Para Fabio Toñanez, el sonido de la máquina de coser fue también canción de cuna. Nació en Bernardo de Irigoyen pero al poco tiempo su familia se trasladó a San Javier. Allí creció entre telas, dedales y agujas: “viendo a mi madre y a mi abuela hacer las terminaciones a mano. Ellas eran las modistas del pueblo”, rememoró con orgullo y nostalgia el diseñador misionero que conquista nuestro país y el mundo.
Todavía recuerda, que con cinco o seis años se quedaba observando a sus mentoras, imaginando cómo sería la vida afuera de su casa, de la provincia, de su mundo.
Y mientras él soñaba, “ellas realizaban trabajos de alta costura los cuales fusionaban con el oficio de crochet”, técnica que lo marcó.
Apenas promediando su adolescencia, la familia se mudó a Posadas. Fabio se destacó en el colegio por ser un estudiante admirable y no hay duda de ello, con 16 años terminó el secundario. Al año siguiente comenzó la carrera de abogacía. Pero en menos de ocho meses decidió dejar la universidad.
Su idea era mudarse a Buenos Aires donde buscaría sus propias oportunidades. Esa decisión, que sería la brújula de un camino exitoso, generó un “escándalo en la familia”.
Hasta que sus padres entendieron “que no era lo mío y que Misiones me iba a quedar chica, yo tenía sed de salir”. Entonces, toda la familia lo ayudó: “Compramos ropa para vender en negocios y particulares, fue un año de trabajo. Ese fue mi comienzo”. Y con esos ahorros se mudó a Capital Federal, la ciudad que lo cautivó.
Ya instalado en la gran urbe, no tardó en conseguir el trabajo que tanto anhelaba: “Comencé a trabajar en la moda: para marcas como Prüne, Wanama y algunas de Nueva York”.
Un día se le ocurrió presentarse en la Revista Caras “sin ser periodista quería trabajar allí y en la entrevista me dijeron ‘si nos traés una producción importante entrás’”.
El desafío lo motivó de tal manera que en cuestión de horas supo cuál sería la nota que le daría ese trabajo: “fui a ver a una amiga que le estaba dictando clases de tango al cantante Gordon Matthew Thomas Sumner, más conocido como Sting”. En aquel lugar, se presentó como “el asistente de la profesora”.
Entonces se encargó de las sesiones fotográficas, las cuales presentó a la revista. “Cuando las vieron me dijeron: ‘mañana empezás’”.
Caras no solo le dio la tapa también doce páginas exclusivas. Fabio fue contratado como encargado de los eventos y “trabajé por siete años.
La última celebración que me encargaron, antes de irme, fue la boda de Gerardo Sofovich, en Señor Tango”.
Paralelo a lo laboral, este misionero creativo, inquieto y perseverante se perfeccionó como diseñador de Alta Costura con Roberto Piazza.
Fue así que en marzo de 2016 creó Ibraina, la marca lleva el nombre de su abuela y tiene un sello propio: el crochet y los flecos, los que observaba de niño en la casa maternal. “Porque siempre tuve la idea de recuperar esa mano de obra que hoy está en desuso”.
Y cuando se le pregunta a qué tipo de mujer representa Ibraina Fabio responde: “a una mujer corajuda, que le gusta decir ‘acá estoy’. Es una mujer con principios, camaleónica porque puede ser empresaria, profesional, madre o lo que decida ser y lo será”.
Y si bien esto recién empieza, la marca argentina ya desembarcó en Nueva York de la mano de Sasha Allem, vocalista de grandes estrellas de la música industrial, como Alicia Keys, Christina Aguilera, Usher, John Legend y en los coros de The Rolling Stones. “Ella vistió un Ibraina para un show en Las Vegas. Después fue a una cena de beneficencia con Marylin Streep, lució otro Ibraina. Es un producto que busca insertarse a nivel internacional”.
Pero Fabio no esta solo, sostiene que “todo lo que estoy haciendo lo puedo hacer porque tengo un equipo que hoy es la familia que elijo en mi vida, son tejedoras de entre 25 y 63 años, algunas viven en casas con piso de tierra”. Es por eso que el joven empresario asegura que su marca tiene un objetivo social: “incorporar al sistema laboral a las tejedoras para que ellas puedan tener una mejor calidad de vida, si puedo lograr eso entonces mi meta se habrá cumplido”.
Por
Susana Breska Sisterna
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Producción Fotográfica: Camineroimagen