Para vivir vidas plenas, todos necesitamos convertirnos en líderes de nosotros mismos. De nuestra mente, de nuestro cuerpo, de nuestros proyectos y de todo lo que tenemos y hacemos. Nadie más puede hacerlo por nosotros.
¿Por qué es importante que exista el liderazgo en nuestras vidas? Porque liderazgo es sinónimo de influencia y construcción. Es decir que la tarea de un líder es tocar las vidas de otros (y la propia) y construir puentes que lo acerquen y lo conecten con la gente (y consigo mismo). Un verdadero líder se ayuda y ayuda a otros a alcanzar el éxito.
Pero la realidad es que no todo el mundo está dispuesto a ayudarse y a ayudar a los demás. Muchos sólo piensan en sí mismos, en su bienestar, e ignoran las necesidades ajenas.
La persona egoísta tiene en su mente el paradigma de que en la vida algunos ganan y algunos pierden. Como resultado, procura ser un ganador a toda costa y se olvida del otro.
Muy por el contrario, la persona dispuesta a ayudar dice: “Yo voy a ganar, vos vas a ganar, todos podemos ganar”. Un egoísta no ayuda al otro a triunfar porque piensa: “Tu triunfo es mi derrota”; pero los que aprenden a ayudar piensan: “Tu triunfo es mi ganancia y, cuando vos triunfás, ganamos todos”. Toda vez que podemos ser puentes para alguien, hay algún fruto. Es decir, abundancia que viene a nosotros. Por el simple (o no tan simple) hecho de ayudar a otro ser humano. Y no me refiero sólo a lo material, sino abundancia de alegría, de paz, de sabiduría, etc. Se trata de un principio que siempre funciona.
Muchos equiparan grandeza con ser la cabeza de una empresa o una institución, con fama, con bienes materiales, con estudio o conocimiento. Todo eso está muy bien, si podemos disfrutarlo y compartirlo. Pero somos verdaderamente grandes cuando voluntariamente le abrimos el camino a otra persona, es decir, cuando actuamos de puentes o intermediarios para que los demás triunfen y se superen a sí mismos.
Aquí es importante mencionar qué significa ayudar a alguien a triunfar. De ningún modo es “hipotecar mi casa por vos”, ni “sacrificarme por vos y ponerme yo en último lugar”. Aprender a ayudar es aprender a construir un puente para que el otro vea su sueño, su proyecto, su idea, convertido/a en realidad.
Dos formas bien prácticas de ayudar son:
1. Reconocer el valor de las personas. El famoso escritor John Maxwell dice que deberíamos emplear los primeros 30 segundos al encontrarnos con alguien para expresar algo bueno (una fortaleza) de él o ella. Esto significa enfocarnos en el otro antes que en uno mismo. Así conectamos con la gente.
2. Darle crédito al accionar de las personas. Sólo cuando tenemos una estima sana, podemos valorar el éxito de alguien a través de una felicitación o un cumplido. De lo contrario, existe la posibilidad de sentir envidia por lo que el otro hizo bien.
No hay satisfacción mayor que ser un puente para otros, lo cual no sólo genera un ambiente favorable para todos sino que además hace que se active la ley de la siembra y la cosecha. Pues todo, todo, lo que sembramos tarde o temprano lo cosechamos para nosotros.
Colabora
Bernardo Stamateas
Doctor en Psicología, Sexólogo Clínico, Escritor y Conferencista Internacional.