Días atrás, el 16 de marzo último, en esta misma página se replicaba una nota de un medio porteño que hablaba sobre la enorme responsabilidad de quien está al volante en los accidentes tránsito que día a día dejan alrededor de 20 víctimas fatales.
Explicaba también la percepción que los automovilistas tienen de los demás conductores y de sí mismos, con una desaprensiva y negligente derivación hacia quien está al mando del otro vehículo de la responsabilidad ante una mala maniobra vial.
Mencionaba además dos factores como los principales causantes de esos hechos: la desatención y el alcohol, aunque este último en un nivel menor.
Dentro del primero juega un gran protagonismo el uso del teléfono celular, algo que es fácil de comprobar para quien transita por las calles y presta alguna atención a quienes viajan en los diferentes vehículos.
Verá que en varios de ellos el celular está ocupando la atención de quien va al volante. Esa distracción genera un período ciego en el manejo, según ajustadamente se puede observar en una de las publicidades de Luchemos por la Vida, que pretende crear consciencia del peligro que ello significa. Espacio reafirmado con la advertencia: El celular al volante, mata.
Quizás, darle mayor trascendencia al alcohol en la génesis de los siniestros viales -y sobre el que no debe haber condescendencia en los controles- constituya una limitación en torno a las múltiples distracciones que cada conductor realiza cuando el vehículo está en marcha. Donde el uso del teléfono celular -prohibido por las normas, escasamente respetadas- tiene un protagonismo que no debe descuidarse.
Para muchos es solo una picardía menor, como también para éstos significa el ponerse al volante luego de haber consumido una o dos copas de cerveza (por ejemplo), sin advertir que la fatalidad puede estar a la vuelta de la esquina y por propia irresponsabilidad.
De ello debemos tomar consciencia toda vez que pretendamos conducir un vehículo o cuando viajamos en él guiados por alguien que lo olvida.
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