Un poeta argentino fue el autor de unos versos que, sin duda, conocen casi todos los habitantes de nuestro país. Este poema, al que se le sumó una hermosa música, es más famoso que su propio creador, Vicente López y Planes.
Un 11 de mayo de 1813, hace más de 200 años, la Asamblea General Constituyente, en solemne sesión, declaraba a la denominada inicialmente “Marcha Patriótica”, escrita por el diputado Vicente López y Planes, con música del maestro español Blas Parera, como única canción patria de las Provincias Unidas Del Río De La Plata.
Simultáneamente se daba a conocer un decreto en el que se disponía que a partir de ese momento era obligatoria su ejecución al iniciarse todo acto público.
Y un dato curioso. Los originales de la canción patria se han perdido, pero esta marcha -que lo es- perdurará sin duda para siempre en el corazón de los argentinos.
Dicho esto con la clara diferencia entre patriotismo, que es amor a la patria en la que se ha nacido, y patrioterismo, que es ceguera espiritual y que no puede comprender el amor de otros hombres por sus respectivas patrias.
Pero, quiero relatarles el origen del himno. Es curioso.
López y Planes, que tenía 27 años, se inspiró para componer tan vibrante letra luego de asistir un 25 de mayo de 1812 a una representación teatral que conmemoraba el segundo aniversario de la Revolución de Mayo.
Incluso en el teatro con lápiz- escribió sobre el programa, casi en la penumbra, los primeros versos: “Oíd mortales el grito sagrado…”. La tituló originariamente “Marcha Patriótica”. Constaba de nueve estrofas, no de cuatro como se canta hoy y además, de una cuarteta o coro.
La vida de López y Planes fue multifacética. A los 21 años combatió en las invasiones inglesas, llegando al grado de capitán. Fue también abogado y ministro de Hacienda, de Relaciones Exteriores y gobernador de Buenos Aires.
Pero lo que se conoce poco es que fue primer magistrado de la Nación -aunque provisional- a los 42 años y solamente durante 36 días, por renuncia de Bernardino Rivadavia. Y finalizo con una anécdota que lo define.
La mañana del 10 de octubre de 1856 se sintió morir. Tenía 71 años. Hizo llamar a todos sus familiares, entre los que se encontraba su hijo Vicente Fidel López, que había sido también su ministro.
Con total lucidez y con una serenidad que sólo la grandeza otorga, les habló sonriendo:
– “No deben llorar por mí”, les dijo. Y añadió: “He logrado lo que pocos argentinos. Combatí por mi país, lo representé como diputado, como gobernador e incluso como Primer Magistrado. Pero lo que más valoro es haberles dado a mis compatriotas un himno, que espero les sirva para valorarse y para unirse”.
Ya con un débil hilo de voz, expresó:
– “Sé que solo tengo pocos minutos de vida. Pero quiero recitar por última vez la Canción Patria”.
Su voz se iba apagando, aunque alcanzó a decir con los ojos casi cerrados, los últimos versos:
– “Sean eternos los laureles que supimos conseguir, coronados de gloria vivamos o juremos con gloria morir”.
Y Vicente López y Planes murió, por cierto, con gloria.
Su vida y su grandeza final traen a mi mente este aforismo: “La muerte de un gran hombre no es una muerte individual”.
Especial para NA, por José Narosky
Poeta y escritor argentino,
considerado el “rey del pensamiento corto”.
Se especializa en aforismos.
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