Surgió del colega Abel Blanchard, director de la Sala de Atención Primaria de la Salud (SAPS), del barrio Güemes, de Corrientes, donde desempeñaba tareas como médica comunitaria. Él había participado en la Campaña Antártica en 2016 y “me preguntó si quería ser su relevo en la Base Antártica Esperanza (BAE) durante 2017. Me interesó porque tenía ganas de hacer algo diferente. Tengo espíritu aventurero y me gustan las actividades que desarrollan, por ejemplo, Médicos sin Fronteras o las misiones humanitarias. Uno nunca lo piensa. Sabe que la Antártida existe, que hay bases, pero no hay relación y no sabés cómo es el tema”, señaló Núñez, nacida en la localidad correntina de Curuzú Cuatiá, pero que junto a su familia se radicó en Posadas en 1992, para terminar séptimo grado y el colegio secundario en la Escuela Normal Mixta “Estados Unidos del Brasil”.
Admitió que después del viaje a San Carlos de Bariloche no había tenido contacto con la nieve por un tiempo tan prolongado como en esta ocasión pero que “fue una experiencia enriquecedora. Cuando vas con espíritu aventurero, con idea de supervivencia, vas con otra onda. Sabés que te vas a vincular con un grupo pequeño de personas, que pueden surgir temas en la convivencia, y ahí está la soltura de cada uno, donde se va a notar la flexibilidad, la camaradería, el espíritu de compañerismo en estas situaciones”, contó, de regreso a Posadas, buscando abrirse camino nuevamente en la profesión y en la vida. Es que salió de Buenos Aires hacia la Base, situada en la Península Antártica, el 18 de diciembre de 2016 y volvió a Misiones el 10 de enero de 2018. Aquí habían quedado sus padres, Norma Gimizarian y Antonio Núñez, y su hija María José Gómez (20), que iniciaba la carrera de psicopedagogía.
Sugirió que en estos casos uno siempre tiene que mantener el eje, “la meta con la que va, porque no todo el mundo va con espíritu de lucha. Fue una experiencia enriquecedora, la Esperanza es una base familiar. Me iban a mandar a la Carlini, que es más chica, de 18 personas, pero al haber niños y mujeres en ésta preferían que fuera una mujer médica”. Allí existe una escuela, una iglesia, la radio LRA36 Nacional Arcángel San Gabriel, y cada uno tenía asignado una tarea porque “si me tenía que dedicar sólo a hacer medicina me iba a aburrir y al mes estaría pidiendo la evacuación”, dijo entre risas.
Su primer trabajo consistió en ayudar a renovar toda la cañería de agua de la base, desde la laguna hasta la usina, y luego cubrir los caños con telgopor para protegerlos del frío. “Se cubre de papel metalizado y luego con una cinta calefactora que es lo que mantiene el calor. Es todo con energía de lo contrario se congelaría el agua cuando pasa”, contó. También tuvo que cubrir los caños con piedras, y cumplió funciones en el incinerador, donde se recicla la basura. Es que en la BAE se pregona “lo más que se pueda la conservación de la naturaleza, que la ecología que se mantenga lo más virgen posible”.
Si bien se juntan en tachos y los barcos lo traen hasta el continente, una o dos veces a la semana se reciclaba la basura. En cada casa hay tachos para la orgánica, la lata y el vidrio, y todo eso se va separando en el incinerador. Trabajó en el sector de Víveres, para racionar lo que necesita el cocinero para el Casino porque las comidas se preparan de lunes a sábados, y las familias pasaban a retirar las raciones. Y los domingos cada uno elabora el plato que desea por eso es necesario hacer la lista de pedido de lo que va a necesitar.
La mercadería viene del continente y se conserva en dos cámaras frigoríficas, una ante cámara para los lácteos y el depósito para víveres secos. Picó hielo cuando se congeló la laguna, colaboró en la carpintería, en la limpieza de la escuela antes del inicio de clases, a reacondicionar la casa que iba a utilizar el general y ayudó en la reforma del gimnasio. Una o dos veces a la semana cumplió la función de guía turística porque en verano vienen los cruceros que están autorizados por Cancillería. Explicaba a los visitantes sobre el funcionamiento de la base y les hacía recorrer el museo, la escuela, la iglesia y las pingüineras (nidos de los pingüinos).
Pudo ejercer la medicina pero por cosas mínimas como contracturas, una que otra faringitis, cuadros de hipertensión, micosis por estrés o humedad, traumatismos, quitar cuerpos extraños de la vista sobre todo en quienes trabajan con soldaduras, gastroenteritis al comienzo. Afortunadamente no hubo nada grave, ni para intervenir ni para evacuar. “Tenía las historias clínicas de base, había un ligero aumento de presión porque el frío la aumenta y porque se toma poca agua. Notamos un aumento de peso. Me puse a investigar, y es probable que sea por los polos, al estar más cerca de los centros de gravedad, se pesa más que en la zona del Ecuador. Es una teoría”, contó la doctora, al tiempo que negó la existencia de microbios porque se trata de un ambiente estéril.
Núñez asegura que se sintió “como en mi casa” y consideró que este sistema de vida “podría llegar a ser la sociedad ideal del futuro. Como la Antártida no tiene dueño los países van instalando sus bases y cuidan ese espacio. Es una misión de paz, no hay armas. Se vive la confraternidad, la solidaridad, la generosidad, la ayuda entre todas las bases”.
Llevó muy poca ropa porque la que usaban era térmica. “Un cuello y unas buenas medias te protegían pero te sacabas el guante un segundo y se te congelaban las manos. Por el frío muchos terminaban con quemaduras en la cara. Había que hidratarse y ponerse mucha crema. Todo dependía de la tolerancia de cada uno”, confió la doctora, que volvería a repetir la experiencia pero quizás en otra Base. “Para mi es un experimento de lo que será la sociedad en el futuro por la camaradería, el trabajo en equipo, el respeto a la propiedad ajena, pero todavía hay miserias humanas que hay que pulir. Se vive en pequeño lo que en un futuro no muy lejano será la sociedad”, según la percepción de la profesional, que cosechó amistades como la de la meteoróloga Marcela Tizzano, de Olavarría (Buenos Aires) y la oficial Cintia Díaz, de Mendoza. Cuando uno regresa a su vida diaria, a su actividad habitual, se siente “medio raro. Dicen que uno no es el mismo cuando vuelve de la Antártida aunque yo no me sentí diferente, aunque allá llegué a escuchar los sonidos del silencio”.
