El proceso de adaptación no fue fácil pero con la ayuda de más de un centenar de compañeros varones pudo sortear obstáculos y sentirse feliz con la labor que desempeña. Aún hoy hay pasajeros que se sorprenden al subir al colectivo pero ella sólo sonríe, ya no se sonroja.
Al finalizar su recorrido, en su hogar de Miguel Lanús, lejos de la locura del caótico tránsito posadeño, Correa confió que su rutina de ama de casa dio un vuelco después de escuchar comentarios que en la empresa Bencivenga iban a tomar a mujeres para el manejo de las unidades.
Fue así que sumó un currículum, mucha suerte, “una recomendación del señor Horacio Alves, pero no fue nada fácil en un ambiente netamente de hombres. Pero de mis compañeros no me puedo quejar, me ayudaron mucho, me enseñaron en todo momento”. Antes de ingresar, debió practicar con distintos choferes de la firma “que no se guardaron nada. Tomé de cada uno lo que a mí me servía. Siempre me cubrieron, y es como que soy la malcriada del grupo”. Pero más allá del ambiente laboral, consideró que el apoyo de la familia fue y sigue siendo muy importante. Si bien aprendió a manejar de pequeña, gracias a papá Gregorio (fallecido) “pasé de estar en mi casa todo el tiempo a enfrentarme con la realidad de la calle misma”.
Madre de Eliana, Ariana, Santiago y Brisa, dijo que esta oportunidad se presentó cuando su nena más chica tenía cuatro años. Reconoció que fue “muy difícil dejar a los chicos porque era de esas mamás que los llevaba a la escuela, los esperaba a la salida, veníamos, cocinábamos y a la tarde estábamos juntos. Y esto fue un cambio muy grande, me costó un montón”.
Junto a su esposo José, su mamá, Elba, fue un pilar fundamental a la hora que las dudas acechaban. También fue de suma importancia el rol de sus hermanos: Blanca y Horacio, que es colega suyo. “Mi marido también trabaja todo el día, por lo que la jornada se nos hacía cuesta arriba. Venía al mediodía, cocinaba, y cuando él se estaba yendo, yo llegaba. Extrañé muchísimo el hecho de estar todo el día encima de mis hijos e incluso llegué a pensar en dejar el trabajo porque había momentos en los que me agarraba mucha angustia. En pleno manejo pensaba ¿será que tengo que estar acá o tengo que estar con ellos? Dejarlos fue lo que más me costó porque era una mamá muy presente”, reiteró.
Agregó que “vivía llorando. Mucha gente me alentó para que siguiera y preguntaba a mi esposo qué le parecía que hiciera. El me contestó que no me iba a aconsejar porque después la culpa por lo que yo decidiera sería suya. Me llevó casi un año pero me encaminé con el apoyo de amigos, familia, de mis compañeros. Siempre digo que por ellos me saco el sombrero”.
Finalmente, cuando todo parecía complicarse, los chicos “me dieron más fuerzas y en la casa se fue aceitado el engranaje. Cuando me veían amargada me decían: mami, ¡yo sé que vos podes! Antes querían subirse todos y todos los días. Ahora les invito a tomar un tere y me dicen que hace calor en el colectivo. Creo que si no tenía el apoyo de los cinco, no seguía”.
Paso al frente
Arrancar fue complicado. Relató que el primer día de trabajo subió y se sentó en el primer asiento. El chofer que tenía que acompañarla en el “viaje de bautismo” la miró y le dijo: “vos salís manejando desde acá, desde la empresa”. Correa levantó la vista y le preguntó si la estaba cargando. “Súper nerviosa”, afrontó la situación.
Durante dos semanas sus compañeros fueron de gran ayuda, luego tuvo que largarse sola. “Los primeros días me atrasaba mucho porque la gente subía, comentaba, sumado al tránsito que es un desastre y al boleteo que hacía con las dos manos hasta que me acostumbré”.
El 17 de diciembre se cumplirán ocho años de esta travesía. Los pasajeros suben y la alientan. “Te dicen cosas lindas que no te olvidás. Una señora me dio una estampita y me roció con agua bendita después de preguntarme si era católica. También subieron a cantar los chicos que van al Centro de Convenciones con el propósito de hacer más ameno el viaje”, contó, y recordó que en una ocasión su cuñada tomó el servicio y a viva voz dijo: “Hay que tener ovarios para estar ahí, sentada delante de todos. Me morí de vergüenza y la invité a sentarse”.
El recorrido que más le agrada es el de la Línea 23, que comunica con Villa Cabello. Es la más complicada por la cantidad de gente que debe transportar. Los turnos son de entre seis y ocho horas por lo que “no tengo tiempo para nada”. A las 5.30 debe presentarse en la empresa y por la tarde “ayudo con las tareas, hago de mamá, de hija. Sigo haciendo lo mismo. Por ejemplo, mi hija va a la facultad y cuando puedo la llevo, o la busco. Tengo millones de compromisos. Soy normal como cualquier otra mujer aunque algunos me miren como a una extraterrestre”.
De todo un poco
Siempre cuenta que había pasajeros que cuando veían que la conducción estaba a cargo de una mujer, bajaban las escaleras y decidían esperar la llegada de la próxima unidad. “Me sentía mal. Ahora son pasajeros de años”, comentó. Tiene en mente la reacción de su hermano, que también es chofer de colectivo urbano, que” me decía que el primer día que me vio se emocionó, y no contuvo las ganas de llorar. Era algo nuevo para todos”. También para los 120 hombres que conforman la empresa para la que conduce. Pero la platea masculina le otorgó su voto de confianza al elegirla delegada y ahora es parte de la comisión directiva de la UTA.
Cuando fueron a presentar a Correa a uno de los mecánicos, el trabajador estaba debajo de la unidad. Al incorporarse, la saludó y preguntó al personal de Tráfico cuál sería el rol de la mujer, pensando que sería destinada al área de administración. “Va a manejar el colectivo”, le contestó, pero no lo podía creer. “Hasta el día que me presenté y me subí para salir a trabajar, nadie creía que fuera verdad. Yo tampoco”, acotó entre risas.
Correa también tiene manos para el arte. Las paredes de su casa están decoradas con cuadros de paisajes en acrílico, una técnica que aprendió con una profesora de Candelaria cuando sus hijos eran pequeños y necesitaba oxigenar su cabeza. Realiza artesanías con maderas, piedras y hasta con filtros de aire del colectivo. Junto a su hijo empezó la huerta familiar y cuida de los perros y gatos que los chicos recogen camino a la escuela.
También a la cancha
Entre sus múltiples actividades, Correa colabora con la Escuela de Fútbol con sus colegas colectiveros. La UTA les presta el predio para las prácticas y la actividad se solventa gracias a las cuotas mensuales que aportan los choferes. “Hay equipos de Sub-15, Sub-12, y hace tres años se conformó un equipo de primera. Era para los hijos de los afiliados pero como muchos otros chicos querían ir, se dejó abierto. Es impresionante la cantidad de menores que asisten. Es una buena manera de sacar a muchos de la calle”, contó. Varias son las empresas que colaboran y “yo acompaño, ayudo donde se puede, por ejemplo en la realización de comidas para recaudar fondos”.