En este largo, inacabable y complejo camino de las relaciones humanas, una de las conclusiones que cosecho es que nuestro bienestar depende en gran medida de otros.
En este sentido tendría que ser un objetivo compartido lograr un mundo en el que todos colaboremos y nos ayudemos mutuamente.
En tanto pensamos y nos organizamos, hay algo con lo que podemos comenzar ahora: nuestra actitud. La causa de muchos de nuestros conflictos son nuestras actitudes.
Cuando recibimos alguna noticia o cuestión que nos inquieta, nuestra mente se turba quitándonos claridad e impulsándonos a hacer algo.
Así se inician las peores tormentas en nuestra cabeza- ya que comenzamos a trabajar sobre una serie de supuestos teñidos de miedo, angustia y actitud defensiva por sentirnos atacados. Ahora bien, si lográramos conservar la serenidad, responderíamos mejor a eso que nos preocupa, logrando mayor eficiencia, hallando soluciones o estando mejor posicionados para contrarrestar una agresión.
Es en este momento en que las emociones juegan un rol fundamental. Insisto en que todas las emociones son buenas porque nos dan la pauta de lo que nos resulta importante, aunque, cuando son demasiado intensas, duran demasiado tiempo o están fuera de lugar, entran en una zona peligrosa.
Ayer asesoraba a una cliente respecto a unas cuestiones derivadas de su divorcio. Estaba tan enojada y turbada con su ex marido, que en lugar de pensar en acciones para contener a sus hijos y paliar la situación actual, maquinaba imaginándose todo lo que podría llegar a hacerle su marido y como lo iba a degradar públicamente, lo que la angustiaba más y más y la alejaba de solucionar las cuestiones reales, actuales y urgentes que sí estaban ocurriendo.
De la misma manera, por ejemplo, si bien es bueno plantearnos objetivos, si el empecinamiento por lograrlos no nos permite advertir cambios de contexto o terceros, y el deseo se descontrola, puede transformarse en una ansiedad que nos lleve a consumir sustancias adictivas.
En este punto, ampliar y aplicar una perspectiva diferente ayuda a resistir el embate de una emoción destructiva. Cuando nos domina la ira, la mayor parte de nuestras percepciones negativas son incorrectas, ya que el 90% de ellas son proyecciones mentales.
Ahora bien, trabajar en este cambio de percepción no es sencillo y demanda una energía mental que requiere convencimiento y motivación.
Les propongo reflexionar sobre el daño que las emociones destructivas han causado en nuestra vida. Un momento de profunda hostilidad en el que actuemos precipitadamente puede llevarnos a acabar con cualquier tipo de relación, ya sea amistosa, amorosa, familiar, o laboral entre otras.
Además es conocido y probado científicamente el efecto corrosivo interno de esta emoción que al destruir nuestra serenidad, capta nuestra atención y disminuye nuestra libertad mental, aniquilando la empatía, tan necesaria para generar compasión.
La solución no está en ocultar nuestros sentimientos sino en ser conscientes de ellos. Si estamos atentos, podremos anticiparlos para enfrentarlos de mejor manera. Es como un músculo que requiere ejercitación, cuanto más nos entrenemos, los detectaremos antes para poder elegir como accionar ante ellos, en lugar de reaccionar.
Cuestionar nuestros hábitos mentales destructivos, es un camino para el entrenamiento. Por ejemplo la queja. Nuestras quejas puedan tener algún grado de justificación, más, cuando la emoción que de ellas se desprende es desproporcionada, deberíamos plantearnos qué puede indicar esa agitación a fin de adquirir una nueva perspectiva respecto a nuestros sentimientos. Exploremos, chequeemos, duelemos nuestras emociones para significarlas nuevamente.
El camino, una vez más, es hacia adentro.
Discussion about this post