En esta historia, el protagonista rechazó una vida de privilegios que le brindaba su estatus de rey con tal de permanecer junto a quien amaba.Conocí la historia del príncipe de Gales, Eduardo VIII, cuando era una niña y mi padre me obsequió su colección de monedas, entre ellas encontré la medalla que Argentina había creado en honor a su visita, en agosto de 1925.
El año anterior, el entonces presidente argentino Máximo Marcelo Torcuato de Alvear se encontraba en Londres cuando anunció su decisión de invitarlo al país.
En su momento, la llegada del heredero del trono de Jorge V se consideró de profunda importancia diplomática y, por otra parte, se aseguró que ésta tendería a consolidar las relaciones entre ambas naciones y a reforzar las vinculaciones económicas. Fue entonces que el país se vistió de gala.
El príncipe llegó el lunes 17 de agosto y su estadía se extendió hasta el 28 de septiembre. A sugerencia del propio presidente Alvear, Carlos Gardel y José Razzano fueron invitados a ofrecer una tarde musical en un rancho en La Pampa. Y por supuesto, su música cautivó a los invitados reales.
Once años después, Eduardo pasaría a la historia por ser el primer monarca en abdicar voluntariamente al trono. Todo por amor.
Los historiadores lo describen como un hombre elegante y jovial, un personaje muy popular por aquellos tiempos. Se dice que su irresistible atractivo para el sexo opuesto hizo de él un mujeriego compulsivo. Fue entonces que sus devaneos amorosos habrían preocupado a su padre, quien en busca de una solución le cedió una casa, Fort Belvedere, una antigua residencia real, de 1750 a 1976, ubicada en Inglaterra. Algunos autores sostienen que ese palacio se convirtió en escenario de sus conquistas.
Pero todo cambió en diciembre de 1933 cuando la vizcondesa de Furness le presentó a Wallis Simpson, estadounidense de ascendencia chilena. Divorciada en 1927 de su primer marido, ésta estaba casada en ese entonces con Ernest Simpson, un empresario angloamericano. El flechazo fue inminente y poco tiempo después se convirtieron en amantes.
Tras la muerte de Jorge V, el 20 de enero de 1936, un día después Eduardo VIII subió al trono, con 42 años. Profundamente enamorado de Wallis, rompió el protocolo real al ver su proclamación desde una ventana del palacio de St. James. Lo acompañaba Wallis, ella todavía estaba casada y este episodio fue el principio del fin de su reinado.
En noviembre de ese mismo año, Eduardo anunció que deseaba contraer matrimonio con Wallis, con pleno conocimiento de que el pueblo jamás la toleraría como reina.
La presión fue tal que finalmente la abdicación se hizo efectiva. Su reinado fue considerado el más breve en la monarquía del Reino Unido, tan solo once meses, de enero a diciembre de ese año.
En mayo de 1937 contrajo matrimonio con la alegre divorciada.
La determinación sigue siendo tan asombrosa hoy como el día en que la anunció. Y pese a todo esto, no consta que Eduardo se arrepintiera de su decisión.
No cabe duda alguna que su historia de amor lo hace acreedor de una peculiar posición en la historia de la realeza del siglo XX.
(*Escrita por Susana Breska Sisterna. Fuentes consultadas: La Razón y La Vanguardia).
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