La verdad es que se trata de algo neutro y podríamos compararlo con una herramienta que se utiliza para un determinado fin. Por ejemplo, aquel que toma un martillo decidirá si lo usará para clavar un clavo en la pared, lo cual resulta útil o si lo usará para lastimar a otra persona, lo cual causará un daño físico grave.
De la misma forma podemos utilizar el poder para hacer el bien o para hacer el mal.
Por eso, lo ideal es que aprendamos a administrarlo correctamente, en el tiempo y el lugar adecuados. Ya sea que lo deseemos o no, tener poder siempre nos trae como resultado algún beneficio, que puede ser la mirada o el aplauso del otro, o la propia capacidad de decidir. No obstante, siempre deberíamos considerarlo un peso mayor que cualquier privilegio que podamos obtener. Un sabio ejerce el poder sintiendo que posee más responsabilidades que derechos. Un necio lo ejerce sintiendo que posee más derechos que responsabilidades.
El poder siempre tiene que estar a nuestro servicio y no al revés. ¿Por qué? Porque, como vemos en la práctica, el ejercicio del poder es temporal.
No podemos tenerlo todo el tiempo porque, tarde o temprano, pasa a otras manos, lo cual resulta sano. Algunas personas se hacen uno con el poder y creen que ellas “son” el poder. Y no nos referimos sólo a una posición sino a cualquier posesión que nos haga sentir poderosos.
El problema surge, en este caso, cuando la persona pierde el poder. Por lo general, experimentará depresión y todas las emociones que surgen de ésta porque sentirá que perdió una parte de sí misma. Lo mejor es tomar distancia del poder y considerarlo, como mencionamos antes, como una herramienta: algo que uso, me es útil pero puedo dejar en cualquier momento sin sentir que se me va la vida. Así el día que lo perdamos, no sentiremos que se terminó el mundo.
¿Cómo administrar el poder con sabiduría?
Básicamente viéndolo como un instrumento y no como una meta a alcanzar o como un medio para conseguir algo, es decir, un fin. Nuestro Creador nos entregó poder sobre la creación: la tierra y todo lo que hay en ella. Pero jamás sobre otra persona.
Esto debería ser una fuerza para lograr cosas, no para dominar a otros o sentir que somos superiores a los demás. Por ejemplo, yo puedo comprar un automóvil para transportarme de un lugar a otro; o para exhibirlo y sentir que soy más valioso que el resto de la gente. La elección siempre está en mis manos.
Para concluir, tal vez la manera más inteligente de ejercer el poder es usándolo para servir a los demás. Esta es una forma de poder sana y consiste en la capacidad de tener influencia sobre otros. La vida es un juego de poder. Pero éste no debería ser sinónimo ni de autoritarismo, ni de abuso, ni de omnipotencia, ni de impotencia; sino un deseo de liderar y guiar a otros. Todos los seres humanos anhelamos tener poder, seamos conscientes o no, y todos podemos desarrollarlo y construirlo inteligentemente.
Colabora Bernardo Stamateas
Doctor en Psicología, Sexólogo Clínico, Escritor y Conferencista Internacional. En Facebook.