En el artículo anterior refería que pese a las cifras alarmantes que indican que nos enfrentamos a un grave y creciente problema social, aún existe mucha desinformación y abordajes erróneos del bullying que sólo agravan y perpetúan la violencia.
Un error muy frecuente cuando se detecta un caso de bullying es plantear la mediación. Si bien la mediación es sumamente eficaz para el abordaje de conflictos escolares. Posicionar a la víctima en el mismo nivel que los acosadores, en una situación asimétrica de poder puede resultar nefasto.
Los mejores abordajes se han demostrado en prácticas que actúan en tres niveles de forma conjunta.
En primer lugar con herramientas psicológicas para anticipar y dar respuesta temprana a través de chequeos periódicos, con diagnósticos que permitan la prevención e intervención.
Por otro lado implicando a toda la comunidad, es decir: familias, alumnos, profesores, directivos y todo el personal de la institución que se trate. No solo para la detección de los casos sino para informar y capacitar, generando procedimientos de actuación, con metodologías participativas para transformarse en verdaderas comunidades de práctica en materia de prevención de cualquier tipo de violencia.
En tanto, para ayudarlos, desde casa como desde el colegio hay que trabajar en la autoestima sin victimizar y sin humillar a nadie, -ni a quien se defendió ni a quien agredió-.
Como en todo conflicto, la comunicación juega un papel fundamental, si el chico puede contar lo que le sucede, la situación comienza a desarmarse, el problema es que la mayoría de las veces no lo hace, y así aumenta el acoso.
Si bien cada caso es particular, existen ciertos patrones que pueden ayudar a saber si un chico está siendo hostigado, si observamos que se retrae, cambia los patrones de alimentación o de sueño, pone excusas para no ir al colegio (si dice que le duele la cabeza o la panza), si está irritado o muy sensible o pierde la plata de la merienda (porque se la roban), entre otros.
Las instituciones por su parte deben reconocer lo que está pasando y hacerse responsables de investigar cuando reciben consultas, no ignorarlas. La no detección, detención e intervención contundentes por parte de la institución y la sobreprotección de los padres que defienden a sus hijos cuando se han confirmado comportamientos violentos, no ayudan a generar una educación con vínculos saludables.
Esta inacción por parte de los adultos transmite a los acosadores el convencimiento que la violencia es útil o exitosa y sienta las bases de posibles comportamientos a futuro como el acoso laboral o la violencia doméstica.
El niño tiene que desaprender la violencia y para eso -tanto en casa como en la escuela-, debemos enseñar desde la alteridad, enseñar al niño que yo soy porque el otro es poner el foco en la convivencia, la inteligencia emocional y las prácticas dialógicas.
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