En 1972 el matrimonio Scheffler fue víctima de delincuentes en su negocio de Quaranta y Tomás Guido por sus propios vecinos. Habían planeado asesinarlos pero no lo lograron. Una historia que aún hoy no deja de sorprender.Los muertos que ustedes mataron gozan de buena salud, podría haber sido el diálogo de la policía con los dos capturados que llevaron adelante un asalto e intentaron matar a un matrimonio. Ocurrió acá cerca, pero hace tiempo, justo el día de la primavera de 1972.
Reynoldo y Norma Scheffler se salvaron milagrosamente luego que sus captores les descerrajaran tres tiros a cada uno en el interior de su camioneta.
Cuarenta y cuatro años después de aquel hecho, PRIMERA EDICIÓN encontró a la señora Norma, quien gentilmente accedió a contar el hecho policial que conmovió a la entonces tranquila sociedad posadeña. Nos recibió en su casa. Cerró la puerta y dejó afuera el ensordecedor ruido de los automóviles. Su relato nos transportó a esa misma esquina, pero en aquella noche del jueves 21 de septiembre de 1972.
Norma contó que eran las 8 de la noche cuando vio llegar a sus vecinos, dos cuñados que tenían libreta (sacaban fiado) de la despensa de los Scheffler.
Los atendió normalmente porque eran conocidos, no había motivo para sospechar nada. Mi marido estaba cansado y estaba adentro de la casa, sentado en la cocina. Los hombres me pidieron un artículo y yo no recordaba el precio, entonces pasé al fondo a preguntarle a mi esposo. Vuelvo al almacén y los sigo atendiendo. Cuando me doy vuelta uno me estaba apuntando con un arma, recordó Norma.
Esto es un asalto, le dijeron. Ella pensó que le estaban haciendo un chiste.
Le dijo – vecino qué le pasa, no me haga esa broma.
– Le estoy diciendo que es un asalto, le respondieron.
Su marido se acercó a ver lo que estaba pasando, intentó hablar con ellos pero no hubo caso.
Mientras uno los apuntaba, el otro cerró la puerta del negocio.
Al ver que tenían aserradero, mueblería y despensa, ellos pensaron que teníamos plata, dijo Norma. Pero ese día no tenían nada de dinero guardado, solamente 1.000 pesos (Ley 18.188) que estaban reservando para pagar la cuota de la Pick Up Dodge 200 que habían comprado.
Los delincuentes vieron que respecto al robo ya no había nada más que hacer y pasaron a ejecutar la segunda parte del plan. Tomaron un colchón de la cama de los Scheffler y lo pusieron en la parte de atrás de la camioneta. Los ataron de manos y los hicieron subir. La Dodge, en manos extrañas y con los dueños de rehenes atrás, se dirigió hacia la zona del Arco.
Los vecinos, ahora transformados en malhechores estaban por ascender en el escalafón delictivo. En cuestión de minutos iban a transformarse en asesinos.
La pareja intuía lo que les iban a hacer. Reynoldo le dijo a Norma nos van a matar. Ella le respondió orá para que no nos pase nada.
Pararon al costado de la ruta, levantaron el toldo de la camioneta y les descerrajaron seis tiros a la pareja, tres a cada uno.
Norma recibió un disparo que le atravesó la mandíbula. El otro le dio en la nuca y el tercero no llegó a impactar en su cuerpo.
A su esposo, uno tiro le rozó la sien, el otro ingresó al tórax y quedó alojado milímetros del corazón. Para rematarlo, con el tercero, le apoyaron la pistola a la altura del oído y efectuaron el disparo.
Culminada la faena, arrancaron de nuevo la Dodge. Los asesinos sabían que no iban a poder atravesar el control policial sin que revisen la cajuela de la camioneta. Antes de volver a iniciar la marcha, se detuvieron unos segundos a pensar sin saber lo que pasaba a sus espaldas. El matrimonio estaba vivo. Aunque heridos, sigilosamente se reincorporaron. Bajaron de la camioneta, amparados por la oscuridad de la noche, por el toldo que tapaba la visión de la cabina y por el ruido del motor. Mientras ellos escapaban hacia el campo, los hombres cambiaron el rumbo y se dirigieron hacia la zona de San Isidro.
En la oscuridad de aquella noche primaveral, los Scheffler buscaron algún arbusto donde esconderse. Afortunadamente, a Norma los delincuentes la ataron mal, hecho que le permitió liberarse y ayudar a su esposo.
Ella quería volver hacia la ruta a pedir auxilio porque estaban perdiendo mucha sangre. Reynoldo le dijo ¡no porque van a volver! Y así fue, apenas unos minutos después la camioneta volvió, los asesinos vieron que sus muertos no estaban y empezaron a buscarlos donde habían parado minutos atrás. Con la luz tenue de una linterna empezaron a mirar en los alrededores y no los encontraron. Nerviosos, subieron nuevamente a la pick up y unos kilómetros más allá la prendieron fuego.
Al ver que se habían ido, Norma salió decidida a la ruta. En ese momento venía un camión con acoplado cargado al tope. Circulaba despacio porque estaba en subida. Fue allí cuando la señora corrió como pudo y se subió al estribo de la cabina. Tomó por sorpresa al chofer y con la mano agarrada fuertemente al volante le dijo perdone lo que le estoy haciendo pero tengo que salvar a mi marido y a mi. Después le cuento.
El esposo que la había seguido, también llegó a treparse cuando el camionero había detenido el vehículo, sorprendido por la presencia de la señora a su lado. En ese momento ella vio que también iban dos mujeres en la cabina. Una de ellas le pidió a Norma que pasara su brazo adentro para poder sostenerla. Mientras, la señora sostenía a su esposo. Viajaron así en el estribo del camión hasta que pasaron frente a la casa.
Le dije al hombre, acá vivimos nosotros, quiero que un día ustedes vengan a charlar con nosotros, le pido mil disculpas por lo que le hice, quiero darle una recompensa.
Él me respondió: Lo único que le pido es que usted no le diga a la policía quién los trajo. Porque nosotros no somos de acá y no queremos tener problemas. Nos van a citar y va ser complicado estar viajando a Posadas.
El matrimonio Scheffler se bajó en la Rotonda y el camión siguió por la ruta 12 con rumbo desconocido. Allí la pareja pidió ayuda a un taxista, que al verlos no dudó en subirlos a su móvil pero primero les advirtió que iba pasar primero por la Seccional Tercera para avisar a la policía. Luego los llevó al Sanatorio Posadas, ya en compañía de un agente.
Los dos, en pleno estado de conciencia fueron internados de urgencia. El médico que intervino les avisó que a primera hora de la mañana iban a tener que operar a la señora, porque por la bala que tenía en la cabeza corría peligro de vida. Norma le pidió por favor que los dejaran estar a los dos en la misma habitación. Y así pasaron la noche, juntos.
Al otro día, temprano, los médicos se acercaron a verlos y se sorprendieron, porque si bien uno de ellos le había dicho que iban a operar a Norma, en el fondo dudaban que ambos pudieran resistir las heridas que sufrieron.
Yo escuchaba con atención que le comentan a mi esposo que había tres opciones: una, dejar el proyectil en el lugar; dos, intentar sacarlo, pero con el peligro de que queden secuelas neurológicas que la dejan inválida; y tercero, lo más improbable, tocar la bala y que no pase nada. ¿Qué quiere usted que hagamos? No la toquen, dijo Reynoldo.
Días después a ambos le dieron el alta. Primero fue el esposo que fue a declarar en sede judicial. Allí le mostraron el arma que la policía incautó tras la investigación. El disparo que le habían descerrajado a la altura del oído no había salido del revolver.
Días después me tocó a mí ir a declarar. Yo reconocí las sogas con las que nos ataron y el revolver con el que hicieron el asalto. También me mostraron un cuchillo tipo carnicero de grandes dimensiones que yo no había visto esa noche. Allí me contaron que los bandidos confesaron que si no moríamos a balazos, nos iban a cortar la cabeza, dijo Norma.
Apenas horas después del hecho, la policía detuvo a uno de los responsables en su casa, distante a una cuadra de la de los Scheffler, mientras que el otro se había fugado con paradero desconocido. Dos días después, una comisión policial lo encontró en la localidad de Piray.
La camioneta de los Scheffler había sido prendida fuego por los delincuentes, pero no llegó a quemarse en su totalidad porque los bomberos llegaron a tiempo, probablemente alertados por personal del entonces destacamento San Isidro.
Una vez que se recompusieron de salud, el matrimonio retomó su vida habitual. Prefirieron no ahondar más en lo que les había pasado, ni tampoco averiguar qué fue de la vida de quienes los habían lastimado. Escuchamos por ahí que les dieron diez años de cárcel, pero no quisimos saber nada más.
Nueve años después, la tragedia volvió a golpear la puerta de los Scheffler. El 30 de noviembre de 1981, se desató un pavoroso incendio en el aserradero. Ellos dormían, no se dieron cuenta de lo que pasaba justo al lado. Fueron despertados por los bomberos que llegaron a tiempo a extinguir las llamas.
No tuvieron hijos. Ella hoy tiene 76 años y valora mucho a su sobrina que hoy la cuida como si fuera su propia madre. Su marido murió en 2011. Cuenta que es un golpe que aún le cuesta mucho digerir. Es lo más triste que me pasó en la vida, dijo Norma.
Con un dejo de tristeza, dijo por último: Cuando uno vive esas cosas aprende a creer en Dios. El milagro que pasó con nosotros fue tremendo.
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