No hubo cantos de apoyo ni saludos de gratitud. No surgieron espontáneos gritos de sí se puede ni vamos Presidente. De hecho no hubo nada, salvo policías y periodistas.Mauricio Macri entró a la Catedral Metropolitana con bajas expectativas de mimos y se retiró de la misma llevándose una mochila cargada de críticas y cuestionamientos sin el cálido baño de masas que tapa cualquier fracaso de gestión.
Dentro de la catedral Macri debió escuchar a un crudo Mario Poli que, más allá de su investidura religiosa, le recordó que la indiferencia de los ricos frente a los pobres no pasa inadvertida.
Confiamos solo en nuestra capacidad, en las estrategias y ecuaciones sin que dominemos todas las variables y nos afirmamos en nuestra corta experiencia sin tener en cuenta la memoria histórica del país que algo tiene que enseñarnos, deslizó el arzobispo.
En esos y otros pasajes de la homilía, Poli describió la hoja de ruta de un proyecto que ganó bajo el poderoso concepto del cambio, pero que poco hizo para llenarlo de contenido. Y es que a partir de un par de rápidas victorias e impulsado por los mensajes de apoyos de líderes mundiales, Cambiemos confió en que tenía destino de éxito y se puso a pensar en la reelección.
La dura realidad de promediar la mitad del mandato con los mismos o peores resultados que cuando llegaron al poder debe preocupar a un Gobierno que hasta hace poco se declaraba ganador de batallas propias y ajenas, ondeando la bandera de que lo peor ya pasó. Pero el velo se va corriendo.
Cambiemos, es decir todo el andamiaje político nacional que se abroqueló para gobernar, debe reaccionar rápido en todo sentido.
De otra forma deberá dejar de ir a la iglesia los 25 de Mayo para evitar enfrentar descripciones bíblicas del mal estado de las cosas y para no enterarse por una fría y gris calle vacía que la gente ya se agotó de esperar y que en cambio se quedó en casa bien abrigada, porque si anda en patas en otoño está desperdiciando energía.
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