada que se quedaron sin su marido porque falleció o porque se fue con otra, afirmen que a mí no me toca más nadie. El único que me vio desnuda fue mi marido. Esa mentalidad todavía se conserva, señaló.
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