Emanuel J. Farías – Posadas (Misiones) Señora Directora: Si bien es mucho lo que debe aún la Iglesia Católica realizar para eliminar a los pedófilos que aparecen en sus filas, es interesante la reciente decisión del Arzobispado de Paraná (Entre Ríos) que prohíbe a los sacerdotes estar a solas con menores o adultos vulnerables. En alguna medida ayuda a erradicar una práctica aberrante que en otras diócesis se oculta y se trata de evitar que se ventilen en la Justicia. Como también es una costumbre antigua el hecho de que muchos de esos sacerdotes infieles a sus votos religiosos solo sean trasladados a otras parroquias con una reconvención menor y sin ninguna advertencia a los parroquianos que recibirán su labor pastoral.
Creo que ese ejemplo del arzobispo entrerriano debería ser copiado en otras jurisdicciones eclesiásticas como una forma de prevención a estos abusos que periódicamente ganan la atención de los medios de comunicación y generan gran preocupación entre padres y familiares de potenciales víctimas. Aunque a ello debiera sumarse, en los lugares donde han ocurrido estos hechos (y si no existen), mecanismos de socorro y contención de quienes lo han padecido.
Existe mucha bibliografía nacional y, particularmente, extranjera que recoge estos casos y donde se narra del abandono y el ninguneo que reciben esos jóvenes abusados, doblemente victimizados. En EEUU, de donde se conocen más detalladamente estos hechos, la Iglesia ha tenido también que afrontar millonarias indemnizaciones.
Lamentablemente, en este tema, por la aberración de unos pocos es la Iglesia toda la que pierde confianza y prestigio.
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