Cuando todavía se discute la existencia de call centers y ejércitos de trolls -acusaciones que el Gobierno no logra desterrar del imaginario social y político aún cuando domina el tablero de la comunicación pública y privada-, la fuga masiva de datos que disparó un escándalo global lo salpica de cerca.
El uso de datos personales para fines políticos electorales sin el consentimiento de los usuarios, habría llevado al poder al polémico Donald Trump, quien ganó las elecciones estadounidenses por el sistema de elección, pero perdió en el peso específico de la cantidad de votos.
Si, como se sospecha, la empresa Cambridge Analytica aplicó en Argentina las mismas maniobras, la Justicia no debería demorar la investigación del cómo, cuándo y quién.
Y es que no hubo hasta el momento una voz oficial tácita que desagravie a Cambiemos. No surgió, como sí ocurrió con el caso Triaca y otros, un Marcos Peña descartando cualquier vínculo, por mínimo que fuera, del Gobierno argentino con la oscura consultora de datos que se nutrió de la información de la red social.
Cuando acaba de transcurrir la mitad de su mandato y mientras abiertamente ya pide pista para un segundo, está claro que al macrismo le cuesta dominar la economía y con ello se les va el futuro a millones de argentinos. La legitimidad de las urnas es uno de los pocos argumentos que le van quedando al oficialismo para seguir ahí, al tope.
Pero si se confirma la influencia y manipulación de datos para ganar las elecciones, se estaría frente a la falta misma de legitimidad y con ello el vacío.
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