Esculturas, dibujos, retratos y pinturas al óleo son maravillosas consecuencias de una vida abrazada al arte, la de Adolfo Rendón, quien a los 83 años mantiene la misma sensibilidad que lo llevó a plasmar obras de manera natural, cual impulso genético.
El artista plástico está en su sangre. Sus primeros recuerdos son de cuando era muy pequeño y hacía esculturas en barro, que con los años descubrió que era arcilla. “De chico me gustaba dibujar y frente a mi casa pasaba un arroyito, donde había barro ñaú, hacíamos bodoques para tirar con las gomeras y yo les daba forma de personajes de historietas, hice a Popeye, Patoruzú, que pintaba con tarros de pintura de deshechos”, recordó a Ko´ ape.
Rendón nació en Rivadavia, Mendoza, pero cuando tenía sólo cinco años su familia se trasladó a Bonpland y luego, en 1940, se instaló en Oberá. Cursó sus estudios primarios en la Escuela 185 y la secundaria en el Colegio Nacional Amadeo Bonpland.
Y confesó que siempre le gustó hacer retratos que buscaba en revistas. “Soy autodidacta, empecé de chiquito, en el colegio (secundaria) mi diversión era hacer a escondidas, mientras daba clases el profesor, caricaturas, que en algún que otro caso me trajo grandes problemas. La pasé muy mal cuando un profesor que era muy riguroso encontró la caricatura que hice sobre él, me citó a dirección, pero finalmente me pidió que le haga una más grande”.
Su sueño era estudiar dibujo, que pretendía costear con la venta callejera de caricaturas, pero al concluir la secundaria su padre le consiguió trabajo en el Banco Nación y esas ilusiones se esfumaron.
Contrajo matrimonio con Alicia Staudt y tuvo cinco hijos. Como bancario debió aceptar distintos destinos en cuarenta años de trabajo. Agobiado por las exigencias, rutina y dedicación, sufrió un cuadro de stress que fue difícil diagnosticar y tratar.
“Temblaba mucho, no podía trabajar, pensé que no iba a dibujar más de tanto que temblaba, fue por 1996”, mencionó. Fueron tres años aguardando la definición de su situación laboral en los que la pintura terminó siendo su gran aliada. “Empecé a participar de encuentros de pintores y a pintar. Cada vez me fui entusiasmando más. Se fue normalizando mi pulso, seguí pintando, fui descubriendo cosas nuevas, aprendiendo. Primero sacaba fotos de los paisajes y pintaba, después los fui creando”, expresó.
Para Adolfo Rendón dedicarse a una obra es trasladarse a otro mundo. “Me olvido del tiempo. Puedo pasarme horas pintando o dibujando, realmente me concentro tanto que me olvido del mundo”, afirmó.
A punto que tiene más de un centenar de obras. Realizó varias exposiciones. Su hija Susana Rendón es la heredera directa del talento. El retrato de Jesús, con la corona de espinas, hecha en carbonilla, fue de gran impacto por su calidad expresiva. “Hice uno para mi hija Delia. También terminé unos cuadros y tengo otros para retocar”, manifestó confesando que es muy exigente y que siempre encuentra algo para retocar en creaciones que dio por terminadas.