“El sí mismo no es algo que uno encuentra, sino algo que uno crea”. La frase, propiedad del psiquiatra Thomas Szasz, se adecua perfectamente al tránsito que el entrenador de la Selección argentina Jorge Sampaoli tuvo en este Mundial e, incluso, en los 394 días que lleva en el cargo.
Y para alguien que tiene sus convicciones tan a flor de piel, más allá de coincidir o no con sus opiniones, la peor decisión es separarse de ellas para tratar de sobrevivir.
La revolución futbolística que tanto Sampaoli como la AFA prometieron para la Selección argentina desde su desembarco el 1 de junio de 2017 duró apenas un puñado de minutos.
Porque ante la primera de cambio, la Selección argentina volvió a ser la de los últimos años, sin rebeldía, sin orden, sin un faro al que seguir, y que sólo tuvo vida por la intermitencia de Lionel Messi.
Sampaoli dirigió quince partidos a la Selección y puso en cancha quince equipos iniciales diferentes, lo que significa algo difícil para los jugadores, porque no pueden adaptarse a los movimientos o el conocimiento entre ellos.
“Ahora vamos a jugar como quiero yo”, dicen que salió de la boca del DT en el búnker albiceleste de Bronnitsy después del 1-1 frente a Islandia.
La flexibilidad táctica, incluso durante el mismo partido, hasta la presión como factor dominante, son los factores que impusieron el estilo Sampaoli y por el que lo fueron a buscar los dirigentes de la AFA.
Por eso forzaron (y negociaron) la salida de Sevilla, porque en Chile había logrado impactar al mundo en Brasil 2014 y decepcionar a la Argentina en la Copa América 2015, donde levantó el título como local.
Si bien un entrenador tiene siempre obras inconclusas porque las circunstancias, los jugadores, los contextos, se modifican todo el tiempo, un buen conductor de grupo es quien sabe optimizar sus recursos y dosificar esfuerzos.
“A través de la presión, del robo, atacaba. Con mucha presión sorprendía. Jugué en línea, en zona, con líbero y stoppers y fui modificando algunos dibujos geométricos, que tampoco son determinantes. Eso sí: si querés presión alta la debés aplicar en forma conjunta y organizada en siete metros por jugador, y que la pelota vaya donde yo quiero para robarla. Al principio fue eso, no dejar jugar y atacar en base a la recuperación inmediata”, explicó Sampaoli en el libro “No escucho y sigo”, de Pablo Paván.
La desesperación del 0-3 contra Croacia, donde la línea de tres/cinco defensores terminó condenada a partir del error individual del arquero Wilfredo Caballero, lo descolocó a Sampaoli.
Contra Nigeria, más allá del resultado agónico final y la clasificación, torció su tatuado brazo a un 4-4-1-1 relleno de jugadores “históricos” y que tuvieran espalda para llevar un delicado momento que podía terminar con la eliminación en primera ronda.
El último manotazo de ahogado fue ver cómo recuperar a Messi, después de tres partidos con intermitencia. “Si Francia tiene un plan para frenarlo, nosotros tenemos uno para potenciarlo”, avisó en la conferencia previa a Francia.
¿Cuál era? Imitar al Barcelona modelo Pep Guardiola con el rosarino como “falso 9”. Nada funcionó. Porque los intérpretes ni el contexto, como se explicó más arriba, no son los mismos.
El falso, entonces, fue Sampaoli, porque no se bancó sus decisiones y no pudo sostener una idea futbolística, más allá de los resultados.
Por Diego Provenzano
Agencia de Noticias NA
Discussion about this post