Juan Alfredo Szychowski – Posadas (Misiones)
Señora Directora: Con frecuencia observo como se utiliza políticamente el eslogan Tenemos Patria como si fuese un logro reciente, fruto de una nueva juventud que irrumpe. La patria existe desde hace más de 200 años y es de los 40 millones de argentinos más allá de ideologías políticas, credos o posición social. Es de todos.
Recuerdo el orgullo de padres inmigrantes, quienes exhibían en la sala (hoy living) las fotos enmarcadas de sus hijos con uniformes de conscriptos. Habían aprendido a amar y defender a su patria.
Me emocioné leyendo el libro El llamado del oro verde, donde transcriben historias de inmigrantes suizos en Misiones. En su mayoría escritas en alemán y recopiladas por la doctora Cecilia Gallero y traducidas al castellano por María Elena Würgler.
Gracias a ellos podemos conocer sus indómitos desafíos, coraje y fe en Dios para animarse a cruzar de un continente a otro, en busca de una nueva patria donde dejar plasmada su gratitud, en sacrificados esfuerzos, sufrimientos, alegrías, tristezas, dolor y esperanzas. A los valientes que gestaron el movimiento patrio, a los inmigrantes, a los nativos que no dudaban asentarse en ranchos, en zonas áridas o en exuberantes picadas a kilómetros de incipientes poblaciones, sin médicos, farmacias, caminos y fuerzas de seguridad que los protegiera. Pero con una patria siempre presente en sus esforzados y sacrificados maestros que luchaban por un país culto y con sentir patriótico.
En memoria a tantos olvidados constructores de esta querida patria quiero trasmitir a los jóvenes de hoy la narrativa escrita en su diario por don José Schegg-Loher, un 9 de julio de 1937. Tras superar infinidad de obstáculos llegó de Suiza con su esposa y 12 hijos, 6 mujercitas y 6 varoncitos; la mayor, según se aprecia en la foto del libro, no tendría más de 17 años. Se asentaron en una incipiente colonia en cercanías de Oberá un 21 de mayo de 1937, en una chacra que adquirió en 3.200 pesos.
Ya en mi chacra escribía–, habiendo llegado la tarde, subí a la cima del cerro y desde allí, extasiado pude ver la hermosa tierra de mi nueva patria. Y agrega con emotiva alegría: Esa noche ya dormimos en nuestro rancho sobre bolsas de chala de maíz.
Enterado el maestro del asentamiento de una nueva familia, no dudó en recorrer 4 kilómetros por picadas para invitar a mis hijos a que fuesen a la escuela para aprender castellano, la historia de su Patria e instruirse. Tampoco olvidó invitarnos para el 9 de Julio y 15 días antes volvió a recordarme que asistiera con mi esposa y mis hijos, ya que se trataba de rememorar el día patrio. Concurrimos con mi esposa y nuestra numerosa prole.
Llegando, la entrada de la escuela estaba adornada con guirnaldas, unos 60 chicos estaban reunidos en grupos, también los padres de los chicos, además de los nativos (argentinos) se encontraban reunidos alemanes, polacos, rusos, suecos y checos. Dado que los polacos y suecos generalmente hablan alemán, pronto entablamos conversaciones con ellos.
Mientras nos entreteníamos hablando, el maestro reunió en fila a los alumnos, quedando todos formados. Los de cabello negro azabache, los castaños y los rubios, juntos en armonía. El segundo maestro, que enseñaba en los grados inferiores, llegó con una gran lata de biscochos, cada chico recibía lo que le cabía en las dos manos. ¡Ay, cómo resplandecían los ojitos!
En debido orden los chicos se retiraron al aula posterior. Los adultos se reunieron en otra aula. Luego los chicos entraron y cantaron el Himno Nacional Argentino. Siguieron poesías patrióticas recitadas con entusiasmo y énfasis por los chicos. Un discurso patriótico del maestro concluyó esta parte de la fiesta. Fue aplaudido calurosamente por los presentes, pero yo entendí muy poco del mismo.
Después salimos al patio, donde unos hombres asaban unos 200 kilos de carne en un gran fuego. De nuevo los chicos tenían que formarse. Cada uno recibió un pedazo de pan, un pedazo de carne y también un poco de vino.
Después de los chicos era el turno de los adultos, también cada uno de ellos recibía carne, pan y vino. Luego todos estaban parados, en una mano el pan, en al otra la carne, algunos repartían vino.
Fue una fiesta como yo nunca había visto.
Después de la comida siguieron acrobacias a caballo y una carrera de trayecto corto. En el transcurso de la tarde, volví con mi grupo a mi casa.
Había patria, era centenaria.
Argentina fue un gran faro para millones de inmigrantes y orgullo para millones de argentinos. Ya había patria y la honraban, era de todos.
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