Decíamos recientemente que el soporte de nuestra práctica es la respiración, que por eso no nos debe parecer excesiva la reiteración del tema y que su recordatorio debe ser constante, porque respirar es vivir. En efecto, la respiración nos aporta energía vital, el Prana, que además de ser distribuido por todo nuestro organismo, también es dirigido hacia nuestros centros de energía o Chakras a través de un sistema de canales llamados Nadis, componentes de nuestra anatomía sutil a la que nos referiremos detalladamente en una próxima nota.
La tradición milenaria del Yoga enseña que el Prana es una fuerza cósmica bipolar, negativa y positiva, cuya fusión origina la fuerza vital. Y precisamente de la armonía y equilibrio entre esas dos fuerzas depende nuestra salud. Por lo tanto, la calidad, la intensidad y la proyección de nuestra existencia depende mucho de nuestro saber respirar, ya que la respiración es la única función vegetativa que podemos controlar, y con ella nuestros impulsos, nuestras emociones, nuestra psique y nuestro estado físico, porque regula nuestras funciones naturales. Además, descubrir nuestro aliento nos permite avanzar en autonomía, porque tomar conciencia de la propia respiración es afirmar: Yo Soy.
Para el Yoga, el Pranayama o control del aliento es un ejercicio fundamental sobre la energía vital que nos penetra y nos envuelve y de la que dependemos para nuestra supervivencia, considerando que respirar es un don del cielo: es lo primero que hace el bebé al nacer y es lo último que hacemos al dejar esta existencia.
En realidad, esta energía está referida a todo lo que se mueve, a todo lo que vibra y anima el cuerpo de todos los seres. Aprendiendo a controlar el aliento, aprendemos a dirigir esta energía vital, sin dispersarla, para obtener el mayor provecho en nuestro organismo psicosomático, porque el ritmo respiratorio es comparable a la polaridad que encontramos en todo: el día y la noche, el calor y el frío, lo positivo y lo negativo; polaridad que es esencial para el equilibrio en todos los sistemas. En consecuencia, desarrollar la disciplina de la respiración nos permite controlar nuestra energía y evolucionar en simbiosis con todos los movimientos cíclicos de la naturaleza, para encontrar así nuestro lugar en el Universo.
Por eso aprender a respirar “bien” es tomar conciencia de cada instante de nuestra vida, en presente, aquí y ahora. Por ejemplo, en caso de vivir un momento angustioso, si recordamos tomar conciencia de nuestra respiración probablemente la sentiremos cesar en ese momento, como una pequeña muerte momentánea al decir de Ghislaine Martel -cuya obra inspira buena parte de este artículo. Entonces nos tomamos un poco de tiempo para restablecer nuestro buen ritmo respiratorio y ayudar a cuerpo, mente y espíritu a manejar adecuadamente la situación.
En la práctica esto es así: Cuando inhalamos, el diafragma aspira y conforma una masa de aire en la base de los pulmones, al tiempo que ejerce una ligera presión sobre los órganos que recubre: hígado, estómago, intestino y bazo, produciendo un masaje permanente y suave sobre ellos. Cuando exhalamos, recupera su forma y ayuda a los pulmones a vaciarse de aire. Se produce así un movimiento de ondulación natural que efectúa la limpieza de nuestro sistema energético. Pero
muy pocas personas saben o pueden respirar bien. Una respiración lenta, amplia y profunda indica buena salud y manejo de las emociones. Por el contrario, una respiración rápida, agitada y superficial puede revelar algún problema de salud y generalmente nerviosismo. También como vimos, una persona asustada o inquieta retiene su aliento por efecto del miedo, en una detención momentánea de la vida. Y digámoslo: gran parte de las personas que viven en estado de ansiedad, de estrés o padecen frecuentes depresiones suelen caracterizarse por no saber respirar.
En nuestra práctica, en la hora del ahora, podemos comprobar los beneficios que el pranayama nos procura en cuerpo, mente y espíritu
Y nos parece escuchar la arenga de Ghislaine: ¿Estamos preparados? ¡A nuestros pulmones! Un, dos, tres
¡respiremos! Namasté.
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