Meredid Priscila Martínez habla por dos. Lo hace por ella a través de una charla cálida y jovial y también lo hace a través de su violonchelo, instrumento que es considerado el más semejante a la voz humana. Hace ocho años eligió su destino: ser violonchelista profesional. Basta con verla para percibir que existe una conexión natural entre Mere y el instrumento, como si estuviesen destinados.
Esa decisión importante y difícil la tomó casi por casualidad. Fue luego de leer un anuncio: “Una tarde mi hermano llegó a casa con una nota de la escuela, era sobre el Programa Nacional de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles del Bicentenario. Decía que los chicos de 9 a 20 años podían ir a probar los instrumentos musicales”.
La oportunidad captó la atención de los hermanos Martínez, quienes se inscribieron a las clases de música. Mere intentó con distintos instrumentos “pero no me gustaban los que había probado”.
Su hermano fue directo al violín “es excelente músico aunque ahora no sigue la carrera”.
Una semana después, llegó el violonchelo y “yo fui directo a él. Sentí que ese era mi instrumento, no entendía mucho sobre el tema, pero sabía que quería el chelo”.
A partir de allí le dedicó parte de su vida a la música: “Siento que conquistó mis sentidos y me cambió la vida”.
Aunque en ese momento, Mere no imaginó que se dedicaría “exclusivamente a esto”.
De repente, aquella niña curiosa e inquieta estaba segura de cuál sería su destino. “Representó un antes y un después. Hoy puedo decir que el violonchelo me dio todo, que sin la música no sé dónde estaría ni qué estaría haciendo en este momento”. Con el tiempo aumentaron las exigencias y las horas de ensayo “entre tres a cuatro horas al día” para perfeccionarse y no perder la calidad musical.
Su trayectoria profesional la llevó a integrar distintas orquestas, primero a Los Grillitos Sinfónicos, luego a formar parte de la Orquesta Sinfónica Juvenil de la UNaM. Actualmente es parte de la Orquesta del Centro del Conocimiento.
A diferencia de otros instrumentos, con el violonchelo sucede algo muy de piel, semejante al abrazo entre dos personas que se aman. “La música es puro sentimiento. Tenés que comprender al instrumento, interpretarlo. Es como hablar, si no entendés el idioma es complicado ser músico”.
En los últimos tres años y de la mano del arte musical, Mere recorrió gran parte de nuestro país llevando los sonidos que sabe arrancar con dulzura al violonchelo.
En el 2015 fue convocada para integrar la Orquesta del Bicentenario “donde tocaron los mejores músico del país.
Para mí fue un honor, una gran experiencia”.
De que la pasión es su motor no queda duda, lo demuestra en cada uno de los conciertos que aborda.
Actualmente, la talentosa posadeña tiene muchos sueños aunque prefiere “no planificar tanto y dejarme llevar”.
Es que sabe que “el tiempo se encargará de acomodar mi camino”.
Con 23 años, la joven formó un cuarteto con tres amigos músicos: dos violinistas, una viola y su chelo. “Hacemos música clásica y queremos tocar a fin de año”, adelanta.
Volviendo sobre sus palabras, Mere corrige: “Pensando bien sí tengo un proyecto, me gustaría dictar clases, tener una escuela para enseñar lo que aprendí en todos estos años”.
Escrita por: Susana Breska Sisterna
Correo: [email protected]
Producción Fotográfica: Miguel Ángel Colman