Hay ciertas circunstancias en las que el amor y la lejanía se manifiestan en un silencio aterrador, en una calidez asfixiante que antecede a una noche de tormenta, haciendo sentir a las personas tan indefensas y con una sensación de desamparo que despierta cierto temor a lo que vendrá.
De pronto una fría brisa aparecerá sin avisar y comenzará a sacudir aquellas cortinas, que parecerán como si quisiesen meterse por la ventana buscando refugio dentro de una enmudecida casa. Una escena que hace olvidar por un momento los pensamientos o tal vez la ausencia recrudecerá sabiendo que no la encontrará para que le brinde el calor de su cuerpo.
Una noche de tormenta que aprovechará la ausencia del sol, así como el abrigo de sus manos y el resguardo de aquella paz que brindaba su sola presencia, como si fuera una tranquila y suave caricia maternal.
Una noche de tormenta que se agiganta entre esas nubes negras que parecieran un mar en plena tempestad. Sólo queda esperar que calme porque es algo que está fuera de todo alcance y siempre nos encontraremos a merced de lo que vendrá. Una noche de tormenta que sólo agiganta la ausencia de la persona que jamás regresará. Espiando al costado de la ventana aquellos ojos asustados verán los árboles que se mecen como valientes protectores que se enfrentan a algo que nunca vencerán, sabiendo que su única esperanza es sobrevivir a una de esas tantas batallas, que muchas veces tendrán que confrontar, así como nosotros enfrentamos los avatares de la vida.
Una noche que se torna intranquila con el resplandor de relámpagos y el estruendo ensordecedor que despierta los miedos más profundos, como si fuesen esos mismos recuerdos que hacen sobresaltar por las noches en plena oscuridad.
Una noche que permite ver que en realidad no podemos ser dueños de nuestro destino: como el control de esa tempestad que muestra toda su furia, al igual que la tranquilidad que brindaba dormir sobre esos acogedores pechos que palpitaban sobre la cama que esta noche permanecerá vacía.
Una oscura noche que se encenderá con el destello de un relámpago e iluminará por un instante la habitación donde en algún rincón aparecerá la fantasmagórica silueta de aquel cuerpo cuya hermosura atrapaba el alma de otro amor, y así, pasaba tantas noches dentro de esas cuatro paredes llenándolo de frescura, pasión y una eterna ilusión.
Una noche de tormenta que no brinda ningún consuelo, solamente muestra la crudeza de lo que es real, así como el desamor que dejó la partida de aquellos hermosos ojos que aprovecharon una callada noche para ir en busca de su propio cielo.
A veces, aquel alma solitaria quisiera tener aunque sea un poco de la fortaleza que convierte a las personas fuertes por fuera, sin importar que lentamente se van destruyendo por dentro.
Una noche de tormenta que golpea la puerta al igual que un corazón que quedó desnudo y se bate entre los recuerdos, la locura y un temporal que se ensaña persistentemente sin razón, con sus vientos que golpean los retoños y arrancan las ramas de ese viejo árbol, que alguna vez cubrieron con sus sombras, el calmo amor de dos personas y que ahora están en el suelo del olvido cubiertos de barro, porque les ha llegado su tiempo, así como llegó el descuido a las puertas de aquel amor.
Una noche de tormenta que se aleja con una plegaria, que brinda refugio y el consuelo de no volver a tenerla, que muestra que se puede sobrevivir sin su presencia en esas noches tempestuosas o de amarga soledad.
Una noche de tormenta que se irá sin avisar y que en la partida regalará el suave sonido de la tenue lluvia que hará recordar que por la mañana, el canto de los pájaros nos despertarán y los charcos reflejarán la luz de un sol que nos anunciará el comienzo de una primavera que traerá otra oportunidad.
Por
Raúl Saucedo (Periodista de Primera Edición)
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