María del Carmen Ortiz – Posadas (Misiones) Señora Directora: Cuando leo que la filial local de una poderosa transnacional francesa, Carrefour, se halla en jaque por la caída en las ventas en todo el país, me preocupo por una realidad torcida y manipulada (posverdad) que cada vez entiendo menos. Primero, porque el gobierno nacional ha venido adoptando medidas económicas que se ajustan a las exigencias propuestas desde las multinacionales como ella; segundo, porque resulta víctima de la apertura comercial y la pérdida de industrias fundamentales incapaces de competir con lo importado con el consecuente desempleo y baja del consumo interno; y tercero, porque al contrario de la proclamados brotes verdes, su partida (o cierre) significará el despido de numerosos trabajadores.
De allí sospecho que, más allá de una amenazante debacle comercial que obliga al llamado preventivo de acreedores, se está ante una jugada especulativa que busca –interpreto, sospecho–, en connivencia con las autoridades económicas y laborales, la eliminación de algunos de los derechos laborales de los empleados de comercio.
¿Por qué digo esto? Porque, supongo, esperan la empresa y el gobierno que ante la posibilidad de quedar en la calle y de que sus familias pierdan su sustento, se resignarán sueldos y beneficios con el interés de mantener algún ingreso fijo. Una actitud que, en mi opinión, ya tiene la complicidad del Ministerio de Trabajo y del gremio, y que, más temprano que tarde, repercutirá sobre el resto de la actividad mercantil en el país, con la consiguiente reducción del costo argentino en ese rubro y sobre el que tanto insisten algunos funcionarios laborales y económicos.
Pienso que si los empleados de esa empresa ceden no sólo impactará sobre el resto de los empleados de comercio argentinos, sino que servirá de ejemplo para otras actitudes similares en cada vez más rubros de la producción, con más pobreza y mayor concentración económica. El método es usado periódicamente por las automotrices, por ejemplo, que ante la baja de producción suspenden personal, reducen salarios y se permiten hacer despidos selectivos (delegados, sobre todo) de los que las mayorías bajan la cabeza y no reclaman. A lo que se suma, en general, una conducción sindical cómplice que toda vez que puede mira hacia otro lado.
Ésta es una realidad que me supera y no entiendo el porqué de esa creciente sumisión a los grandes capitales.
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