Nuestra vida se inicia sin que tengamos opinión, nuestros progenitores la mayoría de las veces nos desean, de pronto a partir de abrir los ojos al nacer, poco a poco vamos sumando experiencias para tomar conciencia de “algo” que nos es difícil definirlo, tratamos de darle un sentido, para luego terminar esta vida de forma totalmente distinta a como la iniciamos.
Entre el inicio y el fin del vivir vamos dibujando la “conciencia” de nuestro ser, que solo se apaga temporalmente al dormir, que nos permite darnos cuenta que existimos, que existen otros seres y que habitamos un universo lleno de curiosidades.
Nuestra conciencia se acompaña del “tiempo”, al cual lo apreciamos bien frente al espejo y en los cambios de los otros, que me recuerdan los míos. Estos cambios los vemos en los rostros con patas de gallo y arrugas, en canas, en la voz que se opaca y se hace ronca, en algunas partes del cuerpo que se caen, en otras que crecen como la panza y otras que se enlentecen como el caminar, en aparatos y prótesis que agregamos para ver como lentes u oír mejor como audífonos, en dolores que aparecen y en funciones que decaen.
Entendí que estos cambios le llamamos “envejecimiento”, que influye en nuestro cuerpo, mente y espíritu, y que lamentablemente a veces perdemos nuestra identidad, como en la demencia.
Esa identidad que poseemos a lo largo de toda nuestra existencia, es la marca o sello particular que queda a nivel físico, psicológico y espiritual, que nos acompaña siempre como el color de los ojos o nuestra personalidad combativa, que se modifica con las experiencias y la memoria; porque si bien vivo en un “presente” continuado, siempre hago pie en un recuerdo del “pasado”, y hago planes sobre un “futuro” a construir.
Entiendo poco al tiempo que lo asemejamos al reloj, un invento de los hombres, pero que cuando debemos medir el tiempo del universo sirve muy poco, porque me hablan de “millones de años luz”, y por otro lado tampoco comprendo ni puedo imaginar como una partícula subatómica vive milésimas de segundo.
Lo pequeño y lo grande demuestran distintos tiempos, además los científicos dicen que el tiempo comenzó con una gran explosión, pero ¿Y cómo aparecieron los elementos que explotaron?, o que todo va a terminar ¿Y después?
También acepto que el medio ambiente social y ecológico que me rodea cambia, que se deteriora siempre, pero que se renueva permanentemente reemplazando a sus seres más desvencijados.
Todos los miembros del grupo social se deterioran invariablemente con el tiempo y se recambian, pero sus ideas se aprovechan y reciclan según la aceptación en ese grupo, formándose un “edificio de ideas o Cultura” construido a lo largo de la historia humana, que quién sabe cuándo comenzó ni en que terminará.
Acepto que mi cuerpo y mente no dura para siempre, pero si tengo “suerte” algunas de mis ideas quedarán en el “edificio de ideas de la humanidad”, aunque no tendré la más mínima posibilidad de disfrutarlo, pues mi conciencia como humano terminará con mi muerte.
Todo lo que afanosamente construí en mi vida como recuerdos, sentimientos, emociones, frustraciones, deseos, metas, historias, amores, agresiones, bondades, egoísmos, solidaridad, se diluirán en la memoria de nuestra sociedad.
Acepto que todo pasa y dura “un poco” para luego desvanecerse, mi cuerpo y cerebro se van a disolver en minúsculos átomos para incorporarse nuevamente al resto de la naturaleza, pero no sé qué va a pasar con mi “espíritu”.
Entiendo que solo somos administradores temporarios de los bienes que tan afanosamente nos desvivimos por tener en vida, que nada me pertenece, sino que lo más importante es solo el disfrute durante el transitar en este mundo, para luego dejárselo a otros.
“Yo” no habría sido “Yo” sino hubiesen habido muchos otros que me ayudaron en mi camino, lo que poseo no es solo mi propiedad, por lo que no debo apegarme tanto a las cosas.
En realidad nada de lo que poseo me pertenece, puedo hacerme la ilusión de que todo lo que tengo es mío, pero solo alimento mi egoísmo.
Somos criados como “centros del universo” aunque somos frágiles, limitados y pasajeros, por más que haga lo que haga en vida, ésta va a continuar después de que yo no esté, se verterán algunas lágrimas al principio de mi ausencia pero poco a poco pasaré a ser un recuerdo en la mente de algunos, hasta que ese recuerdo sea cada vez más borroso y desaparezca, o pueda quedar en la tinta de un libro o en las letras electrónicas de algún programa de computadora.
Comprendí que egoísmo, orgullo e intolerancia son los tres ingredientes principales con los cuáles adornamos nuestra vida en algún momento, y que debemos ser sabios para detectarlos y eliminarlos, porque sino ellos harán nuestra vida aún más chiquita.
Acepto que la generosidad, el compartir y la humildad son las actitudes y comportamientos que nos unen, que nuestra vida es vacía cuando no hago nada edificante por el mundo donde me toca vivir.
Creo que cada uno tiene su “libertad” pero con límites, y que cuando se traspasan esos límites empiezan los problemas, que nadie pertenece a nadie, y que los hijos luego de madurar hay que destetarlos para que elijan su camino.
Entendí que una persona vengativa guarda sus heridas abiertas y el rencor consume su existencia, su corazón se llena de dolor, rencor, furia; a lo que comúnmente se le llama veneno, nuestra comunión con los hombres y Dios disminuye, todo se nubla, hasta nuestra razón.
Acepté que la violencia en todas sus formas solo crean caos y degeneración.
¡Hasta aquí es parte de lo que creo!
Colaboración:
Bazán J. L. - Médico
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