Ojalá haya llegado rápido a su destino. Ojalá haya salvado la vida de algún niño. Ojalá llevara con prisa un órgano para trasplantar. Ojalá que de su presencia haya dependido la continuidad de algún comedor comunitario. Ojalá que el mundo sea un lugar mejor a partir de su prisa. De otra manera y ni así siquiera habrá de justificarse la muerte de otro ejemplar de la castigada fauna misionera.
El tema está en la agenda desde hace décadas. El camino por el que se produjo el siniestro está señalizado. La conciencia va de boca en boca. Pero ni así el desaprensivo conductor o conductora del vehículo que atropelló y provocó la muerte de un puma en Iguazú tomó en cuenta que podía producir tal daño a la biodiversidad local y regional.
Es alarmante saber que en lo que va del año sean 18 los felinos que fueron atropellados en zona de reservas naturales en el norte de la provincia. No podemos resignarnos a esa realidad. No puede ser ese el decreto del fin de las especies más increíbles del continente.
Es necesario, y con urgencia, avanzar en las medidas que se requieran para frenar la masacre vial de las especies. La política y la economía deben adecuarse en este caso a lo que se necesite para remediar este problema.
Desde más cartelería a controles de velocidad y lo que haga falta. Y la Justicia deberá aplicar el rigor necesario para los que sean descubiertos.
Pero es la sociedad la que debe dar la primera respuesta. Está en nosotros comenzar a ponerle fin a esta historia que, de no corregir su rumbo, termina con nuestros hijos y nietos viendo a las especies por fotos o videos de Youtube.
Porque no puede volver a ocurrir que, en el apuro por llegar a algún lugar dos o tres minutos antes, nos llevemos por delante a la biodiversidad que cuenta como uno de los pilares de la cultura misionera.
Ojalá y quien se llevó consigo la vida de este puma esté cuanto menos preocupado y sienta pena por el animal. Y que mínimamente haga un aporte enorme al mundo de aquí en adelante.
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