Sobre todo si además en ella hay algún arbolito que brinde un poco de sobra al coche.
Esa errónea concepción del espacio público –el derecho propio termina donde comienza el de los demás–, quizás, podría ser entendible en aquellas zonas alejadas del área céntrica, en calles de muy escaso tránsito o donde aún no hay una clara delimitación entre acera y calzada porque carecen de cordones cuneta.
Pero me parece inaceptable que ello suceda en muchas avenidas de enorme circulación, donde además las veredas solo suelen ser una faja de un metro de cemento. Obliga al peatón a bajar a la calle y exponerse a ser arrollado por un automóvil, una moto o una bicicleta, con el consiguiente riesgo para su integridad física y también su vida.
A veces ese peligro es aún mayor porque, a la vereda ocupada por un vehículo, suele sumarse un segundo estacionado al borde de ella. Se fuerza al peatón a exponerse aún más porque no solo debe circular por la calzada, sino que debe esquivar al otro coche teniendo que adentrarse más en la vía vehicular.
María Concepción Silva
Posadas (Misiones)