Ciudad de los Lapachos, así se conoce a la cabecera del departamento Libertador General San Martín. Tierra forjada por el trabajo de inmigrantes, en su mayoría suizos y alemanes, que se aferraron a una opción de vida y la convirtieron en sueño, dejando en sus hijos y nietos, más tarde, el más exquisito sentido de pertenencia, que se traduce en valorar las costumbres y sentirse orgulloso del espacio que los vio nacer, más allá de las dificultades que puedan presentarse, como Irene Rockenbach, cuyos padres entregaron en ella el amor por este rincón, lo transmitió a su esposo, Julio Vilar, y desde su negocio, un vivero que lleva ya cuatro décadas de dedicación, contagian a turistas y locales la devoción por este mágico lugar.
“Mis padres vinieron como muchos pioneros, con esfuerzo moldearon las bases de todo esto y formaron sus familias, somos tres hermanas y un varón que falleció hace algunos años, todos tienen sus hijos, sus nietos; los chicos estudiaron afuera, algunos volvieron, otros quedaron en otras latitudes, pero por sobre todo se ama mucho al pueblo, porque se levantó con mucho ejemplo”, confesó Irene y añadió que “mi padre tenía un secadero de yerba mate que se quemó y volvió a iniciarlo, fue de esos hombres que lucharon, que no bajaron los brazos, con mamá plantaban tabaco, mi hermanito era chico y los ayudaba a cultivar, a pesar de que es muy feo, pero todo lo hacían muy felices, realmente hemos tenido padres ejemplares”.
Muchos de los lapachos que visten las veredas de Puerto Rico fueron plantados por don Rockenbach, quien se propuso engalanar las avenidas con estos árboles que anuncian el fin de los días de frío y el comienzo de la primavera cubriéndose de flores. “Quiso mucho al pueblo, luchó por él, por cada uno de sus rincones, la iglesia, por ejemplo, la levantaron trabajando los sábados, mi papá tenía un camioncito viejo con el que iban a buscar materiales, los albañiles no cobraban por la mano de obra, pienso en qué lindo ejemplo para los chicos de hoy, tomar un día gratuito para construir la iglesia y todos juntos, eran muy unidos, algo que lamentablemente en las grandes ciudades se está perdiendo”, recordó.
Y añadió que “el secadero tenía un generador con el que daba energía a todo el barrio a través de un consorcio y en Navidad, como la iglesia tenía una estrella grande de luces con el niño Dios que consumía mucho, pedía a los vecinos que apaguen todo lo posible para que el equipo aguante durante toda la misa, son recuerdos lindos, no había egoísmos por parte de los pioneros y creo que por eso está tan lindo Puerto Rico”.
Una ciudad que, por supuesto, tuvo sus altos y bajos económicos, pero “los bajones nunca fueron muy pronunciados porque la colonia era grande, los colonos se preocupaban muchísimo y los cultivos eran muy diversos, había naranja, yerba mate, té, tung, del que tenemos que recuperar algunas plantas, nuestros nietos no la conocen y tiene una flor bellísima”, sostuvo y su esposo agregó que “el aceite de sus frutos se elaboraba en Campo Grande, aquí había una planta chiquita, en Santo Pipó otra”.
“Tuvimos la suerte de que en Puerto Rico casi todos los intendentes que tuvimos de las extracciones políticas o el color que fuere, hasta durante el proceso, hicieron algo bueno”, opinó.
En este contexto, mencionó que el alcalde de facto “era un vecino que tenía primero superior únicamente, era empleado en una firma grande y cuando surge el proceso lo ubican como intendente. En ese entonces la Municipalidad estaba en un casa vieja y donde está ahora había una loza con postes que se hizo en la época de Frondisi y figuraba como un hospital terminado. Entonces construyó el edificio, sólo con los aportes del pueblo, no fue ni a la Provincia ni al Estado, tampoco el vecino pagó más; también hizo empedrado en todo el centro cívico; todos hicieron un buen trabajo y el pueblo tiene mucho que ver porque colaboró”.
Además, evocó que “acá había 150 pequeños productores de almidón de mandioca, trabajaban el papá, la mamá y los hijos. Todos desaparecieron. Eran precarios, se decantaba en una pileta, se sacaba el agua y se ponían los pedazos en una fuente al sol para secar, era granulado; mis suegros tuvieron una de las primeras fábricas de almidón impalpable”.
Es que el proceso consistía en lavar las raíces y pelarlas inmediatamente después, raspando solamente la epidermis o quitando toda la capa exterior con cuchillo. Al día siguiente se rallaba sobre chapa perforada o con los tradicionales “tornos manuales”, cilindros accionados por una persona mientras la otra colocaba la raíz. El colado, es decir la separación del afrecho del almidón a través de un filtro-bolsa de algodón y la decantación eran los pasos previos al secado, que se lograba sobre maderas o catres que se colocaban al sol.
“Puerto Rico tiene una historia muy rica, el puerto era en San Alberto, unos cinco o seis kilómetros aguas arriba, pero por entonces todo venía por el río y se dejó acá porque allá los barcos no podían atracar, fueron buscando y encontraron el agua profunda; así llegó, por ejemplo, el Guayrá (capaz de transportar a más de cien pasajeros y cerca de 45 tripulantes, con camarotes de lujo, otros de servicios más populares, restaurante, salón de baile, todo en tres plantas. Un verdadero lujo para la época), con el que llegaron muchos turistas extranjeros que se embarcaban rumbo a Puerto Iguazú”, mencionó Vilar y memoró que “se anunciaba con su bocina, entonces los chicos bajaban porque seguro habría alguna valija para cargar hasta el hotel Suizo, el único de entonces, y recibirían alguna moneda a cambio”.
Además, mencionó sobre una oportunidad en que un turista que llegó con este barco se alojó en el ex hotel Iguazú e, impresionado por la belleza de las víboras con que se encontró, llevó una a su habitación que se escapó y metió en el inodoro, por lo que no le quedó más alternativa que contar al gerente lo que había ocurrido y a este debió desalojar a los hospedados hasta tanto se localice y retire al temible animal.
Ayudas que bendicen
Ambos reconocieron que a la ciudad llega dinero del exterior, por ejemplo, los fondos para la planta baja y el primer piso del Instituto San Alberto Magno se enviaron desde Alemania, mientras que para el segundo piso la comunidad toda aportó, incluso ellos tuvieron durante algún tiempo la concesión del kiosco con el que se generaban ingresos para la obra.
Desde este país del Viejo Continente también “llegó plata para hacer una cancha de básquet, creo que es la única bajo nivel, con gran capacidad. Tenemos muchos chicos, terceras generaciones, que se fueron a Europa a trabajar, que hicieron plata e invirtieron aquí”, sostuvo Vilar e Irene acotó que “siempre les pregunto por qué vuelven y me dicen que no hay lugar para vivir como Argentina”.
Pero, por sobre todo, “todavía podemos cerrar la puerta y dormir tranquilos”, dijo Vilar, quien llegó desde Apóstoles hace ya varias décadas, cuando cuestiones laborales lo asentaron aquí y “no existían ni siquiera los rateritos ocasionales; ahora la modernidad nos llevó a tener que ir cerrando y hoy por hoy no digo que no hay, ‘la ocasión hace al ladrón’, pero estamos tranquilos”, afirmó.
Una vida en el negocio
“El vivero tiene cuarenta años, comenzó como un hobby, a mi papá le gustaban las plantas y creo que es una pasión que me pasó, a mi mamá le gustaba mucho el crochet, y eso lo heredó a mis hermanas, que hoy tienen sus artesanías, con bordado de toallas y esas cosas, mientras lo mío es esto”, reconoció Irene.
Y recordó que “comencé cuando nos casamos, con algo muy pequeño, en el fondo mi casa, los turistas se acercaban, entraban, miraban, entonces ahorramos mucho, compramos este terreno y aquí estamos hace cuatro décadas, muy felices, estamos jubilados, a esta edad se deja, pero no podemos, lo hacemos como podemos, el sábado nos ayuda un hijo, mi nuera, seguiremos hasta que Dios diga”.
En Puerto Rico “la gente colabora, crecer en una ciudad como esta, que para mí sigue siendo mi pueblo, aunque es cada vez más grande, es muy bello, nosotros siempre estuvimos agradecidos a todas las personas y tratamos de satisfacer a todos de la mejor forma posible en todo lo que hacemos y si cometemos errores disculparnos, retribuir en la misma medida, entonces eso hizo a que todo quede como en familia, nos conocemos mucho, el turismo ayudó muchísimo también, teníamos el letrero en la ruta y tenemos turistas que vienen hace diez años, que vuelven, vienen una vez y regresan, eso también nos da fuerzas y seguimos luchando”, subrayó la mujer.