He recorrido casi todo el mundo, he tenido experiencias en casi todos los países, observando siempre, con el propósito de no molestar a las demás criaturas, sino lo menos que pudiera, y de procurar sólo la tranquilidad de la vida; pero me he abrasado de calor en los trópicos, me he helado de frío en los polos, afligida de la inconstancia de la temperatura en los climas templados o infestado de conmociones de los elementos de todas partes.
Hay muchos países que no pasan un día sin tempestad, que es como decir que cada día das un salto a una batalla formal a sus habitantes, que no son culpables de ninguna injuria contra ti.
En otros, la ordinaria serenidad del cielo está compensada con la frecuencia de los terremotos y la furia de los volcanes, la ebullición subterránea de todo el país.
Vientos y huracanes terribles reinan en los lugares y estaciones libres de otros furores de la atmósfera. Unas veces he sentido crujir el techo sobre mi cabeza por el peso de la nieve; otras, por la abundancia de la lluvia; muchas bestias feroces han querido devorarme sin provocarlas. Somos injuriados de continuo por el sol y el aire, la humedad, el calor y otros tantos elementos vitales y por lo tanto, necesarios.
Pero pregunto: ¿acaso te he suplicado que me trajeras a este universo?… Bien sé que has hecho el mundo en obsequio a los hombres. Mas bien creería que lo hubieses hecho ordenando expresamente para atormentarnos.
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