A fines de 1970, en una playa de Indonesia, Aurora Bitón conoció a una princesa de seis años. La escritora y artista plástica se presentó como una bruja que recorría el mundo en una escoba. Con los días forjaron una amistad, fue invitada al Palacio Azul donde cenó sopa de nido de golondrinas.Esta es la historia de una princesa y una bruja. No es ficción, sus protagonistas son reales.
Todo ocurrió a fines de 1970 en una playa de Indonesia, un país insular ubicado entre el Sudeste Asiático y Oceanía.
La artista plástica, escritora y campeona mundial en paracaidismo, Aurora Bitón había llegado a la isla para acompañar a su compañera, una periodista china corresponsal de un diario francés. Por ese tiempo, se dedicaba a cuidar al hijo de su amiga, un niño de tres o cuatro años.
Las jornadas transcurrían en la playa: arena, sol y masajes con aceite de coco. Ese paisaje era un verdadero paraíso.
Un día Aurora fue al mar para sacarse la arena del cuerpo. Cuando de repente se acercó una niña de unos seis años que le hizo una pregunta en inglés.
La artista le respondió que no entendía el idioma. Fue entonces que la pequeña le volvió a preguntar, esta vez en castellano: ¿quieres jugar conmigo?.
Aurora se sorprendió porque la criatura hablaba español fluido. Y le contestó: Sí, juguemos.
Las horas se extendieron entre juegos de playa y charlas.
-¿Qué haces?, preguntó la niña.
-Miro qué sucede por el mundo, contestó Aurora.
– Pues, yo soy una princesa ¿y tú? ¿qué eres?
– Soy una bruja que viaja por el mundo en una escoba, en busca de princesas. Y mira, te encontré a ti princesa.
– Entonces bruja vamos a jugar.
Corrieron por la costa y jugaron en el mar. Todo frente a los ojos de una señora mayor, vestida con traje inglés. Era la babysitter de la princesa. A lo lejos había una tienda, con tres señores vestidos con túnicas. Al final de la tarde la niña se despidió y se marchó.
Los encuentros se repitieron por una semana. Todas las mañanas, la princesa buscaba a la bruja para jugar en el mar.
Ella traía los juegos infantiles con los que armaban palacios que tenían un diseño arquitectónico especial: cúpulas circulares, con estilo árabe.
A todo esto, Aurora quería crear castillos similares a la Basílica de San Basilio, un modelo ruso: con la cúpula torneada. Pero la princesa le decía que debían ser lisos, como el domo del Palacio Azul, donde ella vivía.
Después de siete días la princesa se despidió:
– Bruja me voy al Palacio Azul ¿me visitarás?
– Sí. Pero deja la ventana abierta para que pueda entrar con mi escoba.
-¿Vas a volar a mi estancia?
– Sí, te voy a visitar. Las brujas volamos.
-Pero bruja ¿dónde esta tu escoba? Quiero verla.
– Es mágica y no la puedes ver. Pero si voy al Palacio Azul ¿qué vamos a comer?
– Vamos a cenar sopa de nido de golondrinas, ave de paraíso y palomita de chocolate, detalló la princesa.
– Me gusta todo, pero las palomitas son blancas.
La princesa abrazó a la bruja y corrió hasta la babysitter. Luego volteó y gritó: No te olvides bruja. Te espero en el Palacio Azul.
Pasaron quince días y alguien llamó a la puerta de la casa donde Aurora se alojaba. La escritora estaba en una hamaca cuando volvió a ver a la babysitter:
-Vengo de parte de la princesa a invitarla al Palacio Azul del Maharajá. La princesa quiere que vaya la bruja, le dijo en un español áspero.
– ¿Cuándo? , preguntó Aurora.
– La invitación es para hoy.
En ese momento la escritora tuvo miedo, era una zona peligrosa y buscó una excusa: No tengo ropa para ir al palacio. Tengo vestidos mexicanos y ojotas.
– No hay problema porque allá tendrá lo que necesite.
Entonces, Aurora pensó y se dijo a sí misma: Si viene el tren no lo pierdas Aurora.
Luego contestó: Vamos, se puso el vestido mexicano, las ojotas y le avisó a la dueña de casa que volvería pronto.
Salieron en un coche negro, directo al aeropuerto donde tomaron un jet privado con destino a Borneo, la tercera isla más grande del mundo, su territorio se divide de forma desigual entre los países de Malasia, Indonesia y Brunei.
Luego, fueron al norte de la isla. El paisaje se convirtió en destilerías de petróleo: tanques grandes, caños y extensiones.
Fue hora y media de viaje. Bajaron del jet y subieron a otro auto que los llevó por un camino de aspecto tropical, rodeado de palmeras.
Aurora se encontró con enormes portones de hierro y un portal gigante, era la entrada al Palacio Azul: el salón era inmenso, la cúpula era de azul intenso con estrellas, tal cual un cielo. Una alfombra azul recorría los pasillos.
La llevaron a una habitación que tenía un vestidor con más de doce puertas; con zapatos y vestidos, todo lo que necesitaba, por talle, estilo y color.
-¿Y la princesa? ¿la veré?, preguntó Aurora
– No en este horario. Luego voy a traer a la princesa. Le pido que no salga sin que la acompañe. La vendré a buscar a la hora de la cena, explicó la babysitter y se retiró.
Aurora se quedó en la habitación. Eligió un vestido rojo con tres capas de gasa y zapatos del mismo tono. De repente la puerta se abrió.
-Bruja, bruja viniste, gritó la princesa mientras abrazaba a la escritora. Y siguió: pero no entraste por la ventana, viniste en jet.
– Es que me mandaste a buscar, sino iba a tardar mucho en encontrarte.
Esa noche Aurora cenó junto al Maharajá, su esposa y la princesa, que tienen siete hijos.
El plato principal fue la sopa de nido de golondrinas. El segundo plato de ave de paraíso, con un decorado increíble, el cual acompañaron con vino francés.
Y finalmente llegó el postre: palomita de chocolate.
– Bruja tienes que romper la palomita, pidió la princesa.
Entonces Aurora golpeó el postre con el cuchillo y apareció el anillo, un obsequio de la princesa. No le preguntaron nombre ni apellido. Por eso, Aurora sostiene que el valor está cuando uno trata a la gente sin nombres ni apellidos, sino con el corazón.
-¿Ya te vas bruja? ¿nos volveremos a ver?
– Toda la vida. Porque me voy acordar de la princesa siempre.
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