Cuando somos niños es cierto que necesitamos de otros para sobrevivir, generalmente son nuestros padres quienes nos dan los cuidados necesarios para vivir y mantenernos a salvo. Ellos nos dan la seguridad del alimento, aprendizaje, comunicación y cada uno a su manera, las formas de cariño que alimentan al alma, tan necesarios como comer.
Pero el hecho es que cuando crecemos nos vamos volviendo autosuficientes para satisfacer nuestras necesidades y no necesitamos de nada ni de nadie para vivir y ser felices, pero a pesar de que lo sabemos nos martirizamos con apegos y creencias de necesidad del otro y de otras cosas, que muchas veces nos envuelven en nubes de sufrimientos tan difíciles de salir.
Los apegos no solo tienen que ver con personas también tenemos apegos a ciertas situaciones, cosas materiales, nuestro trabajo e inclusive resultados que esperamos de alguien o algo.
Estos apegos nos hacen creer que si no los tenemos, la infelicidad es inevitable y lo único que queda es sufrir. Nuestro cerebro pareciera ser que es la única programación que conoce. Pues no, es solo una programación. La felicidad está incluso del otro lado de los apegos, en una programación distinta, solo hay que aprenderla.
Cuando somos niños, los apegos en los que nos sostenemos nos inducen a creer que si no están todo es tristeza y el solo hecho de perderlos nos provoca miedo y desesperación. Sucede a menudo en todos hasta el final de la vida.
Pero lo que no sabemos o no vemos es que el apego para nada tiene que ver con el amor, la felicidad y la seguridad, puesto que el amor es fruto de la libertad, del dar, del soltar, del aceptar, del disfrutar. El apego en cambio es un delator de necesidad, de dependencia y de miedo y es por ello que nos causa a veces tanto dolor.
La libertad emocional y el desapego muchas veces se confunden con indiferencia, pero nada más lejano que eso, puesto que vivir fluyendo con todo es saber que -pase lo que pase-, todo está bien y todo va estar bien. Nuestra felicidad y seguridad no corren riesgo, ya que quien nos mantiene a salvo somos nosotros mismos; nosotros somos los responsables de hacer lo necesario para mantenernos animados y satisfechos de lo que creemos necesario para nuestro vivir.
El soltar te da la seguridad de que la única persona de la cual dependes eres tú y mientras te tengas, lo que ocurra afuera no te modifica.
Si alguien fallece es triste, haces el duelo, pero tu vida continúa. Si pierdes un trabajo puedes conseguir otro. Si tu relación se termina es doloroso, pero puedes volver a empezar con otra persona. Todo depende de la forma en que veas lo que sucede.
Para fluir y vivir emocionalmente independiente es necesario saber que la vida no es estable nunca. Vivimos en un mundo de incertidumbre donde todo puede cambiar a cada instante, no tenemos el control de nada; tomar conciencia de ello y aprender a caminar así es más fácil que pretender mantener todo en su lugar siempre.
Wayne Dyer ya lo decía: Cuando cambias la manera de ver las cosas, las cosas que ves cambian.
Colabora
Natalia de las Nieves
Coach y Terapeuta
Motivacional
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