La confianza en la gestión macrista pasa por su peor momento. Y no se trata de quienes en las urnas apostaron por el cambio y hoy sienten que hubo estafa electoral, sino de los mismos que tras bambalinas impulsaron al actual presidente y a su equipo económico.
El mercado, ese espectro obstinado que no conoce de lealtades ni noblezas, comenzó a exhibir que su camino no va en el mismo sentido que el pretendido por el Gobierno o, por lo menos, es paralelo y con otras variables.
Prueba cabal de ello es el rumbo que está tomando el dólar. Contrariamente a lo que pretende el macrismo y su agenda económica y financiera, la moneda extranjera parece tener vida propia y ya no valen los cada vez más cotidianos llamados a la calma con los que arranca el día Marcos Peña o algún que otro especialista cercano a Cambiemos.
Las fuertes intervenciones que viene aplicando el Banco Central en los últimos días dan a entender dos cosas: que el dólar sí preocupa y mucho; y que manejarlo está fuera de las manos del Gobierno que lo dejó en libertad tiempo atrás.
La subida de ayer llevó a la moneda norteamericana a su máximo histórico y a la nuestra al fondo de la tabla. Y es que el peso argentino es la divisa que más se devaluó en lo que va del año, al registrar una depreciación que superó el 15% frente al dólar.
La economía argentina y las variables que elevan los precios tienen un componente que jamás se fue y es el dólar.
Cualquier tensión, cualquier rumor mueven hacia arriba el valor del dólar y con él muchos de los precios que debemos confrontar los argentinos para seguir andando. Se acortan los tiempos para el efecto adormecedor que tendrá el mundial de fútbol. El Gobierno nacional entiende que ese será el límite para desarrollar su brutal ajuste y ver qué pasa después. Pero en el medio le van surgiendo imponderables que, llamativamente, vienen de la mano de los que se dicen socios del cambio. El enemigo también es interno.
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