No tuvieron otra opción que ayudarse entre todos a escapar. Debieron contemplar cómo el fuego les arrebataba todo. En una hora perdimos el trabajo de toda la vida, lamentaron.
A la gente humilde le llueve sobre mojado, dice el refrán. Y esa frase se convirtió en llamas en la noche del jueves, cuando al menos 18 familias perdieron todo lo que tenían en un incendio.
El siniestro se desató alrededor de las 23 en un inquilinato ubicado sobre la calle Oberá, a metros de la avenida Zapiola y su intersección con Chacabuco en Posadas. En el lugar vivían al menos 41 personas entre niños, adultos y ancianos. Según los testimonios que PRIMERA?EDICIÓN pudo recabar, el fuego se habría iniciado en el fondo del terreno, en una de las precarias viviendas de madera del lugar.
Luis García, quien alquilaba una pieza en el lugar, dijo que el incendio fue tremendo. Fue tan rápido que en 15 minutos ya no se podía hacer más nada. Nos quedamos con lo puesto porque tuvimos que ayudar a sacar a los chicos, los viejos y los discapacitados que estaban adentro. Era imposible. Si volvíamos a sacar nuestras cosas, la gente se iba terminar quemando viva, sobre todo los más grandes, que a esa hora ya hacía rato que se habían acostado, contó.
El hombre aseguró que el fuego avanzó hacia el frente y lo cubrió todo. Acá vivíamos 41 personas, porque el alquiler era muy accesible y las familias hasta podían venir con chicos. Se pagaba del 1 al 5 de cada mes. Ahora no tenemos dónde ir ni como pagar otro lugar para vivir, se lamentó.
…
Vení a ayudarme que se incendia
Ramón Espinoza, quien hace años acompaña a su abuela Bernarda, la propietaria de la otra parte del terreno, contó cómo vivieron la pesadilla. Ya era tarde y mi abuela que tiene 89 años me dijo yo ya recé, ahora me voy a acostar. Entonces salí afuera a lavarme los dientes y en eso escucho que me llaman por mi nombre: Pedro, vení a ayudarme que se está incendiando, dijo.
El hombre contó que fuimos al fondo y mientras yo sacaba agua del pozo, él tiraba sobre el fuego, pero nos ganó. Entonces volví donde estaba mi abuela como para salir a la calle. Ella me rogó que salvara los documentos. Por suerte un policía me ayudó a sacar mi cocinita y sólo eso pudimos rescatar, se resignó.
Mi abuelo vivía sólo
Karina Amarilla, nieta de Félix, el propietario de la otra parte del terreno, contó a PRIMERA?EDICIÓN que su abuelo vivía sólo en el lugar y por eso, en busca de un poco de compañía, alquilaba el fondo del terreno a otras familias.
Era más que nada un comunitario, donde él le daba espacio a otras familias. Lo que era la casita de él no quedó nada. Estamos muy agradecidos con las personas que nos acercaron donaciones. Afortunadamente pudieron salir todos los que vivían allí. Uno de los primeros rescatistas que llegó alcanzó a sacar a un abuelo, que estaba dormido profundamente y no escuchaba nada. Nos dijeron que nos iban a ayudar con cortes de casa para que mi abuelo vuelva a estar ahí, contó la mujer, conmovida por la solidaridad.
Cuando quisimos volver ya era tarde
Ángel Lugo, quien pasó la noche en al salón comunitario de la iglesia Santa Rita, relató: Estábamos todos durmiendo, sólo tuvimos tiempo de sacar a los chicos. Éramos ocho familias en ese sector. Mi señora se levantó gritando, despertamos a todos los vecinos y cuando quisimos volver a buscar las cosas ya era tarde.
El damnificado dijo que aparentemente alguien estaba haciendo fuego en el fondo: Parece que se incendió algo, no lo pudieron apagar y ahí empezó a tomar todo. Las maderas que estaban resecas prendieron enseguida.
Detalló que, como todos los que vivían allí, se quedaron con lo puesto, perdieron los documentos, las cosas de la escuela, útiles y guardapolvos de los chicos. Ahora nos están ayudando con comida y ropa, pero lo que más vamos a necesitar es un lugar donde poder ir, porque no es cualquiera el que te alquila si tenés hijos. Hace seis meses que estábamos viviendo ahí, todavía no podemos creer lo que pasó.
Dora es la esposa de Ángel y lamentó la ausencia de un lugar. Tenemos seis chicos y es difícil que te acepten con ellos y que además te cobren barato. Vivíamos ahí porque el señor nos cobraba un precio módico y gracias a eso le podíamos estirar todo el resto del mes comprando algunas mercaderías. Gracias a Dios nos prestaron este lugar, pero vamos a ver hasta cuándo nos permiten quedarnos, señaló.
El golpe emocional que sufrieron fue muy grande. Nosotros los grandes podemos sobrellevar esto, pero a los chicos no se les olvida más, quedaron asustados, anoche no durmieron nada del miedo que tenían, dijo Dora.
Con mi marido fuimos los primeros en ver el incendio. Empecé a gritar ¡fuego, fuego, levántense! Golpeé todas las puertas para avisar a los vecinos. Primero pensamos que se iba a apagar con baldes de agua, pero cuando vimos que era muy fuerte, decidimos dejar todas las cosas. Lo más duro fue perder en una hora lo que construiste en toda una vida, sintetizó, al borde de las lágrimas.
A la hora de dormir
Eran las 23, el día ya no tenía mucho más para ofrecerles y muchos de los inquilinos se habían acostado. De repente se sintió olor a humo y una de las vecinas alcanzó a ver cómo las llamas habían empezado a lamer el lateral de una de las piezas.
A los gritos empezó a golpear las puertas para que la gente se levantara y ayudar a apagar el fuego. Sabía que como todas las habitaciones estaban encimadas una sobre la otra, el riesgo era latente.
Uno de los hombres del lugar se levantó enseguida y corrió hacia la parte de adelante del terreno. Allí vivía una abuela de 89 años con su nieto. Se está prendiendo fuego, vení ayudame, vamos a sacar agua del pozo, le gritó. Urgente, agarró un balde y corrió hacia el fondo. Apenas llegaron a tirar un par de cubetazos cuando se dieron cuenta que no iban a poder hacer nada.
El nieto corrió hacia donde dormía la abuela y la levantó como pudo para escapar con ella. Al mismo tiempo, algunos de los vecinos lo único que atinaron a hacer fue agarrar los documentos, ahorros, y salir hacia la calle con los chicos, apenas con lo que tenían puesto. Frente al lugar, los inquilinos veían como se le quemaba lo poquísimo que tenían y lo que tanto les costó conseguir.
El siguiente capítulo de la tragedia que vivieron estas familias fue el arribo de cinco dotaciones de Bomberos y personal de varias comisarías. Justamente a esa hora se estaba cerrando una semana que fue muy calurosa y que tal vez contribuyó a que las maderas secas tomaran más rápido el fuego. Las llamas alcanzaron la altura de una planta de mango -unos cuatro metros- emplazada a poca distancia.
Por fortuna, por la gracia de Dios, o porque simplemente eran muy pocos los que estaban dormidos, todos pudieron escapar de allí.
El barrio quedó conmocionado. Vecinos de otras cuadras llegaron a tratar de dar una mano, pero todo era una mezcla de humo, tablas, chapas, cenizas y agua. Se hizo presente personal de Defensa Civil, que se encargó de brindar la primera asistencia a quienes lo habían perdido todo.
Algunos fueron a pasar la noche al salón de la Iglesia Santa Rita, otros al de Nuestra Señora de la Asunción, donde recibieron donaciones de ropa y pudieron alimentarse. No faltaron los agradecimientos: Ahora voy a tener ropa más linda y mucha más de la que tenía antes.
Ya en horas de la mañana de ayer, en el lugar comenzaron a trabajar operarios de la Municipalidad para sacar los escombros de la noche fatídica. Funcionarios del Iprodha empezaron con los relevamientos iniciales para ver qué solución habitacional se le podrá brindar a quienes se quedaron sin casa, sin plata y algunos con un problema aún más grande.
Los que tenían hijos pequeños habían podido alquilar en ese lugar porque era barato y no tenían problema por los chicos, como sí suele suceder en otros inquilinatos, según comentaron.
Este Diario pudo averiguar que el terreno tenía dos dueños, que son hermanos y vivían además allí. Los dos son mayores, y cada uno alquilaba piezas hacia el fondo. Ellos también se quedaron en la calle, sin casa, sin nada y con un susto descomunal.
Discussion about this post